El hombre racional que admite irracionalidades.

Hemos traído con frecuencia a este foro un contrasentido que hasta puede causar desazón, el que Dios nos creara racionales, de modo que pudiéramos pensar y decidir críticamente sobre nuestro diario devenir, y sin embargo ese mismo Dios nos prohibiera usar la razón en todo cuanto a Él se relaciona.
Por ejemplo el pensar en el Edén y en el pecado de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal.
A fuer de racionales, la primera irracionalidad es admitir que Dios creara al hombre. Pero, en fin, admitámoslo como supuesto de parte. En días pasados hemos traído a cuento el asunto de la salvación y del pecado original, esas dos grandes irracionalidades.
Nuestra razón se niega a admitir tanto disparate como se pregona a diario en asambleas litúrgicas y foros religiosos. Sí, pecado original y plan de Dios de que Jesús debería ser crucificado para que la humanidad se viera redimida.
Por las consecuencias, no sólo es una doctrina alejada y contraria a cualquier consideración racional sino cruel, sadomasoquista y hasta repulsiva. De tal doctrina falsa derivó que todo un pueblo fuera perseguido durante siglos y casi aniquilado; surgieron ceremonias que repugnan a la razón; doctrinas incompatibles con el sentido común; compulsión a admitir disparates; organismos creados ex profeso para ello...
Y sin embargo la repetición y la familiaridad forzada con tal doctrina han hecho que los creyentes la admitan como natural, desterrando de su consideración la necesaria objetividad con que debiera ser tratada.
La razón aplicada a lo que dicen que es Dios deduce que si ese Dios bondadoso y amoroso quería salvar al hombre del pecado, fácil tenía perdonarlo sin más, sin recurrir a torturas y ejecuciones ¡de su propio Hijo! Sublime contradicción: para redimir al delincuente, al culpable y al pecador condena, tortura y ejecuta al inocente. Y más, sabiendo todos que el Padre entregó a su propio Hijo. Lo dice el gran maestro del espíritu Pablo de Tarso.
En efecto, así aparece en la atribuida Carta a los Hebreos. Ya sabemos que no es de su puño y letra, pero sí lo es de su pensamiento y de su círculo doctrinal. ¡Cómo se nota que Pablo de Tarso estaba impregnado del pensamiento arcaico de que sin sangre no hay expiación posible! Es la sempiterna pepla o cantilena del chivo expiatorio, un inocente que se hace reo de las culpas de otros.
Pero sucede, en otro orden de cosas, que el supuesto pecado del que los demás proceden, el definido por San Agustín como “original”, no pudo ser cometido. No existió porque Adán tampoco existió, era un simple mito. Cierto es que Pablo de Tarso no podía saber teorías evolutivas y demás monsergas: ¡pero Dios sí! Y Jesús también, puesto que participaba de la omnisciencia divina. Y sabiendo que Adán no existió, ¿sin embargo consintió ser crucificado? Otra irracionalidad más que la razón no digiere.
Resumiendo. Admiten hoy los creyentes que sí, el mito de Adán y Eva es una alegoría, un símbolo que personifica una realidad, la de que el hombre está henchido de maldad. ¿Y por un mito del pasado Jesús consintió que lo torturaran y ejecutaran? ¿Y además como chivo expiatorio siendo inocente? ¿Y por una culpa cometida por un individuo que no existió?