Por Fín Guadalupe

Quede bien claro que “De Roma viene lo que a Roma va”, por lo que, quienes piadosa y crédulamente piensen que mantener la a-extremeñidad de Guadalupe y su territorialidad canónica toledana, es voluntad del Papa, o algo parecido, además de cometer una irreverencia, se descalifican por sí mismos, merecedores de que al menos en su calidad de cristianos corran el riesgo de ser tachados de infantiles a perpetuidad. Quede así mismo bien claro que a un servidor de ustedes, ni como escritor, ni como periodista, y menos como sacerdote, le place poder ser tildado de “monotemático” en relación con la situación canónica de Guadalupe, lamentando tener que seguirla, antes y después de percatarme de la existencia y atención que reclaman tantas otras cuestiones dentro y fuera de la Iglesia, que por su importancia y urgencia demandan reflexión y oraciones.

. El hecho es que Toledo- Toledo, es decir, su arzobispo, a veces cardenal, con título de Primado de España- con la anuencia condescendiente del de Tarragona-, es el principal valedor que tuvo y tiene la permanencia de Guadalupe y de la treintena de pueblos de la Comunidad Autónoma de Extremadura, en su esfera administrativa canónica, pese a legítimas reivindicaciones del pueblo y de sus autoridades, en este caso, tanto o más las civiles que las eclesiásticas.

. Dentro de un orden, hay que ser comprensivos. Toledo es –fue-, mucho Toledo. Alguno de sus cardenales fue intitulado nada menos que “Tercer Rey de España”. Otros fueron regentes. Su Señorío Eclesiástico rebasó linderos hoy inimaginables. El poseedor de las rentas más elevadas del reino en los tiempos imperiales de Carlos V y de su hijo Felipe II no fue ningún noble, sino el Arzobispo Primado, evaluadas ellas en 250,000 ducados al año y un censo de 1875 sacerdotes seculares, además de frailes y monjes. En la terminología de uso y abuso frecuente en la curia toledana, primaron los conceptos de “beneficio, señores, canonjía, magnates de alta nobleza, palacios, duques, condes, Priores de Órdenes Militares, regidores, escuderos, oficiales de casa y corte regia, vasallos, villas y lugares, castillos, casas fuertes y llanas, “ricos-omes”, prebendas, alto y bajo clero…”

. Esto no obstante, como la marca “Guadalupe”, por historia, devoción y rentabilidad fue y es tan conocida, o más, que la del mismo “Toledo” en algunas partes de la cristiandad, su adscripción a perpetuidad a la de la catedral primada es explicable que sea y se considere como noble –“noble”- empeño de quienes la rigen, al margen de otras consideraciones, aunque estas sean pastorales.

. Así las cosas, transcurrido ya tanto tiempo, con tantas y tan soberanas razones y bajo la inspiración de cualquier tipo de lógica, es obligado llegar a la infeliz conclusión de que, como no se haga uso de otros argumentos, que hasta puedan rondar la calificación de “excepcionales”, Guadalupe seguirá siendo toledana “por los siglos de los siglos, Amén”. Desgraciadamente tales argumentos son los únicos que con frecuencia “entienden “no pocos miembros de la institución eclesiástica, sobre todo si pueden ser presentados por los medios de comunicación social con visos de escándalo. Sin ánimo de prestarme a sugerir ideas, una “peregrinación- protesta” popular lograría notable éxito, con la convicción piadosa de que esta no desagradaría a “Nuestra Señora de las Villuercas”.

. Con el respeto que exige y supone el tema, su tratamiento hasta ahora ha sido denigrante –“ofensivo para la opinión pública”- extremeña. Es estrictamente ortodoxo confesar que obispos y sacerdotes de sus tres diócesis – y aún de la toledana-, han podido- y debido- hacer más de lo que han hecho hasta el presente. Ante situación similar en otras demarcaciones eclesiásticas de España hubiera sido impensable tal pasividad e inercia. Recuerdo – y echo de menos - actitudes y actividades sociales reivindicadoras de grupos de sacerdotes cacereños, en tiempos franquistas, de las que yo como periodista me hice entonces eco en prensa y radio nacionales.

. Releído el texto anterior, me reafirmo en la idea de que, con los procedimientos seguidos hasta el presente, aún con la mejor y más cándida de las intenciones, en los planos “canónicos” en los que se encuentra y ha de resolverse el tema de la reivindicación extremeña, por ahora no se verán coronadas las legítimas aspiraciones del pueblo extremeño. Es posible que en el contexto civil o ciudadano, un planteamiento similar ya se hubiera resuelto. En el eclesiástico, no. Es en él, hoy por hoy, muy reducida la capacidad de diálogo; larga, ancha y absurda la disposición a reconocer errores y a pedir perdones, amparados tal vez y antievangélicamente en alguna que otra brizna o pavesa de “infalibilidad”. Celebraría dialogar con quien, o con quienes, estuvieran en disconformidad con lo aquí sólo apuntado, adelantando que si en la elección de los obispos ya participara también el Pueblo de Dios, estos y otros problemas estarían resueltos… Cualquiera hoy está además, y por fin, convencido de que la renuncia a derechos sin contraprestaciones no tiene porque avergonzar a nadie y menos en la Iglesia.
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