La inquietud por la salvación y 'pa' largo me lo fiáis.


Hace años y en pro de un funcionario defenestrado de puesto y salario, escribí una loa en alabanza del sujeto, carta que firmaron setenta y dos compañeros y que supuso, al cabo de un tiempo, el regreso del susodicho a su puesto primigenio. En privado comenté: "Lo mismo que escribo esto, podría haber escrito lo contrario". Luego comprobé la verdad del segundo aserto. Era un mal bicho.

Traigo esto a colación porque Tomás de Aquino hubiera pasado a la historia del pensamiento escribiendo otra Summa Theologica en contra de lo que pensaba haber demostrado, aplicando su razón a lo que creía. Eso sí, hubiera quedado desprovisto del prefijo "san". Al final de sus días aquel al que llamaban "buey mudo", mudó al misticismo y le pareció basura todo lo que había escrito...

[Por cierto, introduzcan un poco su hozico mental en esta obra monumental aquellos que despotrican contra el poder de la razón y verán los portentos de raciocinio que se pueden hacer: ¡eso sí es razonar!]

Seguro que la Summa de Santo Tomás de Aquino quedaría corta ante las incongruencias internas de la doctrina cristiana, pasando de tesis en tesis por todas las afirmaciones de Catecismo y Diccionarios de Teología como el que ahora tengo entre manos. Tales incoherencias podrían llenar innumerables "Summas". Y si a eso se añaden tropelías varias, llegaríamos a un compendio entre Tomás y Karlheinz Deschner.

Me he referido a un manido Diccionario de Teología, en consulta del término "salvación", porque todavía colea en mi pensamiento alguna cuestión relativa a la salvación del creyente, bien sea pío practicante o prosélito de la impiedad fáctica que acude sólo a los ritos pero confía en su salvación.

Las contradicciones que hago referencia podrían quedar como puras cuestiones doctrinales académicas, a solventar entre fe y raciocinio, o no darían más de sí que una vulgar charla de café, si no afectaran al devenir del pensamiento, a la relación social y la praxis de los fieles. Porque una creencia pretende condicionar la vida, los actos privados y públicos, el pensamiento y hasta la bolsa --la vida ya la hemos citado-- de quien doblega su inteligencia a los credos.

El meollo sustancial de la fe, aquél que importa y que hace relación al hombre, aquél que se refiere al porvenir de la persona por toda una eternidad, estriba en "su salvación. [Y, de paso, la de los suyos, como bien puso de manifiesto Epulón que penaba entre flamígeros e ígneos efluvios castigadores].

No es asunto éste que se pueda someter al criterio disolvente de la razón ni solventarlo a base de juicios y raciocinios, dicen los que mandan en la doctrina. No, eso de la salvación es peculio demasiado vital y preocupante como para dejarlo al albur y a las veleidades del pensamiento, producto de una razón que todo lo emponzoña con su vitriólica baba.

Ese tal meollo de la creencia salvífica se traduce en un lacónico "Jesús te salva", logo tan caro a evangelistas o testigojehovistas, frase que debiera hacer recular a cualquier vehículo de la DGT que tuviera sospechas agitanadas respecto a la "flagoneta" que les precede.

Los tres cristianismos han debatido internamente qué quiera decir y qué suponga eso de "la salvación". Y puestos a elucubrar, han regurgitado conceptos de lo más opuesto. Ni el modo de salvación ni el cuándo ni el cómo ni casi el porqué parecen estar claros . Pues si ellos --católicos, protestantes, ortodoxos y cristianos caviladores en general-- no lo tienen claro y no se ponen de acuerdo, estamos de más los demás.

Dilucidar el cómo, ha traído en jaque al cristianismo a lo largo de una historia repleta de desavenencias:


• que si la fe con obras;

• que si la fe sin obras;

• que si el poder omnímodo de la gracia;

• que si el concurso de la libertad;

• que sin la gracia es imposible salvarse;

• que si los diez mandamientos;

• que si con uno basta: "Amarás..." [Pregunta: ¿a quién? No es ociosa tal cuestión porque secularmente han amado al débil que ha pecado, al enemigo inocuo... pero han masacrado al hereje, al que escribe contra los sentimientos cristianos, al que duda y lo dice, al humanista sin credos. Y por más que hagan ahora profesión ovina, uno no se fía. Sucede lo que en la fábula "la zorrilla con el gallo, zangorromango"]

• en ciertos pagos hablan de aquella salvación salida del "Si quieres ser perfecto, deja todo cuanto tienes, dáselo a los pobres, ven y sígueme y tendrás un lugar en el cielo", vulgo meterse fraile o monja;

• y, para terminar, consolémonos todos con aquel “basta con un último segundo de contrición que puede ser también de atrición”: En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso, que responde a aquella "parábola" de los trabajadores de última hora.


Respecto al temor ancestral a la condenación eterna por muerte súbita sobrevenida, la doctrina tradicional que ha llegado a nuestros días procede de una época en que aquélla era omnipresente, con mortandades cíclicas y con una esperanza de vida un tercio de la de hoy. En algo coincidimos con tales tiempos: no sabemos el día ni la hora. Sí, pero con eso no está dicho todo.

Se supone que el Dios que predican concedió al hombre un cerebro para algo más que sustentar absalónicas matas de pelo, como puede ser pensar, deducir y, en consecuencia, prever. Dentro de esas aptitudes, el hombre hace sus previsiones basándose en un el "cálculo de probabilidades".

Antaño entraba dentro de lo más probable tomar el portante salvífico por un quítame allá esas pajas de tos ferina, viruela, meningitis o sarampión. Si lograba pasar esa barrera, cualquier catarro mal curado que derivara en neumonía era vehículo hacia la tumba y la ultratumba.

"Gracias a Dios", eso ya no es normal. El "previsor" hombre de hoy tiene una muy elevada posibilidad de morir tranquilamente en su cama. Es lo normal. Y en ese "cálculo de probabilidades", hay también una altísima posibilidad de "salvación implícita". Si a eso se añade la confianza incondicional en el Dios bondadoso...

Lo cual da opción a que, tras una vida de crápula, de extorsión, de atraca viudas, de dictador sangriento, de fascista limpia ratas, de ingeniero financiero esquilmador de ahorros, en fin, de pío y repío arrogante y prepotente, pueda arrepentirse, confesarse, comulgar, recibir la unción final... y, hala, al cielo derecho.

Con lo que, después de haber tenido todo en la tierra y haber gozado de los placeres seculares, el viñador de última hora pasa al gozo celestial para poseer el "todísimo" en el cielo ¡Qué bonito es todo!

En siglos pasados la doctrina imbuida e inducida, introducía el miedo en el cuerpo primero con la inquietud del morir sin saber cuándo, luego con los terribles "novísimos". "Quantus tremor est futurus..."

Pero no sólo eso: las llamas eternas le esperaban a cualquiera que insultara a un siervo de Dios, o dudara de un artículo de fe y lo dijera, o suspirara con ferviente deseo por las migajas caídas de la mesa arzobispal de señor feudal primado de Toledo. "O tempora, o mores!... in te conferri pestem, quam tu in nos omnes iam diu machinaris", parodiando a Cicerón.

Y si hacemos mención de las inquietudes interiores que corroían a mentes escrupulosas con la salvación, la tramoya condenatoria de tales siglos negroides llegó a expresarse en obras tales como "El condenado por desconfiado", cuando el raciocinio paría razones y las aplicaba en toda su crueldad. Lean al mercedario madrileño Tirso de Molina, gloria de las letras hispanas, contemporáneo y a la altura de los Lope, Cervantes o Mira de Amescua.

Sepa de todas formas el pecador impenitente que no está todo perdido, que en el último momento un punto de contrición da al alma la salvación.

Nuevo conflicto, no ya doctrinal sino existencial (no nos pongamos tan grandes, digamos vivencial o simplemente fenómeno social): tan humano es el deseo de algo que se torna sentimiento, como el pensamiento de lo contrario, especialmente si éste es inducido... ¿Por qué será que estadísticamente una gran mayoría quiere que su muerte sea en la cama, dormidos, sin enterarse? ¿¡Cómo cuadra ese deseo humano, el sentimiento de una serena dormición, con el pensamiento inducido de la salvación eterna!?

¿Será que lo de la salvación... pues mire Ud, bueno, sí, yo creo, entiéndame, no es que dude o no crea, queda tan lejos? O sea, que no, que o Dios es inmensamente bueno y salva a todos o a mí no me cuadran esos mundos futuros. Y aquí se produce la colusión de pensamiento y sentimiento contra un "tertio excluso", la fe en la salvación.
Volver arriba