Oraciones Solemnes
Con mención singular para el Evangelio de San Mateo, y más concretamente para su capítulo seis, debiera ya haber sido declarado “Patrimonio de la Humanidad”, en reconocimiento de su contenido doctrinal y de su permanente vigencia. Por lo que respecta a la oración (v. 5 y ss.) estas son las palabras de Cristo que recoge el evangelista: “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas que gustan de orar por las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres. En verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar “entra en tu cuarto y cierra la puerta” para orar a tu Padre que está allí en lo secreto… Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos…”
Ante tanta luminosidad educadora de la fe, son muchas las consideraciones que se justifican.
. Por supuesto que las sinagogas, de por sí y como referentes de las iglesias cristianas, fueron entonces y ahora espacios de oración y de culto. Pero, por supuesto también, que ni fueron los únicos, ni seguramente los más importantes para suscitar y mantener la correspondencia coherente y religiosa con Dios. El ejemplo del mismo Cristo Jesús así lo testifica y avala con incontrovertible certeza.
. ¿Cuál sería hoy su comportamiento en los actos de culto, sobre todo catedralicios y basilicales, y más en los solemnes y festivos, con presidencia de los grados más altos de su jerarquía? Por desarrollada y piadosa que se tenga y sea la imaginación cultual, ¿en qué puesto o lugar se ubicaría Cristo Jesús en estas celebraciones, con escaños o asientos especiales para las “autoridades civiles, militares y eclesiásticas “, con los atuendos, hábitos , ornamentos y condecoraciones al uso?. ¿No parece más coherente con su comportamiento y doctrina que su lugar habría de estar entre los fieles cristianos, como uno más de los miembros del Pueblo de Dios, por su propia condición de laico?
¿Qué juicio le merecería, en conformidad con lo predicado en el citado evangelio, la auto-exhibición de no pocos que se consideran, y son, sus representantes en la Iglesia, estado y recinto de oración personal y comunitaria por excelencia?, ¿Le resultaría excesiva la consideración de auto- exhibición con la que calificamos algunas- no pocas- de estas solemnidades y conmemoraciones litúrgicas aureoladas con todos los requisitos ornamentales, en conformidad con lo exigido por las normas rituales de carácter sagrado, con aprobación de la autoridad canónica competente y sin concesión alguna a la espontaneidad, por muy religiosa que pudiera ser esta?
. A muchos les da la impresión de que a nuestras oraciones, aún a las que cuentan con la aprobación eclesiástica, les sobran buenas dosis de palabrería y de directorios. A los mismos, y a otros, les parece que con frecuencia se nos enseña a orar sólo con fórmulas, casi siempre egoístas, y al servicio de otros fines que no sea el hablar con Dios, con olvido del pensamiento patrístico de que “la oración no es oración, si se quiere decir algo a otro que no sea Dios”.
. Tal y como acontece, o puede acontecer, aterra pensar y comprobar que fruto y consecuencia inmediatos de una mal llamada oración, tal y como está redactada en libros santos, como la misma Biblia hebrea y el Corán, sean la intolerancia, el fanatismo y hasta el terrorismo en el nombre de Dios.
. De todas maneras, y en evitación y cura de indigestiones de clericalismos radicales condenados por la mínima capacidad raciocinadora propia de los seres pensantes, la fórmula cabal de oración la explicitó Cristo Jesús en el “Padre nuestro”, que para Tertuliano es “compendio de todo el evangelio”, para San Cipriano “síntesis de la doctrina cristiana” y para Lutero “fuente perenne de espiritualidad”. Partir del convencimiento doctrinal, y de la irrevocable creencia e invocación de que Dios es “Padre y nuestro” -de todos- es apostar por su capacidad y misión salvadoras hasta sus últimas consecuencias “et supra”.
Ante tanta luminosidad educadora de la fe, son muchas las consideraciones que se justifican.
. Por supuesto que las sinagogas, de por sí y como referentes de las iglesias cristianas, fueron entonces y ahora espacios de oración y de culto. Pero, por supuesto también, que ni fueron los únicos, ni seguramente los más importantes para suscitar y mantener la correspondencia coherente y religiosa con Dios. El ejemplo del mismo Cristo Jesús así lo testifica y avala con incontrovertible certeza.
. ¿Cuál sería hoy su comportamiento en los actos de culto, sobre todo catedralicios y basilicales, y más en los solemnes y festivos, con presidencia de los grados más altos de su jerarquía? Por desarrollada y piadosa que se tenga y sea la imaginación cultual, ¿en qué puesto o lugar se ubicaría Cristo Jesús en estas celebraciones, con escaños o asientos especiales para las “autoridades civiles, militares y eclesiásticas “, con los atuendos, hábitos , ornamentos y condecoraciones al uso?. ¿No parece más coherente con su comportamiento y doctrina que su lugar habría de estar entre los fieles cristianos, como uno más de los miembros del Pueblo de Dios, por su propia condición de laico?
¿Qué juicio le merecería, en conformidad con lo predicado en el citado evangelio, la auto-exhibición de no pocos que se consideran, y son, sus representantes en la Iglesia, estado y recinto de oración personal y comunitaria por excelencia?, ¿Le resultaría excesiva la consideración de auto- exhibición con la que calificamos algunas- no pocas- de estas solemnidades y conmemoraciones litúrgicas aureoladas con todos los requisitos ornamentales, en conformidad con lo exigido por las normas rituales de carácter sagrado, con aprobación de la autoridad canónica competente y sin concesión alguna a la espontaneidad, por muy religiosa que pudiera ser esta?
. A muchos les da la impresión de que a nuestras oraciones, aún a las que cuentan con la aprobación eclesiástica, les sobran buenas dosis de palabrería y de directorios. A los mismos, y a otros, les parece que con frecuencia se nos enseña a orar sólo con fórmulas, casi siempre egoístas, y al servicio de otros fines que no sea el hablar con Dios, con olvido del pensamiento patrístico de que “la oración no es oración, si se quiere decir algo a otro que no sea Dios”.
. Tal y como acontece, o puede acontecer, aterra pensar y comprobar que fruto y consecuencia inmediatos de una mal llamada oración, tal y como está redactada en libros santos, como la misma Biblia hebrea y el Corán, sean la intolerancia, el fanatismo y hasta el terrorismo en el nombre de Dios.
. De todas maneras, y en evitación y cura de indigestiones de clericalismos radicales condenados por la mínima capacidad raciocinadora propia de los seres pensantes, la fórmula cabal de oración la explicitó Cristo Jesús en el “Padre nuestro”, que para Tertuliano es “compendio de todo el evangelio”, para San Cipriano “síntesis de la doctrina cristiana” y para Lutero “fuente perenne de espiritualidad”. Partir del convencimiento doctrinal, y de la irrevocable creencia e invocación de que Dios es “Padre y nuestro” -de todos- es apostar por su capacidad y misión salvadoras hasta sus últimas consecuencias “et supra”.