La inspiración que se hace fe.-
| Pablo Heras Alonso.
En persona que ya posee el “uso de la razón”, el primer impulso para creer pudiera venir de la “inspiración”, un sentimiento confuso de “algo” –eso de que “tiene que haber algo más en esta vida” de todos los que barruntan que no todo se reduce a trabajar, comer, dormir y fornicar--, un inconcreto sentimiento de infelicidad, un deseo de asentar la inestabilidad del paso del tiempo...
Si dicha “inspiración” ahonda un poco y trata de definirse, puede apelar a la razón para explicarse, a no ser que ésta se encuentre tan ofuscada por el diario vivir que sea incapaz de concretar en ideas, en palabras en suma, lo que siente o percibe.
Pero aquí es donde se genera el conflicto. En el ínterim puede que la costumbre haya establecido el marco donde inspiración y razón han de moverse, del que es imposible salir porque más allá está la nada, esa nada ya intuida por los primeros filósofos griegos.
He ahí los tres pilares en que se asienta la creencia: intuiciónvaga; razón que no razona; costumbre que impone. Con cualquiera de ellos, haciendo malabarismos funambulistas, se puede sostener la fe.
La fe es una persuasión dolosa de la razón. La fe convertida en un acto de persuasión de la nada, que no de convicción racional. Como no les queda más, apelan a la convicción del creyente en sus dogmas. Es más fácil convencer a un crédulo si se pone a pensar que a un creyente pensativo.
Decir que Dios es “sensible al corazón”, gritémoslo bien alto, es una patochada. “Corazón”, “sentimiento”, “impulso”, “voluntad”, querer creer... todo ello son procesos de la razón. La voluntad se hace creencia y termina en “prácticas”. El hombre es, entonces, un animal “práctico” que no discute sus rutinas.