Guerra-religión-guerra

Aún convencido de que el tema fue aquí tratado otras veces, pero por exigencias de tan frecuentes noticias, las pautas de reflexión son hoy las siguientes:
. También a la Iglesia y a sus creyentes les faltan por recorrer caminos largos de paz, sobre todo en su relación más directa con los que no coinciden con la fe cristiana. Aún más, ni siquiera con los cristianos, pero que no son católicos. Muy recientemente, por poner un ejemplo, en uno de los comentarios de los que era merecedora una de mis reflexiones, se hacía referencia a “Lutero, el fantasmón monje maldito que deambuló por los pasillos durante el Concilio Vaticano II, e influyó en las decisiones de los santos varones allí presentes, por lo que a nadie puede sorprenderle el desmadre que se ha provocado durante los últimos decenios”.
. Un lenguaje así expresado, infaliblemente beligerante, combatiente y batallador, detenta argumentos y formalidades de pre-cruzada, en inminentes vísperas de “echarse al monte” y a “cristazo” limpio terminar de una puñetera y “santa” vez con todos los Luteros que en el mundo han sido y con quienes puedan aspirar a serlo algún día. Por supuesto que en tan aniquiladoras intenciones, habrían de ocupar lugares de atención y de privilegio quienes, desde la propia y conciliar reflexión cristiana e interpretación de la historia de la Iglesia, hubieran acariciado la lejana, pero justa, posibilidad, de que también el nombre de Lutero llegara un día a ser invocado dentro de la Iglesia católica con atributos de “bienaventurado”.
. A la Iglesia -más a su Jerarquía que a los miembros del Pueblo de Dios-, le siguen sobrando todavía enseñanzas y actitudes guerreras de orden o procedencia bautizada como “religiosa”. La coyunda matrimonializada de “guerra con religión -Santa Cruzada- no tiene cabida alguna en la Iglesia de Cristo. Jamás debió tenerla, pero mucho menos ahora. Sería un pecado gravísimo, un esperpento y una ofensa “en el nombre de Dios” contra la historia y la teología y el sentido común, y más en los tiempos actuales en los que los índices de destrucción masiva de las armas de las que puedan disponer descerebrados o iluminados son tan nefastos.
. Están de más no pocas invocaciones que se dicen piadosas, pero que la buena intención, el contexto y circunstancias de lugar y de tiempo las hicieron posibles y hasta las indulgenciaron. El porcentaje de reyes y reinas, de príncipes y princesas y miembros de la nobleza cuya única profesión u oficio en esta vida fue la de guerrear “en nombre de Dios”, es ciertamente notable en las páginas de nuestros “Años Cristianos”. Su explicación no hay que buscarla precisamente en el hecho de que la virtud se practique más con la espada en la mano y, a ser posible, entre los dirigentes supremos y potentados, sino en circunstancias que en esta ocasión nos vamos a limitar con catalogarlas como “adyacentes”. De todas maneras, un “Año Santo” fastuoso y guerrero reclama ser cuestionado con sensatez y urgencia santas.
. En el mismo contexto de títulos, advocaciones y denominaciones no es descartable aludir aquí a una penosa actualidad generadora de descalificaciones ontológicas y bien merecidas, como la de “Legionarios de Cristo”, cuya sola enunciación debiera haber sido ya en sus mismos orígenes sometida a escrutaciones mucho más profundas e intencionadas. La legión -“cuerpo de tropa romana”-, en tiempos de paz redentora y sublime, consustanciales a la Iglesia de Cristo, invalida por su propia semántica y procedimientos, su connotación cristiana. ¿Qué hubiera ocurrido en el caso de que cobardes, pusilánimes y “respetuosos” silencios hasta hubieran llegado a posibilitar la iniciación de un proceso de beatificación del fundador de la organización, supuesto “siervo de Dios”?
La relación tanto o más salvaje de “guerra y religión” en el noticiero de algunos países orientales, con suicidas o sin ellos, y “por motivos estrictamente religiosos”, ensangrientan las páginas y los espacios informativos de asco, de repulsa y de pena. De por sí, toda guerra es pecado. Pecado muy grave. Ninguna guerra puede siquiera aspirar a ser connotada como santa.