Otra Iglesia
Me da la impresión de que hasta el mismísimo diablo –“Ave María Purísima”- tiene algo que ver con el tema, cuando con tanta facilidad, y con expresa alusión a que “tal es la voluntad de Dios”, se acepta como normal e incontrovertible que la situación de la mujer, por mujer, en la Iglesia actual, es la única , verdadera y `posible. Pienso con malignidad que, por eso de que el diablo está condenado a ser masculino a perpetuidad, y por definición, hace y hará cuanto esté en sus garfios, tridentes y arpones para que, dado que el término “diablesa” no tenga sentido, tampoco pueda tenerlo en la Iglesia católica, por ejemplo, el de “sacerdotisa”.
A la mujer se le siguen cerrando, aun con falsedad de argumentos, las puertas de su plena integración en la vida de la Iglesia en igualdad con el hombre, y este dato, en cualquier consideración que con evangelio, sentido común, democracia y visión de futuro se elabore y presente deberá ser tenido en cuenta con respeto y reconocimiento. En esta oportunidad insisto aquí sobre tema tan apasionante y vital para la Iglesia, con las sugerencias siguientes:
. Para nadie es un secreto que el principio de la plena identidad entre las personas -mujeres y hombres-, ni es aceptado, y menos practicado, en la organización de la Iglesia. Descrito con todo el respeto del mundo, pero para que se entienda sin equívoco alguno, esta – la Iglesia- es machista por todos sus costados y son precisas muchas estadías de cavilaciones y especulaciones para forjar argumentos con seriedad bíblica y teológica que satisfagan y convenzan a quienes –mujeres, y a veces, hombres- se sientan intelectualmente incómodos ante el comportamiento de la Iglesia oficial en relación con el trato que en ella recibe la mujer por mujer. La no integración de la mujer en la institución eclesiástica, y su discriminación en la misma respecto al hombre, son hoy antitestimonios tan perceptibles y palmarios, que resulta sorprendente que a estas alturas no se hayan provocado ya movimientos de rechazo y repudio que, a modo de letanías procesionales, no se hicieran presentes también fuera de los templos. Su conformismo y silencio intranquilizarían más soberanamente, si la explicación resultara ser el desinterés y la apatía de las propias mujeres, convencidas de que lo que únicamente lograrían sería su descalificación y condena, y además “en el nombre de Dios”.
. En el plan de Dios, y en conformidad con el orden reflejado felizmente en tantas esferas de la vida actual, gracias sobre todo a la intervención, análisis y reflexión por parte de la mujer, esta ha abierto caminos de integración en la sociedad –organismos e instituciones-, y los frutos para todos los componentes, incluidos los hombres, son ponderables. Con excepción de cuanto se relaciona con la Iglesia, es justo y obligado aseverar que la secular condición de segundona, y sin la plenitud de derechos, que identificaba a la mujer, por mujer, pasa a ser capítulo de la historia, digno de estudio permanente y profundización en sus contenidos y consecuencias, con el fin de que el recuerdo de sus principales efectos jamás se desvanezca o se malinterprete.
. La idea de que la Iglesia es solo o fundamentalmente “cosa de hombres y para hombres” es mandamiento primordial de la institución , con multitud de incidencias y reflejos en su organización, destacando de modo eminente el papel, puesto y rol que en la misma le ha sido, y le sigue siendo, asignado, sin otra posibilidad que
la de exiliarse – excomulgarse- de la misma. Cuando a la mujer “desalojada” se le ocurre pensar, y se convence de que el derecho que se dice sustentar la determinación de su expulsión no es de origen divino, sino humano, experimenta una desazón infinita.
. ¿Pero por qué y para qué en los tiempos actuales los Papas tendrán que seguir siendo elegidos solo por cardenales, que son y serán todos hombres? ¿Pero es que la mujer no es nadie en la Iglesia, y sus experiencias propias y las de las asociaciones religiosas a las que pertenece, y casi inspira, no están capacitadas y no disponen de la presencia y actividad del Espíritu Santo, para intervenir en el cónclave, y aún para ser en el mismo también candidata con todas sus consecuencias, aun las que provocarán “escándalo” en el personal masculino “por la gracia de Dios”, al poder salir elegida?
. ¿Cómo podría gestarse hoy la idea de un concilio ecuménico o metropolitano, o de una reunión de las Conferencias Episcopales, sin la presencia activa de las mujeres, aunque se asegure que de alguna manera ellas fueron consultadas? ¿Es que ellas, y no ellos, son por su naturaleza “pecado”, están incapacitadas ellas, no ellos, para discurrir, o por el hecho de ser ellas, no ellos, quienes carecen de la asistencia del Espíritu Santo, están“dejadas de la mano de Dios”?
A la mujer se le siguen cerrando, aun con falsedad de argumentos, las puertas de su plena integración en la vida de la Iglesia en igualdad con el hombre, y este dato, en cualquier consideración que con evangelio, sentido común, democracia y visión de futuro se elabore y presente deberá ser tenido en cuenta con respeto y reconocimiento. En esta oportunidad insisto aquí sobre tema tan apasionante y vital para la Iglesia, con las sugerencias siguientes:
. Para nadie es un secreto que el principio de la plena identidad entre las personas -mujeres y hombres-, ni es aceptado, y menos practicado, en la organización de la Iglesia. Descrito con todo el respeto del mundo, pero para que se entienda sin equívoco alguno, esta – la Iglesia- es machista por todos sus costados y son precisas muchas estadías de cavilaciones y especulaciones para forjar argumentos con seriedad bíblica y teológica que satisfagan y convenzan a quienes –mujeres, y a veces, hombres- se sientan intelectualmente incómodos ante el comportamiento de la Iglesia oficial en relación con el trato que en ella recibe la mujer por mujer. La no integración de la mujer en la institución eclesiástica, y su discriminación en la misma respecto al hombre, son hoy antitestimonios tan perceptibles y palmarios, que resulta sorprendente que a estas alturas no se hayan provocado ya movimientos de rechazo y repudio que, a modo de letanías procesionales, no se hicieran presentes también fuera de los templos. Su conformismo y silencio intranquilizarían más soberanamente, si la explicación resultara ser el desinterés y la apatía de las propias mujeres, convencidas de que lo que únicamente lograrían sería su descalificación y condena, y además “en el nombre de Dios”.
. En el plan de Dios, y en conformidad con el orden reflejado felizmente en tantas esferas de la vida actual, gracias sobre todo a la intervención, análisis y reflexión por parte de la mujer, esta ha abierto caminos de integración en la sociedad –organismos e instituciones-, y los frutos para todos los componentes, incluidos los hombres, son ponderables. Con excepción de cuanto se relaciona con la Iglesia, es justo y obligado aseverar que la secular condición de segundona, y sin la plenitud de derechos, que identificaba a la mujer, por mujer, pasa a ser capítulo de la historia, digno de estudio permanente y profundización en sus contenidos y consecuencias, con el fin de que el recuerdo de sus principales efectos jamás se desvanezca o se malinterprete.
. La idea de que la Iglesia es solo o fundamentalmente “cosa de hombres y para hombres” es mandamiento primordial de la institución , con multitud de incidencias y reflejos en su organización, destacando de modo eminente el papel, puesto y rol que en la misma le ha sido, y le sigue siendo, asignado, sin otra posibilidad que
la de exiliarse – excomulgarse- de la misma. Cuando a la mujer “desalojada” se le ocurre pensar, y se convence de que el derecho que se dice sustentar la determinación de su expulsión no es de origen divino, sino humano, experimenta una desazón infinita.
. ¿Pero por qué y para qué en los tiempos actuales los Papas tendrán que seguir siendo elegidos solo por cardenales, que son y serán todos hombres? ¿Pero es que la mujer no es nadie en la Iglesia, y sus experiencias propias y las de las asociaciones religiosas a las que pertenece, y casi inspira, no están capacitadas y no disponen de la presencia y actividad del Espíritu Santo, para intervenir en el cónclave, y aún para ser en el mismo también candidata con todas sus consecuencias, aun las que provocarán “escándalo” en el personal masculino “por la gracia de Dios”, al poder salir elegida?
. ¿Cómo podría gestarse hoy la idea de un concilio ecuménico o metropolitano, o de una reunión de las Conferencias Episcopales, sin la presencia activa de las mujeres, aunque se asegure que de alguna manera ellas fueron consultadas? ¿Es que ellas, y no ellos, son por su naturaleza “pecado”, están incapacitadas ellas, no ellos, para discurrir, o por el hecho de ser ellas, no ellos, quienes carecen de la asistencia del Espíritu Santo, están“dejadas de la mano de Dios”?