Nuestro negro futuro como luminoso reto.
| Pablo Heras Alonso.
Nuestras fuentes de información son inagotables. Sin embargo las noticias no invitan al optimismo en este mundo cada vez más desquiciado que no logra hacer prevalecer la paz y la justicia. A pesar de los progresos en ciencia, técnica y pensamiento, los hombres siguen dirigidos por sus instintos. Para consolarnos o para engañarnos nos preguntamos si quizá la realidad no responda a la crispación que transmiten los noticiarios, aunque sea esa la apreciación que transmiten.
La sociedad está rota en muchas partes de la Tierra, o al menos lo parece. Y nos lo puede parecer porque el tiempo que radio y TV dedican a noticias adversas supera ampliamente en porcentaje a las noticas positivas.
¿Pero es culpa del mensajero, de quienes transmiten lo que sucede en cualquier parte del mundo? En modo alguno. Podrán ser conflictos regionales, pero el dolor se transmite como relámpagos de tormenta y azota la conciencia de las personas de bien. Hay una reacción positiva, que puede redundar en movimientos sociales para alzar un muro frente a la barbarie.
Todavía no sabemos o más bien seguimos en la duda de si la conciencia colectiva será capaz alguna vez de detener a quienes disponen de suficiente poder para hacer lo que su egolatría genocida les dicta. El hombre con poder contra los hombres, cuando éstos no disponen de medios para detener al sátrapa.
Aparte de situaciones donde el volcán de la violencia vomita guerras enquistadas, el mundo vive hoy en una tormentosa inseguridad, en un desequilibrio a veces angustioso, y navega por un proceloso piélago donde naufragan tantos deseos incumplidos y tantas necesidades inaplazables.
El campo de cultivo donde fructifican una y otra vez las malas hierbas de la violencia, se puede centrar en las enormes diferencias entre países, entre grupos sociales y entre individuos. Muchos estados están quebrados, como vemos en todo un continente, África; otros pretenden erigirse en rectores de la humanidad, como EE.UU., China, Europa sin mucho entusiasmo, Rusia; no podemos olvidar estados regidos por constituciones alienantes, como casi todos en los que rige a ley islámica.
Siempre he pensado que la personalidad, carácter y psicología evolutiva del personaje que rige una nación influyen poderosamente en el rumbo que da a su política. Los tiranos lo son desde su infancia lo mismo que líderes endiosados. Ejemplo tópico, Stalin. Conseguido el poder, el país se siente acogotado y se ve incapaz de reaccionar.
Añádanse las ideologías perversas surgidas en el siglo XX, la primera de ellas el comunismo, que ha provocado millones de muertes y miseria social. Pero ha habido otras no menos letales, ideologías religiosas; nacionalismos que dividen individuos, familias y sociedad; conflictos étnicos o raciales…
Y respecto a las desigualdades sociales, la situación del mundo es todavía más sangrante, porque hay personas que acumulan ingentes patrimonios superiores a muchos estados mientras grandes grupos de población viven en la miseria.
En todos los fenómenos anteriores, es el hombre agente y sufriente de todo ello, para bien y para mal. Pero hay otros elementos a considerar que inciden también en la desestructuración del hábitat humano: el aumento geométrico de la demografía mundial, la superpoblación, que en menos de cien años ha pasado de menos de mil millones a ocho mil; la explotación descontrolada de recursos naturales; la destrucción de hábitats biológicos; la desertización de extensos territorios; las migraciones; la degradación del ambiente; la excesiva concentración en ciudades con la consiguiente despoblación rural.
Cierto es que la vida se ha tornado más fácil en la sociedad moderna, que el hombre ha superado inimaginables retos científicos, que los avances en medicina ha conseguido alargar la vida media y que ésta sea más saludable y grata, que el nivel de vida haya mejorado sustancialmente, pero…
Tales avances no pueden hacer olvidar lo dicho anteriormente. La información puntual da cuenta de lo difícil que es la vida en muchas regiones de la Tierra, los desastres se conocen al instante y el sufrimiento se vive con angustia en el ánimo de quien lo escucha.
Una y otra vez el hombre de bien se pregunta qué hará cambiar al mundo. Y sabe o presiente con pesimismo que no hay recetas mágicas para ello.
Las medidas de política mundial, ONU por ejemplo, se han trocado en ineficaces si alguna vez sirvieron para algo; los países más poderosos sólo trabajan para satisfacer su egolatría y su propio interés; la justicia internacional se sortea con facilidad… ¿Qué hacer?
Se podría pensar en las religiones, pero ¿cuál sería el papel que jugarían las religiones en el siglo XXI? ¿Se puede confiar en ellas como agente de transformación social, sabiendo que el hombre cada vez desconfía más de promesas hueras y de realidades fantasiosas? Creemos que no, como mucho podrían servir para lo que han servido siempre, de consuelo. Los clamores papales, por ejemplo, contra guerras o hambrunas no tienen eco alguno en los oídos de sátrapas sórdidos creídos de impunidad absoluta.
Se hace necesario confiar. Confiar en el talento para crecer, en la buena voluntad para entenderse, en la creatividad para superar problemas, en la solidaridad y en la empatía ante el dolor del mundo y en que la justicia universal se imponga con la fuerza necesaria para domeñar las malas acciones. ¿Cuándo llegaremos?