A fuerza de multiplicar lo santo...

Los puntos cardinales, la tierra y el cielo, el pasado y el presente, los pueblos y las ciudades, los valles y los montes... todo está inundado de santidad. Todo lo que roce con la santa Iglesia católica es santo. A fuerza de santificar todo, el término ha perdido sustancia por los poros de lo prolijo.

Santo, santo, santo; sancta sanctorum, santísimo, su santidad, santos y santas del cielo, santificar, santificado sea tu nombre, santiguarse, santón, santurrón, santito, Santo Oficio, Santa Cruzada, Santa inquisición, Santa Hermandad, santuario, camposanto, Sant-yago... No sigamos, que para terminar tenemos el “santiamén”.

Y hoy dedican un día a “Todos los Santos”. Podría ser también un día para “todo lo santo”, para los objetos. Y ambas cosas resultan extrañas, porque durante todo el año, qué, durante todos los siglos, todo es santo o santificable.

Cualquier diccionario Espasa o Larousse, diccionarios de los grandes, contiene enorme retahíla de voces conexas; cualquier lista de pueblos se ve inundada por advocaciones santas; por doquier encontramos comarcas, altozanos, fuentes o afluentes intitulados “santos”.

Y tanto y tanto, para que le preguntes a uno qué es eso de la santidad y no te sepa decir nada, porque, en el fondo, todos somos santos. Sí, un fervoroso dirá al momento: “Santidad es la perfección cristiana”: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Contestación: imposible, el listón está demasiado alto. No podemos ser santos.

Ahondando en el asunto, sabemos que lo de la santidad no es nada nuevo. Ya el hinduismo y los budistas en su doctrina y en su devenir temporal veneran desde antiguo a “gurús” o “santones”; y en el Tíbet, a los monjes lamas. En todos los tiempos, pueblos y civilizaciones, ha existido y existe lo santo.

Y rebuscando en la Biblia, sabemos que el único “santo” por antonomasia es Dios: “Yo soy Yahvé, tu Dios, el Santo de Israel...”(Is.43,3). El resto, personas, animales o cosas, son santos en tanto en cuanto se “ajustan” a la “voluntad de Dios” (personas) o son empleadas para el “culto a Dios” (animales y objetos).

Todo y todos pueden ser santos; o sea, todo santo, todos santos, tosantos: el Santo Padre, la Santa Sede, la santa Iglesia, el santo grial, la santa cena, la sábana santa, los santos óleos, el camposanto, la semana santa, el santo patrono, el santísimo sacramento (ya en superlativo)...hasta Santorcaz, Santillana y Santander...

Siguiendo las indagaciones, a partir del N.T. y la concreción del pensamiento de la Iglesia en el Catecismo, la idea de santo se resume o queda especificada de tal manera que el festín de la santificación lo inunda todo: “Todo bautizado es santo porque en el bautismo ha recibido el Espíritu de Dios, quien lo ha consagrado y le ha dado su misma vida”. Y es doctrina de la Iglesia.

Lógicamente nos podemos preguntar: Si es así, ¿por qué hacer una lista de santos “especiales” y “específicos”? ¿Por qué esa retahíla monumental de “sanes” y “sanas” que aparece en los tacos de los calendarios y que la Iglesia llama “Santoral”?

¿Por qué esos largos y complejos procesos donde los técnicos de la santidad, los que saben del cómo y el porqué, dilucidan quién es santo y quién no? Más que nada porque a la madre de mi vecina, que fue muy buena, no la recuerdan como “santa Cristeta”.

Se llama "proceso de canonización”.   Canonizar significa “incluir a una persona en la lista oficial (canon) de los santos venerados en la Iglesia”. Dicen que no encierra ningún sentido de dignidad ni preeminencia sobre ningún otro miembro del Pueblo de Dios, sino que incluye dos realidades:

  • refrendar que tal persona, con certeza infalible, está en el cielo gozando de la presencia de Dios.
  • proclamarlo modelo universal y oficial para todo cristiano (católico, claro.).

Y ahora las preguntas que debieran hacer pensar a quienes deciden estas cosas de la santidad, preguntas que son más serias y que encierran más verdad que cualquier proceso donde la santidad se dirime. Una cosa son los deseos y otra las certezas. Y una cosa es que tal persona fuese considerada en esta tierra como "buena" y otra muy distinta asegurar que está en el Empíreo contemplando la faz de Dios. O sea, se sea más modestos. 

  • ¿Podemos estar seguros de que quien es canonizado es verdaderamente “perfecto”?
  • ¿Debemos “creer” con certeza absoluta que ese tal está viendo a Dios cara a cara?
  • ¿Y los demás por qué no? Ya sé que no se les excluye; ¿pero por qué no se les “incluye”?
  • ¿Existen los santos “preferentes” y los del “montón”?
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