Los enemigos del alma o el candor celestial.
La epidermis de la fe se contenta con reafirmarse en lo que aprendió en la catequesis. Eso ahorra discusiones algo más profundas que no interesan y que podrían hacer peligrar la fe. Comentarios al efecto encontramos en abundancia en este blog.
A decir verdad, por el conocimiento y la relación que tengo con creyentes cumplidores de sus "obligaciones" rituales --misa dominical, bautizo obligado, funeral por encargo--, no suele ser mayor el bagaje y el acervo de cultura sacra con que se ha dotado la inmensa mayoría de ellos.
Para muchos no es poco, porque aquellos que sobrepasan la cincuentena aprendieron de memoria el "vademecum" necesario (literlamente, "ve conmigo") para bandearse en la vida y surcar el piélago proceloso de la existencia terrenal. Astete y Ripalda, durante siglos asidero de lo que hay que creer y practicar.
Uno sonríe al considerar la envergadura y la panoplia enemiga a la que se enfrenta el cristiano, aunque quizá la sonrisa es misericorde al pensar en el candor de tales muestras de credulidad.
Observen la imagen adjunta: Demonio, Mundo, Carne... además de otros presuntos enemigos que el diseñador humorista ha querido añadir. A las fáminas crédulas les debiera hacer pensar el hecho de que, secularmente, la Iglesia ha identificado el tercer enemigo con el estamento femenino. Ellas son las "detentadoras" de la carne, las que hicieron caer el "bueno" de Adán. "No desearás la mujer de tu prójimo" es o era un mandamiento. ¡Con lo fácil que hubiera sido poner "no desearás al conyuge de tu prógimo"!
La jerarquía católica –y en especial su jefe supremo que es quien declara los dogmas y doctrinas que deben creer los católicos- considera que el demonio, el mundo y la carne son los enemigos del alma, sin preocuparle lo más mínimo la contradicción que supone el supuesto de que su Dios, considerado como infinitamente bueno, sea el creador de tales enemigos.
Sí, una contradicción que cualquier "humanista sin credos" no puede por menos de resaltar. De mentes infantiles ancladas en lo que le enseñaron en la infancia es creer que un ser condenado al infierno por el Dios que lo creó pueda pasearse por el mundo con suma libertad para llevar a su redil de llamas a las almas redimidas.
Mitos infantiles que perduran a lo largo de la vida sin que ningún crédulo haga nada por desprenderse de ellos. ¿Tan productivo resulta el Diablo para explicar algo que la más mínima cultura psicológica puede aclarar?
Pero incluso inmersos en la credulidad, ¿a nadie se le ocurre pensar en tal contradicción? ¿Es que tan poco puede Dios? ¿De nada sirvió su redención? ¿Tan poca fuerza tiene la gracia de Dios? ¿Y los ángeles protectores? ¿Y la protección e intercesión de la poderosísima Virgen María? ¿Y el Santísimo Sacramento que fortalece las almas? Resulta sospechosa tal parafernalia de remedios contra un ser cornurrábico que podría desaparecer del mapa "inimicoso" con sólo mover Dios su dedo meñique.
El sentido común dice que es más bien al revés: existe el mal, por lo tanto ha de tener una causa. No puede ser Dios que es el hacedor de todo lo bueno. Tampoco el hombre, porque se siente impelido hacia el mal sin poder hacer nada en contra... (sin la ayuda de Dios, claro está). Por lo tanto el mal ha de proceder de "alguien" o "algo" que anda por ahí. Lo del nombre --Diablo, Belcebú, Belial, Satanás, Satán, Príncipe de los demonios... y así hasta más de setenta denominaciones-- es lo de menos. El mal tiene una causa extrínseca.
Más chocante es, todavía, seguir oyendo --y admitiendo-- que tal ser ¡se introduce en el cuerpo o en el alma de las personas! para desquiciarles, provocarles sufrimientos terribles y generar trastornos psíquicos perdurables sin remedio en la fácil solución del confesonario.
Dirán que la nueva mentalidad católica ya no se fija en tales residuos hostiles. Pues no es así. La Iglesia, entre las "órdenes menores", sigue confiriendo una que tiene el rimbombante título de "exorcista". Tal titulación no tendría sentido si la institución que la concede no mantuviera la creencia de su necesidad.
Hemos vivido para verlo, para no creerlo y para, al fin, reír con la espectacularidad de sus ritos, los ritos exorcistas. La sociedad civil, al menos, ha sacado rentabilidad de tal creencia. Ahí están las películas, series televisivas y espacios esotéricos como muestra.
Suficientes enemigos visibles tiene el hombre --el CIS lo confirma todos los meses-- como para venir una Institución en franco declive a mantener otros etéreos y deletéreos. Es un decir, pero si hubiera un exorcista contra la plaga de los políticos, al punto acudiríamos todos a hacer cola en su consulta.