El engaño de los tópicos.

Se lamentan los fieles cristianos de la época en que nos ha tocado vivir: el ateísmo rampante, la falta de valores, la amoralidad de las costumbres, la ausencia de Dios en las instituciones... Todo, producto del ateísmo predicado en Europa desde hace más de 150 años. El siglo XX recogió el fruto de lo que se sembró en el XIX. Aquellos polvos trajeron estos lodos.

Dostoievsky dijo en Los Hermanos Karamazov que “si Dios no existe, todo está permitido”. He aquí un tópico, un slogan, una frase de la que se adueñaron todos los que vierten lágrimas de decepción por lo sobrevenido en los siglos XX y XXI. Ellos, los descreídos, han sido, y son, gente perversa, gente sin moral, gente malvada. O sea, ateos.

Un tópico falso se mire por donde se mire. Comencemos por lo más evidente. En nuestros días, nadie más creyente, nadie más fiel cumplidor de los preceptos, nadie más entregado a la causa... que un musulmán. Impensable que un musulmán piense que Dios, Alah, no existe. ¿Y qué estamos viendo y sufriendo? Que las mayores barbaridades proceden de fidelísimos creyentes.

Más bien lo que se deduce de la historia es todo lo contrario. De los hechos a los principios, a los tópicos: “Porque Dios existe, todo está permitido”. O en otras palabras, “ama et fac quod vis” (Ama y haz lo que quieras). Respecto a esto último, la cuestión es dilucidar de qué va ese “ama”: ¿A quiénes? ¿Cómo? ¿Con qué límites? Y resulta que el amor y la permisión no tienen límites.

Más de tres mil quinientos años, si englobamos en la misma creencia al Antiguo Testamento, atestiguan cómo debe ser y cómo ha sido ese “amor” y la cantidad de cosas siniestras que les han sido "permitidas" a los que creen que Dios existe.

En primer lugar, si hablamos de la esencia de la existencia de ese Dios: un dios que no consiente otros a su lado, un dios celoso, violento, intolerante; un dios siempre en guerra contra todos; un dios de un único pueblo... Dado que ese dios existe y es como es, al creyente le ha sido permitido el odio a quienes no son ni creen como él; un dios que se solaza en la sangre; un dios mensajero de muertes; un dios que ha consentido verdaderas brutalidades; un dios genocida antes y después de Cristo... ¿Podrán negar esto diciendo que es un dios de amor?

Dado que Dios existe, los creyentes europeos, los más creyentes de todos, se han sentido libres para extender el colonialismo por todo el planeta; han practicado hasta la náusea la expropiación de tierras, bienes y hasta personas, los esclavos; unos creyentes que se han sentido respaldados por su dios para esparcir el odio por el mundo y la animosidad entre los pueblos; un dios que ha organizado las naciones de modo autoritario –las teocracias--.

Y si nos fijamos el Mensajero del Amor, Jesús... Cierto que el secuestro de Pablo de Tarso tergiversó todo su mensaje, pero aun así... Jesús mismo dijo que había venido para blandir la espada; un Jesús amoroso que después de derribar los puestos de mercaderes en el patio del Templo no ha vuelto al Vaticano a hacer lo mismo. Y como Jesús, que era dios, dio tal ejemplo, los cristianos se sintieron validados para seguir sus huellas.

Siempre se recurre a los mismos ejemplos, desde luego. ¿Y cómo no? Una religión del amor, amor entre los hombres y los pueblos, JAMÁS habría generado en su seno las Cruzadas, la Inquisición, las guerras de religión, la destrucción de culturas amerindias, las hogueras, el Índice de libros prohibidos, el genocidio y eliminación casi total de los indios de América del Norte, el apoyo a regímenes fascistas (de eso sabemos mucho los españoles)...

Cada uno de estos enunciados no dice nada si no se entra en detalles. Las brutalidades que propició el apoyo de Lutero a los nobles frente a los campesinos, por poner un ejemplo, no se conocen, pero quien entra en los detalles, queda sobrecogido. Y no digamos nada de la Guerra de los Treinta Años, mixtura de política y religión, ídem de ídem.

“A los que creen en Dios, todo les está permitido”. ¿Cómo organizó la Iglesia la vida de las gentes de Europa desde comienzos del siglo IV hasta casi nuestros días? Todo era imposición y lucro; todo miedo a no ser lo suficientemente practicantes.

¿Y qué decir del dios del Islam, al que llaman “el misericordioso”? El Corán está lleno de “invitaciones” a acabar con los infieles, a masacrar su cultura y su civilización, a imponer sus reglas de vida. Gracias debemos dar a Don Pelayo y a Carlos Martel. Y éstos siguen todavía ahí.

Por Él, con Él y en Él, todo está permitido. Y no se les ocurre pensar –a los fieles creyentes-- que haya algo censurable en su proceder: gracias a esas “acciones pías”, esas gentes conocieron la salvación, la verdadera verdad. ¡Serán cínicos!
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