La ínsita malicia del creer (2/3)
Detengámonos algo más en los medios de que se vale la organización de la creencia para el control de sus fieles, para responder por enésima vez a esa pregunta omnipresente, ¿pero qué tiene de malo creer?
Al creyente le pueden parecer modos de vida “normales”, pero recuérdese que no dejan de ser elementos de control de la conducta, conductas “controladas” y, por tanto, personas esclavas, por sujeción mental a otras.
Seguimos en todo momento las teorías de Skinner, uno de los grandes psicólogos de la conducta y a la vez téorico de la modificación del comportamiento, principalmente el condicionamiento operante, que tanta importancia tiene en la educación de los niños y en la mejora de la sociedad.
1. El hecho de que las conductas, buenas o malas, legales o ilegales, adquieran una nueva connotación de culpabilidad o de gratificación calificándolas como morales o inmorales, santas o pecadoras, es el más poderoso medio de control de las mismas.
Un ejemplo: es cierto que el ansia desenfrenada de comer es una desviación, mental o de conducta, que se debe corregir; sin embargo, la creencia añade un estímulo mayor a dicho control calificando tal deseo como “gula” y convirtiéndolo en uno de los pecados capitales.
Dígase lo mismo de afán de poder, de sobresalir, de ansiar ser como “el otro”, de poseer riquezas o de satisfacer la sexualidad.
2. Añade la religión algo más a dicho control propiciando como “ideales de perfección” la represión de tales impulsos: la persona casta “es más” que los demás y la que escoge el celibato como ideal de vida, mucho más; la persona que no ansía las riquezas y, sobre todo, hace voto de ser pobre adquiere un rango superior.
3. El refuerzo de la conducta con elementos extraños al devenir existencial, no probados pero “posibles”, como el goce de la felicidad eterna en el cielo o el castigo para siempre en infierno, haciéndolos depender de los hechos buenos o malos realizados.
4. Asignar al cielo, como refuerzo positivo, todos los bienes de que el hombre carece o que ansía en este mundo: el cielo es la tierra prometida (para el judío errante que vaga por el desierto), es un edén, un paraíso, donde abundan toda clase de frutos (para quien sufre o ha sufrido los rigores del desierto), es un lugar donde no faltarán los alimentos (para quien vive en la miseria), es un lugar donde no existen penas ni dolores (para el desgraciado), es un lugar de paz (para quien sufre las guerras), es un lugar donde la justicia impera, frente a la opresión que el pobre sufre en este mundo por parte de los poderosos. Y el sempiterno "ay de vosotros los ricos...", "no ansiéis las riquezas de este mundo..." etc. etc.
5. El refuerzo del cielo, a conseguir en la otra vida y por lo tanto inexistente en ésta, ejerce un enorme poder sugestivo, mayor que los refuerzos que provienen de instancias grupales. Hay que tener en cuenta que para un creyente convencido el cielo es un lugar real, un lugar indiscutible; no es una entelequia ni un supuesto. De ahí el enorme poder de sugestión --y de control-- que provoca en determinadas mentes.
6. Es la educación continuada, la catequesis continua, la que consigue que tales refuerzos religiosos, por repetidos, se vayan incrustando en la persona de forma indeleble. De ahí la importancia, tanto para los poderes civiles como religiosos, de la educación religiosa: si al niño no se le inculcan desde pequeño tales ideas, será difícil que luego ejerzan ese poder controlador de la conducta que de ellas se espera.
7. Otro de los elementos manejados para el control de la conducta es el recurso a imágenes fuertemente condicionantes, extractadas del entorno familiar: Dios-padre; María-nuestra madre; el Señor es rey, Dios de los ejércitos... No hacen falta explicaciones verbales ni alegorías ni discursos teológicos profundos cuando el imaginarios descrito se presenta a la mente del crédulo: el padre, la madre... son vivencias.
8. Tanto las imágenes como las amenazas del infierno con los castigos inherentes y, sobre todo, el aspecto positivo de una promesa del cielo, se asocian a determinadas conductas que, en principio, nada tendrían que ver con tales predicciones. El discurso religioso busca de manera aversiva crear “sensación de pecado” en el individuo, como situación que se torna inaguantable. Pero, he aquí la manera de adscribir el individuo a la organización: ésta proporciona la posibilidad de expiar la culpa o ser absuelto por ella. Y, por el lado positivo, es el vehículo o el canal por el que discurren los medios para conseguir la felicidad: sacramentos y demás artilugios mentales creados por la imaginería teológica.