Obispos Dimisión

A la teología le quedan por pronunciar numerosas y facundas palabras en relación con la doctrina sobre los obispos La historia, la pastoral, la sagrada liturgia, el Derecho Canónico y también la sociología están en óptimas condiciones para diseñar y completar los perfiles de la figura episcopal, clave y eje en la concepción y desarrollo de la Iglesia. Ampliar sus perspectivas, y profundizar en sus compromisos y mensajes salvadores, es sagrada y permanente tarea de la jerarquía y de todo el Pueblo de Dios.

. La selección y nombramiento de los obispos reclaman modos y formas totalmente distintos a los actualmente vigentes en la Iglesia, con aflictiva mención para la española. Y no se trata solo de los procedimientos más o menos misteriosos para unos, aunque para la mayoría sean luminosamente claros. El espíritu que inspira y decide el esquema que sirve de base para la información de los “electores-seleccionadores” de nuestro episcopologio, se enmarca por encima de todo en irrevocables conceptos de docilidad, disciplina, subordinación y obediencia “sagradas” a la jerarquía. ¿Conocen ustedes alguna excepción?

. En los tiempos últimos, y por unas circunstancias u otras, algunas de ellas achacables a regímenes nacional- católicos “concordatados”, el hecho es que en la propia idea de “obispo” jamás podría atisbarse indicio o propósito de cambio, ni siquiera por equivocación o, con raras intervenciones más o menos directas del Espíritu Santo.

. La mediocridad del colectivo episcopal, que se comprueba y manifiesta con independientes datos y apreciaciones, resulta patente, intra y extra- eclesiásticamente. La burocracia y los rituales suplantan con creces la verdadera representación y figura episcopal, que en exclusiva habría de conferirle la eclesiología.

. Lo mágico, lo misterioso, lo principesco, lo inasequible, lo abstracto, lo absurdo y, en ocasiones, hasta lo esperpéntico, conforman los perfiles “pastorales” y “sociales” que identifican el colectivo episcopal y lo distinguen del resto de los seres humanos, con sus respectivas profesiones y oficios. Por citar áreas concretas litúrgicas o para-litúrgicas, nuevos y discretos diseñadores deberían haberse abierto ya paso, y haber cercenado de raíz gestos y ornamentos – muchos de ellos de origen pagano-, que, para lo único que sirven, es para distraer al personal, privándolo de las reducidas enseñanzas y doctrinas que pudieran haberle sugerido.

. Los otrora hilarantes razonamientos de que los obispos establecían una especie de relación matrimoniada con sus diócesis, lo que justificaría la perpetuidad- indisolubilidad en su ministerio, se derrumbaron por sí mismos con el establecimiento de la edad de la jubilación y al haberse antes comprobado que, si la “ Sagrada Nunciatura” le proponía el traslado a otras diócesis de mayor importancia, se “desposaban” de la anterior sin escrúpulo al haber cometido o consentido “infidelidad” alguna.

. Los obispos no debieran estar al frente de sus diócesis más de unos ocho años. Cargos-ministerios vitalicios no tienen razón de ser y menos en la Iglesia. La jubilación- renuncia es una gracia de Dios, tanto para sus protagonistas directos -“pastores”-, como para los “pastoreados”.

. Los cambios que demanda hoy la Iglesia en relación con su episcopado son muchos, importantes y urgentes. Profundos e inaplazables. Son de tal categoría que, contando con los procedimientos y criterios que prevalecieron, y de los que se hizo uso en su selección- elección para sus respectivas “sedes episcopales”, están por ahora incapacitados para asumirlos, por mucho, desinteresado y sobrenatural empeño que pusieran en ello. Ante la explicable imposibilidad de ser ellos mayoritariamente los protagonistas del cambio, sugerir la renuncia general -en bloque- del episcopado español jamás podría ser merecedora de denuestos, condenas e improperios, y menos “en el nombre de Dios”.

. El punto y aparte a estas reflexiones, no podría deslizarse sin antes lamentar la profanación que conlleva conferirle el título de “obispo” como obsequio o regalo a quien no tenga encomendado cargo o ministerio diocesano. La tendencia encarnada en el Papa Francisco de exclusión y condena de todo tipo de “carrerismo” eclesiástico es posible que termine con la fea e indocumentada costumbre de “monseñorear” a los amigos y a los “amiguetes”. (A algunos pudiera servirles de consolación el convencimiento semántico de que, por mi parte, el término “contestación” que enmarca estas reflexiones, se identifica con la clave bíblica de “testimoniar” en su acepción de “martyreia” empleado en los textos evangélicos)
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