Capirotes y Procesiones

Nos sale al paso el diccionario con seriedad y cultura semánticas y nos refiere que “capirote”, aunque fonética y forma pudieran dar otra impresión, es término honorable, venerando y sagrado .Nada más y nada menos que “es un cucurucho de cartón cubierto de tela que usan los penitentes en Semana Santa”. “Procesión” es “el acto de ir de un lugar a otro, muchas personas con algún fin público y solemne, por lo común, religioso”. En el marco de la Semana Santa, y siempre, resultarán ser de utilidad, actualidad y provecho las siguientes sugerencias:

. “Capa parda” o “cabeza” –capuz- son los cimientos latinos originarios del vocablo capirote. Pensamiento, vestido y formas de ser y de comportarse por parte de quienes voluntariamente eligieron tal prenda para determinados momentos de su vida, son elementos de juicio dignos de ponderación y de estudio, con el compromiso que entrañan.

. La capa y su capirote revisten y expresan comunitariamente una actitud religiosa-cristiana- que desde tiempos pretéritos enunciaban y confesaban la realidad de una fe y de unos sentimientos. Estos, sistemáticamente, coincidían con los propios del tipo de las procesiones con el que se correspondía, que era y es el de las llamadas “penitenciales”.

. Estas eran -y son todavía en algunos lugares y momentos-, vestigios y estelas de las “procesiones de disciplinantes o de sangre” en las que sus devotos participantes, con hachas o cirios, se sometían a la penitencia de ser azotadas sus espaldas en reparación de sus propios pecados, y de los ajenos, o en cumplimiento de alguna promesa.

. Aunque en raras ocasiones pudiera darse otra impresión, la verdad es que los capirotes son signos de religión verdadera, y que su uso entraña y proclama pensamientos y sentimientos cargados de emoción y de actitudes sustantivamente piadosas.

. Sólo en este contexto es obligado enmarcar cualquier problema o reflexión acerca del valor y del signo de los que sean, o puedan ser, portadores los capirotes, como en relación con el acceso a ellos por parte de las mujeres y de las autoridades eclesiásticas, que en las procesiones lleguen a hacer acto de presencia.

. Con todas las salvedades y respetos exigibles, es también obligado reconocer los no infrecuentes conflictos que se dan en la dirección y planteamiento de las Cofradías y Hermandades entre sus cargos y responsables seglares y la perdurablemente llamada “autoridad eclesiástica” encarnada, por lo común, en el capellán o en el “director espiritual”, con nombres y atributos de sacerdotes y, a veces, de obispos. Algunas de tales discordancias se suelen dar cita exactamente a propósito o en torno a las procesiones, con la extraña particularidad de que se centran en el orden y lugares que pudieran corresponderles a los considerados como “presidencia”. Todos -curas, seglares y obispos-, somos humanos y ya está, por lo que escandalizarse a estas alturas es tarea vana y ociosa.

. Reflexionando sobre el tema, que en ocasiones tanto inquieta a unos y a otros, resulta adecuada la determinación que se piensa adoptar por parte de Cofradías y Hermandades de que todos -absolutamente todos- los asistentes a sus procesiones, obligatoriamente han de ser portadores de su capirote. Del “absolutamente todos”, no podrá eximirse, ni la misma presidencia eclesiástica y aún la civil.

. Es de alabar tal idea, programa o propósito, entre otras razones porque los capirotes contribuyen a nivelar e igualar a jerarquía y laicos al menos en las procesiones, eliminan atuendos y emblemas diferenciadores, torna a todos a la bendita condición de pobres, de pecadores y de efectivos “cofrades” y “hermanos” devotos del titular o titulares -Cristo, la Virgen o los santos- que les dan nombre, color y estilo a cada Cofradía o Hermandad. En las procesiones -también en la de la vida, dado que toda vida es una variada y variable procesión-, la introducción y práctica del capirote es ornamento imprescindible para demostrar la pertenencia a la común-unión que conlleva y exige el hecho de la adscripción de cristiano y de militante en activo al servicio de la colectividad.

.Con rigor, humildad y datos históricos, es de obligado cumplimiento reconocer que la buena marcha de la mayoría de las Cofradías y Hermandades de España se debe en gran parte a la reiteradamente demandada condición de asociación y entidad, en la que los seglares, y no los clérigos, son sus directos responsables y organizadores.
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