La exaltación de lo ridículo y el círculo vicioso del sentimiento: Semana Santa


Coincidí pocos días ha con los ensayos preparatorios de la Semana Santa sevillana. No se ve pero se oye y se presiente. Cornetas, cajas y trompetas haciéndose oír por toda la ciudad, tablados recorriendo las calles a altas horas de la noche lastrados con enormes pesos, iglesias con los pasos repulidos, tarimas ya colocadas en las avenidas más importantes, sillas amontonadas a punto de reventar, actividad febril por terminar o limpiar el nuevo recorrido tranviario...

Llegará, como todos los años llega. Y entonces será la inigualable emoción, ésa de la que siempre dicen que es imposible de explicar, la emoción de verse parte activa de una celebración, la voluntad que se hace unanimidad en el momento de alzar en alto al Altísimo y a la madre que lo parió que ahora lo ve morir, la saeta encendida que taladra el silencio, la multitud que mira y admira, el milímitro de holgura para metros de andas saturadas de plata, el vértigo de mil trompetas al unísono, el olor a cera atufando las avenidas, el rumor de cientos de pisadas al compás del misterio, el qué dirán "cuando les cuente que yo era el quinto de la tercera fila"...

¡Qué fe tan acendrada! ¡Qué vivencia del misterio!¡Qué expresión de lo divino vivido con místico arrobo! ¡¡Qué grandioso teatro!!

Sólo quien provenga de un país culturalmente “no contaminado” por la creencia o consiga mantener la mente en blanco, puede entender y mensurar el enorme ridículo que representan para una sociedad moderna tantos desfiles en tantos pueblos y ciudades católicas, especialmente España y particularmente en Semana Santa:

--recuas de centenares de personajes ridículamente embutidos en blusones y cubierta la cabeza con cucuruchos,

--cien horas ininterrumpidas de “tamboreo”,

--seis horas soportando treinta o cuarenta kilos llevando en andas una pieza de museo;

--cadenas arrastradas por pies descalzos;

--contemplación entre turística y morbosa del tonto de turno lacerándose las espaldas a zurriagazos...


Si esto no es degradación, no se entiende qué más puede hacer el hombre para sentirse alguna vez abochornado por dejarse utilizar o participar en actos tales.

No es de recibo pensar que son necesarias tales expresiones para perdonar los pecados, lavar el sentimiento de culpa o sustentar un credo.

O que exista el más mínimo sentido teológico serio en esos actos comunitarios, cuya “necesidad” ha traspasado los límites del “no retorno” dentro de una supina manifestación de voyeurismo de masas, hoy reconvertido en turismo y que es la mejor expresión de la incultura buscando el autoconvencimiento.


La misma magia ritual se podría trasvasar a la recuperación de una enfermedad, a la catarsis de agrupaciones de ex-alcohólicos, a la penitencia carcelaria, a los juzgados, a los accidentes laborales... adornándolas con procesiones, efusión de pétalos de flores, cánticos, manifestaciones de conmiseración, expresión versificada de deseos y similares.

¿Se entiende el ridículo?

Déjense llevar por el sentido común, piensen con lógica, usen si pueden sus facultades racionales: ¿no es más creíble pensar que los actos rituales públicos del catolicismo en Semana Santa son una expresión social del conjuro de la muerte, de la impugnación del dolor provocado o una exaltación de la figura de la madre que personifica y asume todo el dolor del mundo en la muerte del hijo?

¡Pues no mezclen, confundan, tergiversen y mixtifiquen sentimientos y procedan a limpiar la religión!

¿O les importa la plebe crédula? ¿O utilizan todo eso para sentirse todavía importantes?

(Problemas de edición hacen que esto salga sin puntos aparte)
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