¿Quién osará alzarse contra Dios... o denostar a su Iglesia? (2)
Vengamos al otro asunto, el de la ausencia o parquedad de pensadores que se han enfrentado a las creencias de modo categórico y el porqué de la pasividad de otros muchos. ¿Por qué no han proclamado a los cuatro vientos la falsedad de las creencias, el engaño sistemático, el aprovechamiento de los ignorantes y por qué no lo han denunciado?
1. Comencemos por aquellos destinatarios primeros del "id y enseñad", el entramado social donde germinó el cristianismo, helenos y romanos. Estamos refiriéndonos en todo momento al estrato social culto, ése que era capaz de discernir lo verdadero de lo falso, que podía enjuiciar más certeramente dónde estaba el grano y dónde la paja, cuya sabiduría ejercía un poderoso influo en la sociedad...
¿Cómo es que Pablo de Tarso (Act. 17) fue rechazado por filósofos epicúreos y estoicos en el areópago de Atenas si les llevaba el pensamiento salvador más espiritual que habían oído en su vida? El orgullo paulino sufrió tal revolcón que a partir de entonces desistió de convencer a los "sabios de este mundo". Su orgullo se lo prohibió y... a la fuerza ahorcan o hacer de la necesidad virtud.
Ambos, griegos y romanos, primero tomaron tal religión como una más; posteriormente sus creencias en un dios encarnado, crucificado y resucitado les produjo entre hilaridad y estupefacción, tomando con sorna e incredulidad el que pudiera haber personas que defendieran tales absurdos como exclusivos y verdaderos; finalmente, cuando vieron que el virus crédulo se extendía, cuando se convencieron de que tal creencia monolítica era un peligro para la estabilidad social, alzaron su voz --legal y doctrinal-- contra esa nueva y perversa doctrina.
Y desde nuestra perspectiva –contemplando las cosas desde el Empíreo divino, es decir, con los ojos de Dios— algo sorprende: o falla este Dios despreocupado, que no supo insuflar la gracia de la fe en las mentes griegas y romanas… o las doctrinas cristianas eran tan falsas como parecían. ¿Por qué? Porque, veamos, aparece en el mundo, "al fin", la revelación verdadera; tal "buena nueva" Dios la había tenido escondida desde el principio de los tiempos (ab aeterno, como gustan en decir); la tenía reservada para “este” tiempo; la anuncia el mismísimo Hijo de Dios con milagros incluidos… ¿Y los romanos no saltan de gozo? ¿Y los romanos la tildan de “superstición perniciosa”? ¿Y los romanos les persiguen? Algo no cuadra.
2. Pero la cantidad --masas incultas, gente de baja condición, esclavos, personas que nada esperaban de la vida...-- hizo la calidad: esta "perversa religio" triunfó y fue elevada a la condición de religión de estado. Se acabó la herejía, quedó cercenada de raíz toda disidencia, el poder salvador de Jesucristo se impuso. ¿Cómo? ¡Por la fuerza! Algo sigue sin cuadrar.
A partir de entonces, la razón fundamental por la que el pensamiento heterodoxo, disidente o discorde no intentó rebelión alguna o no pudo extenderse fue el MIEDO. Sobrados ejemplos tenemos en el presente (dictaduras, o países fundamentalistas islámicos, por ejemplo) como para no saber cómo funciona el imperio del miedo. La sociedad cristiana occidental, en relación a la fe, ha vivido durante siglos sometida e impregnada de miedo.
El poder clerical, el poder coercitivo de la Iglesia apenas si podemos hoy vislumbrarlo. El disidente ha sido masacrado durante siglos. Quizá nuestra imaginación pueda calibrar lo que podía suponer el achicharramiento de un vecino, de un amigo, de un conocido… tan solo por algún comentario nimio respecto a las “esencias” de la fe.
La noticia de que alguien había desaparecido (en las mazmorras), de que a tal familia le habían confiscado los bienes, quedando sus hijos en la más absoluta miseria, de que tales y tales comparecerían ante el Tribunal de la Fe, de que tal día se celebraría en la Plaza Mayor un Auto de Fe, de que una docena serían quemados a las afueras de la ciudad…. constituiría un revulsivo tremendo en las mentes populares y en la consideración de las cultas.
Y no digamos nada de aquellos que ya habían sido encausados y “liberados” tras su expurgación. Fray Luis de León lo debió tener claro, tras cinco años en la cárcel ("Del monte en la ladera - por mi mano plantado tengo un huerto..." fue la consecuencia); Galileo no volvió a publicar nada, encerrado en su casa hasta su muerte…; Kepler tuvo que huir de una ciudad a otra, recordando el caso de Giordano Bruno; Descartes se curó muy bien de publicar alguna obra ¡científica! por miedo a la Inquisicón... Y así miles y miles de casos.
3. Como consecuencia de ello se fue instalando en la mente popular un fuerte sentimiento de acatamiento a lo establecido y de fidelidad a determinados hábitos sociales, a la par que una certeza de la verdad propagada por núcleos de poder insignes, de los que no se podía dudar. Esa presión social siempre ha sido un revulsivo contra elementos sociales discordantes o disgregadores.
4. Como añadido o corolario de lo anterior, habría que anotar la carencia de medios para expresar y propagar la disidencia. El entramado burocrático de la credulidad no tiene parangón, ni siquiera hoy día. ¿Dónde podían expresar sus ideas aquellos que apenas si tenían lo necesario para comer? ¿Cómo podían alzarse contra la mano que hacía posible su sustento? ¿De qué medios se podían valer, carentes de púlpitos o ámbitos donde reunir a la plebe? ¿Podían exponerse las imprentas a ser clausuradas o destruidas? Hete aquí personajes preclaros que, de la noche a la mañana, se encontraban sin ciudad, sin amigos, sin apoyo de las autoridades…
5. Lo hemos dicho en el punto 2º, pero insistimos. Cuando alguien se atrevió a discrepar hasta en detalles nimios, su voz fue al punto acallada: estaban los burócratas de la fe, los que juzgaban, pero también estaban los “familiares”, aquellas que velaban por la ortodoxia del vecindario, de los compañeros de trabajo, de tertulia e incluso dentro del ámbito familiar. Doquier reinaba la intolerancia, el fanatismo, la violencia.
De todos eran conocidas las condiciones de las mazmorras eclesiásticas o civiles, el poder iluminador que tenían las hogueras, los genocidios propiciados por la tribu dominante, la creyente… De ahí las guerras de religión que han asolado durante siglos el suelo europeo, el degüello mutuo practicado secularmente entre facciones de creencias opuestas… Muy loca o como mucho osada tenía que ser la persona culta para implicarse en tales aventuras.
6. ¡Por supuesto que se han publicado libros, tratados, panfletos y libelos denunciando el error y la irracionalidad! ¿Y cuál ha sido el destino de tales publicaciones? Obras quemadas y pensamiento raído de la memoria.
Y fue así desde los inicios oficiales del cristianismo. Un ejemplo, el filósofo Porfirio: sus obras fueron sistemáticamente buscadas en las bibliotecas y quemadas. De los 15 tomos de su obra “Adversus christianos” sólo quedan algunas citas. Incluso aquellas obras con citas textuales y referencias a Porfirio fueron siendo apartadas de la circulación: el nombre de Porfirio debía quedar en el olvido. Recordemos al “historiador” (falseador) Eusebio y cómo sus tratados contra Porfirio fueron arrinconados. Hacia el siglo V la destrucción de obras “paganas” fue tan sistemática y meticulosa que Juan Crisóstomo, “Boca de Oro”, se permitió decir: “Ha desaparecido de la faz de la tierra todo resto de la literatura y de la filosofía de los tiempos antiguos”.
7. Las pocas horas de vida de la “nueva espiritualidad eclesial”, la que nace del Concilio Vaticano II –la vivencia, el amor, la comprensión, la mansedumbre-- no pueden suprimir o hacer olvidar lo que la Iglesia ha sido durante más de mil quinientos años. Se dice pronto, “durante más de mil quinientos años”…
El poder de la Iglesia durante todo ese tiempo ha sido descomunal. Su poder ha sido mayor que el de la mayoría de los estados, superpuesto y por encima de ellos. Los intereses creados han sido determinantes para eliminar cualquier disidencia: trabajos directos propiciados por la Iglesia, gran cantidad de intelectuales, doctores, eruditos, investigadores, artistas o simplemente pensadores dependientes de la Iglesia. ¿Cómo enfrentarse a ella?
Los propagandistas y apologistas de última hora se permiten asegurar la gran religiosidad de, por ejemplo, los músicos: Josquin, Palestrina, Victoria, Bach, Haydn… Mucho habría que decir porque apenas si quedan obras donde se pone en evidencia el anticlericalismo de muchos compositores, la denuncia del libertinaje clerical, la avaricia de tales o cuales prelados… “Peccata minuta”. ¿Podían hacer otra cosa si de la aceptación dependía su sustento?
8. Y no olvidemos el maridaje de la Iglesia cristiana con el poder civil. Cada uno defendiendo su parcela de poder, con momentos de confrontación pero siempre con el sano propósito y la velada intención de tener al pueblo sumiso y sometido. Y con reyes y tiranos “más papistas que el papa”. ¿Quién podía ser tan osado de enfrentarse a tamaños monstruos?
La Iglesia que nació del Edicto de Milán traicionó las esencias doctrinales de su libro de cabecera, los Evangelios. Y los siglos posteriores traicionaron hasta su misma Tradición, esa que refulge en escritos de paz y amor... ¡Cuánto engaño!
La mansedumbre que predicó el Maestro y que practicaron los primeros cristianos desapareció del horizonte, al menos del horizonte que ha pasado a la historia, el de los papas, arzobispos y obispos cuando lograron tener la sartén por el mango.