La luz cegadora de la fe (y tan cegadora).

Una excusa mil veces repetida para defensa propia es que la religión hace al hombre mejor. La única respuesta a tal verdad es tautológica: Sí, hace al hombre mejor... hace al hombre mejor creyente.

Y también más ciego y, como tal, cómplice de los actos realizados en su nombre.

¿Por qué son incapaces de ver las razones de los demás? Cuando al creyente se le han puesto delante razones de todo tipo –doctrina, paradojas, absurdos, contradicciones, mentiras incluso, tergiversaciones, historia, testimonios existenciales-- ¿cuál es la fuente de tal ceguera crítica? ¿Por qué esa cerrazón mental? ¿Por qué tratan de excusar la evidencia? Y, sobre todo, ¿por qué ni siquiera son capaces de ponerse a pensar en ello?

Podríamos aventurar algunas razones por aquello de no profundizar más en algo que, para su mal, sólo "a ellos" les afecta:

 que su cerrazón radica en inteligencias "ad limina", inteligencias viciadas, adormecidas, limitadas, algo no probable, dado el empaque intelectual de sus pastores.

 o quizá que sea producto de la represión mental y por tanto de la ausencia de sentido crítico y de capacidad para enjuiciar los actos propios.

 o quizá provenga, y esto es lo más probable, de una ceguera, voluntaria o inducida, de los sentidos y de la razón contrariada

 pudiera ser por no enfrentarse a los sentimientos que les embargan y que temen perder con la pérdida de la anuencia a la credulidad

 y asimismo, por el miedo a romper con la niñez mágica.

La creencia es como la lámpara para las mariposas: atrae, seduce, ciega y quema. A esta predisposición "natural" del crédulo a creer y a ese poder de atracción de la creencia, hay que añadir los propios sistemas de autoprotección que la misma creencia tiene : cualquier ataque racional contra ella conlleva el sentimiento de culpa por el pecado cometido.

La creencia es una neurosis para el sustrato emocional y un delito contra la razón.

No hay que ser permisivos ni tolerantes con la "creencia adoctrinadora". Esto que podría parecer un contrasentido para quien mantiene una ética racional, no lo es. Con las personas –hombres y mujeres que sienten, viven, padecen, piensan, confían, actúan...—hay que ser no sólo abiertos sino también solidarios, en consonancia con el discurso de una ética humana. La doctrina, el concepto, el sistema, la organización es lo que hay que demoler. Se puede acoger a la persona que confía en sus "dioses salvadores", pero hay que destruir esos dioses para la persona se salve por sí misma. 13 julio 2010
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