El poder de la zanahoria.

Y es que, cuando nos ponen ante las barbas, pobladas o lampiñas, algo seductor, fascinante, deleitable, nos obcecamos de tal manera que buscamos autoconvencernos de que ese bienestar es trascendental para nosotros. Y hacemos lo imposible por alcanzar esa placentera zanahoria.
¿Quién no se ha sentido atrapado por la publicidad? Felicidad garantizada, salud a prueba de bomba, dinero fácil de conseguir (pero difícil de de amortizar); seguros de vida (que resultan ser de muerte porque las cuotas mensuales son de infarto), prodigiosas operaciones estéticas para embellecer, productos milagrosos para adelgazar, incluso para evitar el envejecimiento…
Estaríamos tentados de decir que el marketing es un invento diabólico. Porque la mercadotecnia persigue dos objetivos primordiales: Ganar clientes y fomentar la incondicional fidelidad de los incautos.
Felicidad es igual a consumo. Nos vuelve compulsivos. Servimos a nuestro dios particular a través de la mercancía, a la que otorgamos un valor que no se corresponde con el valor real. Así, la felicidad no la proporciona el “valor intrínseco” del producto sino el “valor emocional” que le da el individuo respecto a sus fijaciones. El objeto tiene la capacidad de ofrecer seguridad al sujeto que lo adquiere. Y se acaba relacionando la mercancía con la “libertad” misma. Cuando, en realidad, lo que se produce es la confirmación del aforismo: “lo que posees, acabará poseyéndote”.
El deseo es inherente a la vida. Se trata de una respuesta o reacción, más o menos intensa, hacia todo aquello que deleita o produce disfrute. El deseo crea un movimiento hacia lo que codificamos y sentimos como agradable. Pero no nos basta con disfrutado, sino que queremos mantenerlo, intensificado y perpetuado, hasta generar una adicción. Y surgen el afán de posesividad y el aferramiento y, posteriormente, el miedo a perder el objeto del deseo. Y esto ocurre en todos los órdenes de la vida. No sólo en la civilización del bienestar.
También la religión usa el marketing para convencer. En su reclamo se vale de determinados medios capaces de suscitar la pertinente y adecuada reacción en el consumidor. Ganar adeptos y fomentar la fidelidad. En términos técnicos se denomina iniciación, proselitismo, evangelización, catecumenado…
Desde que tenemos conocimiento de la historia, el hombre ha estado obsesionado con poderes superiores que escapan a su comprensión. Por eso, inicialmente, la religión libraba al hombre de los poderes maléficos de la naturaleza; luego, de los poderes imaginarios de númenes inconcretos.
Cuando las civilizaciones empezaron a ser más complejas, el reflejo de las creencias religiosas actuó en consecuencia. Cada lugar generaba una cultura que, a su vez, se reflejaba en los mitos y en los cultos correspondientes.
Desde el primer momento, ciertos miembros destacados del pueblo empiezan a usar los cultos como forma de poder. La definición de fe se limita a tomar algo como verdad absoluta por pura y simple confianza. Sin atender a razonamientos ni a pruebas. Es por este motivo por el que quien lidera un culto tiene a su disposición una serie de personas que tomarán incondicional y devotamente cualquier cosa como verdad.
Hasta llegar al dogmático aforismo “la fe mueve montañas” (para ese propósito, es más eficaz el TNT). Estos líderes se autoproclaman y se erigen en “administradores de la divinidad”. A partir de este contexto, se producen los dogmas, los ritos, los mitos y los timos .
Abro un paréntesis. A propósito de “timos”, me surge un curioso interrogante. ¿Por qué varios de los inmortales timos callejeros llevarán nombres religiosos: el “timo de la estampita”, el del “nazareno”, el de la “biblia”…? ¿No será por lo de “crédulos”? Cierro el paréntesis.
Hoy abundan la inseguridad, las fobias, el temor a un futuro incierto, a un accidente, el miedo a la soledad, la incomprensión, la posible carencia de medios de vida, la enfermedad incurable, la incógnita del más allá... Añádanse en cada caso todos los elementos provocadores de los miedos. Necesitamos liberarnos.
Por eso, resulta fácil encontrar o inventar seductoras teorías agradables al oído, cálidamente plausibles, y que incluso adornen la vida de un cierto aire trascendente y sublime. Para todo encuentra el crédulo remedio o bálsamo en la religión. Medicina sagrada al alcance de todos, homeopatía divina eficaz: oración y fe.
Pero no bastan tales especulaciones para que esas propuestas sean verdaderas y efectivas. Porque eso significa, en román paladino, “tomar el rábano por las hojas”.
¡¡Lo que seduce una suculenta zanahoria...!!