El Papa y los Pobres

En la Iglesia, los pobres son deberían ser- los más privilegiados. En conformidad con los evangelios, son los verdaderos Vicarios de Cristo, aunque tal titulación le haya sido adscrita jerárquicamente al Papa. La impresión el testimonio- que ofrece la Iglesia no es precisamente la de ser pobre. Mayoritariamente es, y se la identifica, con la riqueza, a excepción de los casos registrados en los ámbitos civiles.

. De acuerdo total con el Papa Francisco, si la Iglesia no es de los pobres, es otra cosa, pero no Iglesia de Cristo. Repetidamente el Papa adoctrina al pueblo de Dios con una verdad tan elemental como la que referimos.

. Magnificadas como corresponden las palabras del Papa y algunos de los gestos que las rubrican, es urgente apuntar que ni el mismo Papa puede ser hoy pobre en la Iglesia. Como institución, y tal y como se nos ha catequizado de por vida, Iglesia, dinero y poder establecieron una coyunda indisoluble hasta el presente, con desaforada tendencia a justificarse como defensa de los valores espirituales de los que es depositaria, por supuesto, siempre al servicio de Dios

. Se empeñe, o no, y con todas sus fuerzas y ejemplos de vida, el Papa, representante y cabeza de la Iglesia, no será pobre jamás, ni su testimonio podrá ser reconocido como veraz y sincero

. Resultaría insultante para los lectores, tener que desarrollar la idea de que no son los dineros depositados en cuentas corrientes, o en cualquier fórmula bancaria, lo que hace ricos a los ricos, por pingüe que sea su rentabilidad. Lo que más enriquece, en detrimento de los pobres, son factores tales como el poder que detentan, las grandezas que se exhiben y la latría papalatría en este caso-, por el que son recibidos y tratados por el resto del pueblo de Dios y aún por los representantes de pueblos y países, que no tienen relación religiosa alguna con los Papas. Estos, como delegados de Dios en la tierra, y a la vez, al frente omnipotente del Estado Vaticano, son considerados como terratenientes poderosos, con firmes aspiraciones a su continuidad en los cielos.

. El Papa, así en la tierra como en el cielo, ni es ni será pobre jamás. Las sucesivas y recientes canonizaciones pontificales le aseguran su riqueza también en los cielos. En la tierra no le dejarán ni ser ni ejercer de pobre, entre otras convincentes razones porque ya no se pertenece a sí mismo, sino al aparato, porque intentarán convencerle y le convencerán- de que la pobreza-pobreza no es de este mundo, de que el mismo servicio a los pobres será más efectivo y ejemplarizante si lo ejecuta un rico que un pobre, porque también es débil la carne por mucho que se piense lo contrario y porque además teólogos y pastoralistas se empeñarán en hacerle creer lo contrario, aunque tengan que acondicionar el Sermón del Monte valiéndose de interpretaciones mucho más complacientes y menos literales.

. La institución en la que, por los siglos de los siglos, empotraron a la Iglesia, no permitirá que el Papa sea pobre. Este lo será únicamente cuando decida desinstitucionalizarse firmando la carta de renuncia. Casos recientes así lo han demostrado, aunque nos hayan sido servidas excusas o razones de diverso signo, poco o nada convincentes.

. Mientras tanto, como testimonio dimanante de más allá de los cielos, y con la mejor y más vaporosa de las intenciones, el Papa no dejará de ofrendarnos gestos que nos recuerden los ejemplos vividos por Cristo Jesús, al menos para compensarnos de otros que Papas anteriores canonizaron como brillantes referencias de vida cristiana.

. Si al menos al Papa Francisco le permitieran recortar algunos de los atavíos y ornamentos, aderezos y títulos eminentemente superlativos, coronas de vírgenes, de santos y santas, y ritos y ceremonias con olor a incienso, procesiones y concentraciones fervorosamente masivas, educando a los fieles en la verdadera fe de Cristo, que esencialmente incluye testimonios de caridad y justicia, el capital de bondad y de veracidad con que se nos ha presentado este Papa, inequívocamente enriquecería a los pobres, a imagen y semejanza como lo hizo el primer San Francisco, que es lo que importa, Amén.
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