Que Hablen Las Mujeres

Son muchas y graves las consecuencias derivadas del olvido, consciente, y a veces, hasta manipulado, del pensamiento del apóstol San Pedro, expresado en 2,9 de su Carta Primera, con destino a los cristianos del Asia Menor, con el propósito de confortarles en su tribulación :”Vosotros sois sacerdocio real, nación santa…”. En el Antiguo Testamento – libro del Éxodo e Isaías- consta idéntica expresión, en circunstancias similares, reforzando la idea de que el pueblo elegido no tiene simplemente sacerdotes y reyes, sino que, por sí mismo “es pueblo real, sacerdote y santo”.

. Pese a que en la redacción del primer esquema sobre los laicos para el Vaticano II no se encontrara presente ninguno de ellos, estos iniciaron entonces un fluctuante e indeciso camino de reivindicaciones eclesiásticas infelizmente incompleto y repetidamente interrumpido. Hubo, y hay, épocas y circunstancias perseverantemente medievales en las que “los ignorantes y rústicos laicos”, en contraposición al “clérigo”, sinónimo de “instruido”-, ni fueron, ni son, considerados en la Iglesia con los mismos derechos y deberes.

. La clericalización de la Iglesia es lacra perversa. Ella se sigue alentando y justificando todavía con criterios jerárquicos, que impiden el diálogo y la participación, rehuyendo asustadizamente la contingencia de que “tal y como ha acontecido entre los protestantes, el laicado pueda un día imponer su dictadura”.

. El diagnóstico se enmarca a la perfección y rebasa todos los ámbitos de la relación Iglesia- mujer. Recientes y perseverantes declaraciones pontificias le han conferido una actualidad, que ni a los más “pesimistas del lugar” se les hubiera ocurrido atisbar que pudieran un día llegar a tener vigencia.

. ¿Pero es que, comenzando por el principio, se les dio ya ocasión a las mujeres, a que expresaran su opinión acerca de su participación activa en la Iglesia? ¿Se las educó suficientemente en la fe, con referencias concretas y precisas a su pertenencia a la Iglesia? ¿Se les enseñó Biblia e historia eclesiástica, ajenas una y otra a interpretaciones ahítas de misoginias indecentemente paganas? Aún con sus correspondientes estudios y graduaciones universitarias, obtenidas en buena lid, en las facultades eclesiásticas, no pocas mujeres, ¿fueron tenidos en cuenta sus criterios respecto a su presencia y actividad en la Iglesia, y a la interpretación de los “argumentos” en contra?

. ¿Puede asignársele la calificación de “Palabra de Dios” a textos del Antiguo Testamento, de procedencias semitas, sin inspiración y connotación propiamente sagradas, al dictado de intereses machistas?

. ¿Podría hoy, con legitimidad y evangelio, llamarse “Iglesia”, y además “católica”, una institución en la que la mujer se sienta proscrita, alejada de los organismos de responsabilidad y dirección, por el hecho de ser mujer, y para muchos, objeto y sujeto de pecado? ¿Qué futuro les esperan a ideas y a artículos de la fe, en cuyos contextos teológicos, en los que se adoctrina, que a la mujer se le siga aplicando la condición de “vir imperfectus” de santos “ejemplares y “preclaros”, canonizados ya, o en camino de serlo?

. ¿Viven de verdad el presenten, y presienten el futuro, quienes por su condición jerárquica, deciden la exclaustración de la mujer del organigrama eclesiástico, condenándola a perpetuidad a infantilismos idiotizadotes y serviles? ¿A qué clase de “música celestial” habrá de sonarle a la mujer la aseveración de San Pedro de que también “ella es y forma parte del sacerdocio real y de la nación santa”?

. Con ejemplos y programas de vida y de teología, como los “canonizados” en los últimos tiempos, resulta un portentoso prodigio la continuidad de la Iglesia. Sin concesiones livianas a ponderaciones apocalípticas , es deber sacrosanto afirmar que laicos y mujeres encabezan los apartados de reforma y renovación que demanda la Iglesia y todavía seguimos pensando que el ministerio de su encarnación se lo encomendó el Espíritu Santo al Papa Francisco.

. La mujer y los laicos en general, no solo “pertenecen”, sino que “son” Iglesia. Iglesia de verdad. De la de Cristo Jesús, que Él mismo fundara, y no de la que otros refundaron o acoplaron en conformidad con sus intereses, sobre todo políticos y “constantinianos”. El proceso de canonización, solicitados por unos, de “Constantino I el Grande, emperador por la gracia de Dios”, a la luz de la historia y de la teología, sería tan incongruente como el de su excomunión solicitada por otros.
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