Más Sobre el Fornicio
Ni demasiado maliciosos, ni desmesuradamente sagaces hay que ser para haber alcanzado ya hace mucho tiempo el convencimiento, generalizado por parte de la opinión pública, de que Iglesia y sexualidad se matrimoniaron entre sí para establecer una relación de sustantiva amistad doctrinal, siempre y en casi todo. La sexualidad y su ejercicio suelen presentarse religiosamente como signos inequívocos -tal vez supremos- de Iglesia. En la mentalidad popular inspirada por la Iglesia oficial, se es o no religioso, en función de cual sea el comportamiento respecto a la sexualidad. El de la “carne” se presenta como el pecado mortal por antonomasia, para la valoración del cual no cabe la llamada “materia leve”, por lo que todos son “mortales”, que inexorablemente llevan al infierno.
. El tema de la sexualidad y la Iglesia es, y será, siempre de actualidad. Adelantándome a tontucias y bobaliconas susceptibilidades, vaya por delante la advertencia de que la sexualidad- sexualidad es mecedora, a la luz de la fe, de reflexión catequística y de adoctrinamiento ético- moral. A nadie le será lícito dudar de su importancia, y no solo por razones religiosas, sino ético-morales y antropológicas. Pero vaya también por delante, que tal vez hasta con maliciosa frecuencia, la frivolidad con la que ha sido y es tratado el tema, es tal, que debiera sonrojar y avergonzar a muchos, con la seguridad además de que la presentación y desarrollo que le prestan apenas si son serios y científicos, tal vez, y por encima de todo, al dictado de complacencias juveniles o adolescentes, no exentas de machismos abyectos.
. La doctrina y el ejemplo de Cristo Jesús que perduran en los evangelios en relación con la sexualidad, a la vez que con sus comportamientos y enseñanza de tipo social, no se asemejan a las oficiales hoy de la Iglesia. Las condenas evangélicas por unos y otros conceptos y conductas no tienen parangón entre sí. Cuanto contienen y expresan los términos referidos a la sexualidad, es percibido y tratado por Cristo Jesús con mayores dosis de comprensión y misericordia que los relacionados con la justicia, la pobreza, el hambre, la responsabilidad, la libertad, el trabajo… Las “Bienaventuranzas” lo testifican con rigor fervorosamente dogmático y fiel.
. Recientemente uno de los obispos españoles afrontó de nuevo el asunto de la sexualidad, al que los medios de comunicación social le prestaron titulares tan sugestivos como “El obispo condena la fornicación”. Era lógico deducir que, de entre los comentaristas que desglosaron el adoctrinamiento episcopal, destacaran los que advierten que precisamente en la misma diócesis, cordobesa por más señas, otros muchos problemas sociales, políticos y también eclesiásticos, siguen estando, y estarán, a la espera de que la reflexión pastoral les proporcione la posibilidad de acaparar titulares tanto o más llamativos.
. De acuerdo con que la sexualidad, en cualquiera de sus manifestaciones, expresiones o vivencias, justifique la masiva convocatoria religiosa de cristianos. Pero de acuerdo también con que otras materias doctrinales, tanto o más devaluadas en la Iglesia, en su práctica y en su teoría, sean igualmente merecedoras de procesiones, letanías, romerías, marchas y manifestaciones, con la participación y presidencia de sus jerarquías.
. Posiblemente que una buena parte de la explicación del problema radique en la institucionalizada enemistad, por motivos canónicos y “religiosos”, existente entre la jerarquía y el resto del Pueblo de Dios, que le impide compartir las tristezas y las alegrías que entraña el ejercicio de la sexualidad en conformidad con las leyes impuestas por la propia naturaleza. A teólogos, pastoralistas y laicos formados en la doctrina de la Iglesia, les resultó muy ilustrativo el recuerdo del siguiente hecho, entonces muy polémico y comentado dentro y fuera de la Iglesia: cuando el Papa Pablo VI decidió promulgar su encíclica “Humanae Vitae”, recabó para su redacción la colaboración de 74 consultores que, como peritos, emitieran su opinión. La historia atestigua que, exactamente nada menos que 70 estuvieron de acuerdo en uno de los extremos en el que precisamente el Papa, pese a querer ser intitulado “experto en humanidad”, siguió el criterio de los cuatro peritos restantes, coincidentes estos con las posturas conservadoras, que volvieron a ser otra vez canonizadas.
. ¿Acaso no fue “palabra de Dios” la de los 70 consultores? ¿Tan solo lo fue la de los 4, a la que el Papa sumó la suya, con acaparamiento de la del Espíritu Santo, aún aislados de la opinión de la mayoría? ¿Tienen razón quienes piensan que buena y santa medida eclesial es la de “graduarse de hombres”, e intentar demostrarlo a perpetuidad, por oficio y por ministerio sagrados? Sin ser y ejercer de hombre –y de mujer- ¿será posible ser y ejercer de miembro –“miembra” (¡¡)- cualificado/a de la Iglesia de Cristo Jesús?
. El tema de la sexualidad y la Iglesia es, y será, siempre de actualidad. Adelantándome a tontucias y bobaliconas susceptibilidades, vaya por delante la advertencia de que la sexualidad- sexualidad es mecedora, a la luz de la fe, de reflexión catequística y de adoctrinamiento ético- moral. A nadie le será lícito dudar de su importancia, y no solo por razones religiosas, sino ético-morales y antropológicas. Pero vaya también por delante, que tal vez hasta con maliciosa frecuencia, la frivolidad con la que ha sido y es tratado el tema, es tal, que debiera sonrojar y avergonzar a muchos, con la seguridad además de que la presentación y desarrollo que le prestan apenas si son serios y científicos, tal vez, y por encima de todo, al dictado de complacencias juveniles o adolescentes, no exentas de machismos abyectos.
. La doctrina y el ejemplo de Cristo Jesús que perduran en los evangelios en relación con la sexualidad, a la vez que con sus comportamientos y enseñanza de tipo social, no se asemejan a las oficiales hoy de la Iglesia. Las condenas evangélicas por unos y otros conceptos y conductas no tienen parangón entre sí. Cuanto contienen y expresan los términos referidos a la sexualidad, es percibido y tratado por Cristo Jesús con mayores dosis de comprensión y misericordia que los relacionados con la justicia, la pobreza, el hambre, la responsabilidad, la libertad, el trabajo… Las “Bienaventuranzas” lo testifican con rigor fervorosamente dogmático y fiel.
. Recientemente uno de los obispos españoles afrontó de nuevo el asunto de la sexualidad, al que los medios de comunicación social le prestaron titulares tan sugestivos como “El obispo condena la fornicación”. Era lógico deducir que, de entre los comentaristas que desglosaron el adoctrinamiento episcopal, destacaran los que advierten que precisamente en la misma diócesis, cordobesa por más señas, otros muchos problemas sociales, políticos y también eclesiásticos, siguen estando, y estarán, a la espera de que la reflexión pastoral les proporcione la posibilidad de acaparar titulares tanto o más llamativos.
. De acuerdo con que la sexualidad, en cualquiera de sus manifestaciones, expresiones o vivencias, justifique la masiva convocatoria religiosa de cristianos. Pero de acuerdo también con que otras materias doctrinales, tanto o más devaluadas en la Iglesia, en su práctica y en su teoría, sean igualmente merecedoras de procesiones, letanías, romerías, marchas y manifestaciones, con la participación y presidencia de sus jerarquías.
. Posiblemente que una buena parte de la explicación del problema radique en la institucionalizada enemistad, por motivos canónicos y “religiosos”, existente entre la jerarquía y el resto del Pueblo de Dios, que le impide compartir las tristezas y las alegrías que entraña el ejercicio de la sexualidad en conformidad con las leyes impuestas por la propia naturaleza. A teólogos, pastoralistas y laicos formados en la doctrina de la Iglesia, les resultó muy ilustrativo el recuerdo del siguiente hecho, entonces muy polémico y comentado dentro y fuera de la Iglesia: cuando el Papa Pablo VI decidió promulgar su encíclica “Humanae Vitae”, recabó para su redacción la colaboración de 74 consultores que, como peritos, emitieran su opinión. La historia atestigua que, exactamente nada menos que 70 estuvieron de acuerdo en uno de los extremos en el que precisamente el Papa, pese a querer ser intitulado “experto en humanidad”, siguió el criterio de los cuatro peritos restantes, coincidentes estos con las posturas conservadoras, que volvieron a ser otra vez canonizadas.
. ¿Acaso no fue “palabra de Dios” la de los 70 consultores? ¿Tan solo lo fue la de los 4, a la que el Papa sumó la suya, con acaparamiento de la del Espíritu Santo, aún aislados de la opinión de la mayoría? ¿Tienen razón quienes piensan que buena y santa medida eclesial es la de “graduarse de hombres”, e intentar demostrarlo a perpetuidad, por oficio y por ministerio sagrados? Sin ser y ejercer de hombre –y de mujer- ¿será posible ser y ejercer de miembro –“miembra” (¡¡)- cualificado/a de la Iglesia de Cristo Jesús?