El culto sacramental: evolución y constitución del dogma  /2

Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos (Mc 14, 24).

En el s. XI el teólogo Berengario de Tours, un dialéctico consecuente con la teoría aristotélica, al situar la razón por encima de la autoridad de la fe dogmática, sostenía que los accidentes son inseparables de la sustancia y por tanto no era posible la transustanciación, que separaba los accidentes del pan y del vino después de la consagración.  Según él, permanecen y coexisten las sustancias del pan y el vino con el cuerpo y la sangre de Cristo, sin darse una transformación ontológica de unas en otras. Esa doctrina fue condenada por herética en varios concilios.

En el s. XVI tampoco Lutero admitía la idea de transustanciación,  que él consideraba un producto de la especulación teológica medieval y que  detestaba por estar contaminada de filosofía griega, pagana al fin y al cabo. En el siglo XIII el aristotelismo se introduce en la teología escolástica, siendo asimilado  por el dominico Alberto Magno y especialmente por su discípulo Tomás de Aquino, con los conceptos básicos de  la metafísica de Aristóteles, como  sustancia,  accidente, materia y forma (hilemorfismo), entre otros.  De aquí procede la explicación de cada sacramento con los términos materia y forma, que pasará al pensamiento oficial.

El concepto metafísico de sustancia es usado por Trento para explicar el misterio de la eucaristía. Siglos atrás, en Nicea y concilios posteriores, el mismo concepto griego (ousía) había sido fundamental para definir en el dogma trinitario que el Hijo era generado ab aeterno de la sustancia del Padre  (ek tês ousías toû patrós) y que, por tanto, era consustancial (homooúsios) con él, contra la herejía de Arrio y los demás subordinacionistas, que eran todos los teólogos desde Pablo y Juan evangelista (también Jesús lo era)  hasta el alejandrino Atanasio.

El concilio de Trento define como transustanciación el proceso misterioso por el que las sustancias de pan y vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo, bajo los accidentes (especies) de pan y vino después de las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote: “Por la consagración del pan y del vino se opera el cambio (conversionem fieri) de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo (in substantiam corporis Christi) nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre (in substantiam sanguinis eius). La iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transustanciación (transsubstantiatio)” (2).

Este concepto metafísico ya había sido utilizado por el concilio medieval Lateranense IV (1215), anticipando la doctrina tridentina: “transsubstantiatispane in corpus,  et vino in sanguinem potestate divina” (“transustanciados el pan en el cuerpo y el vino en la sangre por potestad divina”). La teología tomista, que orienta conceptualmente el concilio de Trento, suponía que las especies (color, olor, sabor) son accidentes separables de la sustancia del pan y del vino, lo que es contrario a la concepción  de Aristóteles (los accidentes son inseparables de la sustancia).

En la metafísica de Descartes, opuesta a la aristotélica, las cualidades citadas son modos inseparables de la sustancia, lo que también chocaba con el dogma de la transustanciación. No es extraño, pues, que la obra cartesiana, pese a sus amistades con los jesuitas, fuera incluida en el Índice de Libros prohibidos. También el atomismo físico de Galileo era opuesto a la noción aristotélica de la sustancia y chocaba igualmente con el dogma eucarístico, que se sustentaba en la metafísica griega, tanto en las categorías ontológicas de sustancia y accidentes como en la teoría hilemórfica, aplicadas fuera de contexto a los dogmas de la teología cristiana, de la Trinidad a la eucaristía.

El concilio tridentino  decreta, además, que la santa misa es un verdadero sacrificio, que rememora el sacrificio de la cruz, contra la doctrina protestante, que solo admitía como único sacrificio la crucifixión de Jesús: “En este divino sacrificio, que se realiza en la misa, este mismo Cristo, que se ofreció a sí mismo una vez de manera cruenta sobre el altar de la cruz, es contenido e inmolado de manera no cruenta” (3).

Naturalmente, los teólogos tridentinos  suponen que tal misterio no es accesible a los sentidos ni a la razón, sino solo a la fe, que es don divino y sobrenatural. Se define, pues, como dogma de fe que la eucaristía tiene origen divino al ser instituida por Cristo Jesús en la última cena y que los apóstoles fueron hechos sacerdotes de la nueva alianza con las palabras “haced esto en memoria mía”. Pero todo ello no concuerda con los datos de la investigación histórica, que tiene un carácter crítico y antidogmático. El tratamiento de estos temas requiere necesariamente la distinción entre la ciencia histórica y la pseudociencia teológica,  evitando una mezcla epistémica que crea confusión y ex confusione quodlibet.

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  • (2) Denzinger, H. & Schönmetzer, A (1963), Enchiridion Symbolorum,  Herder, Barcelona, 
  • (3) Denzinger, H. & Schönmetzer, A. (1963), cit., 940.
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