El dolor sin resolver, con algo de acritud.


Nos acercamos peligrosamente a la Semana Santa. La denominan santa no se sabe por qué. Sí, no me lo recuerden: porque en ella se conmemora nada menos que la muerte del Hijo de Dios. Pero eso no es motivo para denominarla santa, en todo caso cruenta, brutal, sanguinaria: “Semana de Sangre”, buen título, en consonancia con la película de Mel Gibson.

Cuanto más piensa uno en esta aberración de la mitología cristiana, más motivos encuentra de ininteligibilidad. Algo que no se entiende no debe presuponer por necesidad que haya que entenderlo por la fe y que sin ella sobran comentarios que, de añadido, atentan contra el “buen gusto”, contra las creencias de los fieles cristianos. ¡Ellos sí que atentan! Contra la naturaleza humana, que es racional y piensa.

No nos vengan con la monserga de que la fe es, también, un impulso y un plus intelectual para entender lo que nadie que se diga normal entiende. La inteligencia es como el estómago, digiere todo, pero no puede digerir pedruscos.

Es indigerible que maten al mismísimo Hijo de Dios. Es totalmente indigesto el que, además, muera como un vulgar malhechor sedicioso alzado contra el Estado, contra Roma (ya sabemos todos que la cruz sólo se aplicaba al que se alzaba contra el poder del estado y trataba de derrocarlo).

Frente a los miles y miles de páginas que teólogos y predicadores han pergeñado, basta una simple frase para desmontar su tinglado: “No lo entiendo”. ¡Es que esos teólogos no piensan en Dios! ¿Un Dios de catadura tal que permite que maten a su propio Hijo? O falla el padre o falla el hijo o falla la historia que de ellos ha vendido la recua seguidora de Pablo de Tarso. ¡Que no, que no se entiende! Y si no se entiende, ¿cómo adherirse a ello?

Otra consideración les invade a quienes piensan que les puede indigestar lo que puedan tragar: si ese Padre no ha perdonado a su Hijo ¿me va a perdonar a mí? ¿Me puede querer a mí más que a su hijo? ¡Anda allá! ¿No ésta una pregunta que por simple desmonta tinglados de alta teología?

Hemos dicho “cuento”. Entramos con esta palabra en un berenjenal que ha tenido a muchos esclavizados de sus propias teorías. Resulta que la personificación del Hijo en Jesús no es algo que tengan claro. Además, caso de ser así, muchos ha habido que han dicho que el tal Jesús no murió en la cruz.

Sí, es posible que todo sea un cuento y una mezcla de cuentos. H. Schonfield parecía escribir en serio cuando publicó “El complot de Pascua”. A otros parece que se les reblandeció el cerebro al decir y publicar que “Jesús vivió y murió en Cachemira”, un tal Andreas Faber Kaiser. Otros recogen citas del Evangelio y recuerdos escritos del pasado y afirman que Jesús fue “El galileo armado”. Como lo he leído, me ha convencido. Pero también podría estar equivocado.

Pero todo esto nos aparta de la consideración primera: la inteligencia no traga, vomita, expulsa ideas como que vengan con Hijo de Dios que en la tierra se llama Jesús y que, como hombre muere, pero no como Dios, o lo que sea. Esto último haría entender mejor la resurrección, porque el susodicho resucita ya que no había muerto, algo imposible e impensable porque era Dios y además espíritu y “sabemos” que el espíritu no muere. Pero dado que tenía cuerpo, lo arrastró de tal modo que se introdujo en la imaginación de quienes él eligió y les hizo ver visiones: Dios siempre vivo haciendo andar y cantar a un cadáver que había sido embalsamado y por lo tanto estaba de buen ver.

Y si pensamos en la cruz… He escarbado en religiones que han utilizado o han manejado cruces como elemento simbólico y ¡mamma mía! Mañana haré un recuento. Pero iba a referirme a la cruz que encontró una persona, famosa por ser madre de tal hijo y santa porque al hijo no podían hacerlo santo, por criminal: Elena y Constantino. Otro cuento.

¡Mira que decir que después de trescientos años había encontrado la cruz! ¡Que no había habido hogueras quemando cruces, terrenos removidos ocultando restos, reutilización de maderos, hondonadas colmatadas con toda clase de pedruscos, maderos y tierra, casas empleando para vigas maderos de cruz! ¡Como que alguien ve un madero tan largo y tan bien tallado y lo va a dejar allí con la necesidad que los pobres tenían de madera! Y viene santa Helena y al primer palo que encuentra lo convierte en cruz y, precisamente la cruz de Cristo.
Ya: convirtió en cruz un madero para que los que luego lo destrozaron –lo convirtieron en trozos—pudieran obtener dividendos haciéndolo besar a incautos. O sea, que a partir de santa Elena ese madero quedó destrozado: ¿y antes no?

Pero siguiendo con las cosas intragables e indigestas, la pregunta que se hace cualquiera que quiere pensar es: ¿Qué añade la muerte en una cruz o en qué se diferenciaría la salvación del hombre por medio de un suplicio de un chasquido de dedos de su Hijo, si Dios podía hacerlo de cualquier manera?

Ninguna explicación –el amor de Dios a los hombres—solventa la pregunta de por qué Dios recurrió a la muerte cruel de su Hijo. La inteligencia sí entiende que, a todo un Dios, no le hacía falta la muerte de nadie como si del rescate de un condenado a muerte se tratara. ¡Que nadie estaba condenado a muerte! Muerte física para salvar pecados, que son algo casi siempre espiritual como “no amar a Dios sobre todas las cosa”. Ahí es “ná”.
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