La tergiversación como punto de partida.

Refutar sin leer y con fundamento en los propios prejuicios

He asistido por obligación cortés a un misa. El párroco estaba enfermo y era el segundo o tercero de a bordo el oficiante. No sé si el hecho de ser segundo o tercero en el escalafón, sobre todo en tareas doctrinales, deprime y encorajina. Parecía, en su sermón, que quería hacer méritos… sin conseguirlo, porque los papeles leídos apenas si llegan al auditorio.  

Su sermón daba por sentadas varias cosas: que quienes no van a misa profesan un odio visceral a la religión; presuponía en quien no sigue los dictados píos, corrupción de costumbres; si el “mundano” habla en contra de los que creen y de lo que creen, es un analfabeto compulsivo, un desconocedor de lo que es la gracia y el plan de Dios; si se opone a la presencia de lo sacro en la vida civil, siendo desde luego  impío y anticlerical, entra en la categoría más o menos de terrorista. O casi.

Las más de las veces todos aquellos que entran a refutar doctrina, opiniones, escritos, ensayos, libros… presuponen que “el otro”, el que pone a la credulidad en su sitio,  ha dicho o querido decir algo que ni ha dicho ni ha querido decir. Esto que es verdad en cuanto a conductas extrañas a la religión, lo es todavía más cuando juzgan escritos del pasado. Escritos que con seguridad no han leído y que sólo refutan de oídas. La Iglesia con su infinita sabiduría ya ha juzgado, saben que tal autor es contrario a las ideas clericales y para ellos cualquier cosa que diga es nefanda, censurable y digna de castigo.

Algo parecido hemos visto en los ulemas, en los “guías” musulmanes, lanzando “fatwas” a diestro y siniestro a poco que Mahoma aparezca en los papeles. ¿Quién les informará, y cómo, de lo que en tal o cual periódico o libro se dice?

Algo que he constatado en escritos de la Jerarquía católica es que, al menos, conocen lo que refutan. Recuerdo algunas Encíclicas contra el Modernismo: Mirari vos de Gregorio XVI; Quanta cura y Syllabus de Pío IX; y sobre todo Pascendi dominici gregis de Pío X. Para condenar algo, hay que conocerlo previamente. En determinados círculos, y épocas, era más efectivo y efectista condenar al mensajero. La doctrina ni se conocía ni importaba.

Me da la sensación de que algunos tienen un problema serio relacionado con el miedo  a la verdad. O bien el temor a que, cuando entran “a fondo” en lo que quieren defenestrar, primero llegan a entender de qué va la cosa, quizá, pero luego, les parece razonable. Por ende, saben que corren el peligro de admitirlo y... ¡puede que lleguen a convertirse! Conocido el peligro, como lo conocen, prefieren no saber. Se vive bien en la casa del padre/Padre

Y todos son iguales, sean sacerdotes, rabinos o imanes. No saben lo que piensan sus oponentes; no se paran en las ideas, van contra las personas; lanzan diatribas contra fantasmas creados por ellos con trapos sueltos. En el fondo una burda tentativa de tergiversar cualquier argumentación, filosófica o de sentido común, contra la religión.

Por eso, tal como sucede en cualquier diálogo, cuando descubren lo que piensa el otro se llevan sorpresas mayúsculas. Y como hasta ahora han sido ellos los intérpretes tanto de su verdad como de la mentira [de sus oponentes], no había forma de que el vulgo supiera lo que piensa “el otro”.

De ahí que los prejuicios y hábitos mentales hayan echado raíces tan potentes en la mente de los fieles: la palabra “ateo” suscita hasta miedo; decir “los masones” suena hasta duro al oído; “hereje” es lo peor que le podrían llamar a un creyente; “comunista” es poco más o menos asesino... (en este caso lo es).

Cuando ese creyente percibe ensañamiento, desconocimiento, ataques infundados en ese sacerdote canijo o memo, la desconfianza araña la piel de la creencia ciega. Es entonces cuando  surge un interés, aunque mínimo, por los enemigos del alma.  Y descubre que la mayor parte de las veces le han engañado.

Eran Lutero y Voltaire. Cuando, tras leer sus biografías accedí a las obras, ya no me parecieron ni depravados ni malvados ni satánicos. Dos grandes hombres. Que tenían más razón desde luego que sus contrarios, santos todos ellos.  

Dígase lo mismo de otros científicos o pensadores. Es cierto que hoy día muchas de las aseveraciones de Freud están puestas en entredicho. Se equivocó en la generalización de su diagnóstico, pero... Hay que gritarlo muy fuerte: aun equivocándose, aun errando, son más creíbles que toda la sarta de doctores de la Santa Madre Iglesia. Es la diferencia entre estar leyendo historia o estar leyendo novela de la historia.

Es un pensamiento que comparto con muchos que se dedican a escudriñar los misterios de la naturaleza y que así lo afirman: que con los medios actuales no se pueden saber los porqués de muchas cosas que suceden o existen en la naturaleza; que  quizá nuestro cerebro no dé más de sí y por eso no pueda llegar jamás a comprender determinadas cosas y puede que queden indefinidamente sin explicación. Pensar esto no es ni rebajar al ser humano ni tener que aceptar explicaciones inexplicables. Por ejemplo, Dios.

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