La religión abusa de los menores. Circuncisión judía.

Hemos traído a colación en el artículo anterior un asunto, el del ABORTO, respecto al cual, cuando menos, pueden ser discutibles las distintas posturas. Pero en éste de la circuncisión no hay nada que discutir, no se entiende cómo la sociedad puede permitir una práctica cruel, inmoral e innecesaria que sólo se mantiene por atavismo y adscripción a un clan.

En los países occidentales se persigue de oficio a aquellos que practican en las adolescentes la ablación del clítoris. Y de esto mejor no hablar, porque sería para correr a zurriagazos a aquellos que lo prescriben, defienden y practican. El sempiterno presupuesto de que las mujeres, por ser cada mes como son, son impuras. ¡Qué miserables contraventores de la Naturaleza!

Sin embargo todavía no se ha oído a nadie que toque siquiera de manera tangencial el asunto “circuncisión”, algo que se debería desterrar sencillamente por inmoral. ¿O sí? Por más que lo rodeen de rito y fiesta, es una tortura realizada sobre un ser indefenso, el bebé de pocos días. ¿Alguna vez la Iglesia Católica ha clamado por esos “inocentes” sometidos a tortura? ¡Claro, como Jesucristo lo fue, hasta le organizan también a él una fiesta!

Está por llegar el día en que una madre, haciéndose partícipe del sufrimiento del bebé, interponga la querella correspondiente ante un juzgado para que quede desterrada esta praxis perversa. No hay razones que justifiquen la tortura, menos las razones religiosas.

Veamos esta irracionalidad bajo otro punto de vista: ¿no podría cualquier médico, aduciendo razones profilácticas, circuncidar por su cuenta a todo niño “católico” nacido en su hospital? Pues lo que parece una aberración condenable, se justifica por motivos... ¿qué motivos?

De nuevo aflora aquí, como en todas las religiones, el asunto sexual. Es evidente lo que pretenden las religiones: encauzar, aplacar, reducir o eliminar el “peor” de los instintos”, religiosamente hablando, el sexual. Quizá porque conlleva un acto creador y creador sólo hay uno. En las mujeres, parece que la finalidad es clara, pero ¿y en los hombres? No se sabe por qué.

Apelemos a sus propios presupuestos: ¿no es de suponer que si en algo se habría de esmerar el creador, el que creó a todos los seres que se reproducen copularmente, sería precisamente en el órgano encargado de que la especie se perpetuara para seguirle alabando per saecula saeculorum amén? ¿Por qué esa manía de todas ellas en enmendar la plana al supuesto creador?

Intentemos, de todos modos, comprender sus motivos. ¿Cuál puede ser el origen de tan siniestro rito? Obviamos aquellos motivos que no son sino tonterías –y los judíos no son menores en esto que el resto de los crédulos—como que Adán nació circunciso por ser semejante a Dios (¡); o que también Moisés nació circuncidado (porque no se menciona en la Biblia que fuera circuncidado). ¡Qué genialmente simples son estos rabinos!.

Hablan de varios motivos, uno, la circuncisión como símbolo de entrega a Dios, como ofrenda, como sustitución de los sacrificios de animales o de hombres. Otro, más evidente, la máxima aniquilación del aspecto placentero del placer sexual. Es evidente tal intención cuando se ceba en la mujer (me pregunto si serán mujeres sacerdotisas las que realizan el mismo acto con los hombres). Otro, que la circuncisión refuerza la solidaridad étnica.

Ya desde antiguo, conscientes en el subconsciente de la perversión de tal práctica, se trató de justificarla. Maimónides fue el más grande pensador judío. Fue también médico, poeta, matemático, filósofo, talmudista... Nació en Córdoba (1135-1204) pero a los 13 años dio inicio su “peregrinación” por Marruecos, Palestina y Egipto, huyendo del fundamentalismo almohade. En Egipto ejerció como médico del visir de Saladino. Su pensamiento busca conciliar la filosofía de su tiempo, aristotelismo, con la fe judía. Publicó numerosos tratados (entre ellos uno sobre la curación de las hemorroides).

En su magna obra “Guía de Perplejos” trata de explicar el por qué de la circuncisión. Refuta varios motivos, como el de aminorar la cohabitación y mitigar el poder de este órgano sexual o que el hombre tenía que perfeccionar lo que la Naturaleza no completó. Oigámosle: “Que la circuncisión atenúa la incontinencia y hasta disminuye la voluptuosidad es cosa que no admite duda, porque si desde el nacimiento se hace sangrar a ese mimbro, quitándole la cobertura, quedará indudablemente debilitado”.

Y volviendo al asunto del “abuso de menores”, Maimónides no da otra razón para mantener esta práctica que haber sido –supuestamente—ordenada por Dios. Y además aboga por llevarla a cabo cuando la persona es un bebé porque “si se dejara crecer al niño, se correría el riesgo de que no la practicara; [además] no sufre tanto como sufriría un adulto, porque su miembro es tierno y él tiene todavía una imaginación débil... [además] el padre no tiene todavía un gran amor al hijo...”

La debilidad de tal argumentación es bien patente según cristerios de nuestro tiempo.

Pues lo dicho arriba: hay que denunciar ante el juzgado estas prácticas. Que venga el juez de turno, Marlasca si regresa, a cubrirse de gloria terminando con algo de lo que, con seguridad, abominan la mayor parte de los judíos que piensan (los otros al juzgado).

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