Patrimonio de San Pedro

De “laudables”, “portentosos” y “sobrehumanos”, según unos, y de “imprudentes” y “atrevidos”, según otros, se califican los esfuerzos con los que el Papa Francisco, se está mostrando ya decidido al afrontar la renovación- refundación de la Iglesia, tan necesitada de ella, como en los tiempos más inclementes de su historia. No es exagerado afirmar que los de la Reforma-Contrarreforma siguen siendo referencias tan vivas como delatoras.

Es posible que, para el mejor análisis, a la vez que para comprometer a muchos en tan sacrosanta tarea, sean de provecho estas reflexiones:

. No son pocas las causas “estructurales” que enmarcan hoy la idea y la misión de la Iglesia. Ellas dificultan en gigantescas proporciones los planes de su adecuación a los tiempos actuales, por lo que se da automáticamente por supuesto que la prudencia, la pedagogía y la táctica –“ método o sistemas para conseguir algo”-, habrán de hacerse presentes, con sabiduría, precisión y rigor.

. De entre las llamadas causas “estructurales” destaca soberanamente la identidad de la Iglesia fundada por Cristo Jesús con la de los “Estados Pontificios”. Su idea, la historia y las razones que canónica, y aún teológicamente, todavía se aportan para acreditar y “santificar” la pervivencia de la relación Papa- Jefe de Estado, suscitan en unos, pasmo y escándalo, y en otros, risibilidad y engaño. Papa- Obispo de Roma, y Jefe de Estado, príncipe o rey, -y además “por la gracia de Dios”- son términos incapacitados de por sí para “matrimoniarse”, comprometiendo conceptos aproximadamente “dogmáticos” como indisolubilidad e infalibilidad. Milongas tan complacientes y lisonjeras como estas, jamás cimentarán la Iglesia diseñada por Cristo Jesús en los evangelios.

. Con perspectiva rigurosamente bíblica, a la vez que histórica, resulta incomprensible que, como “Patrimonio de San Pedro” haya sido designada, conocida y reconocida, a partir del siglo XIII, la provincia de Tuscia coincidente con la franja de la costa tirrena, al N.O. del Bajo Tíber, parte del “conjunto de los dominios que los emperadores cristianos, y los fieles, habían entregado a la Iglesia romana y que después constituirían la base de los territorios políticamente independientes, denominados “Estados Pontificios”.

. Es explicable que Roma, capital de los susodichos Estados, y a la vez, sede y signo religioso el Obispo- apóstol de Cristo, que personal e institucionalmente hace perdurable y santificadora la presencia y actividad de su misión y testimonio, sobre la faz de la tierra, se presente ante el mundo, y a lo largo y ancho de la historia, como referencia, al menos, extremadamente confusas. Connotaciones “fundacionales” tan divergentes y contradictorias se hallan en el misterioso origen de episodios y de personajes representativos que desgraciadamente se denominan, y denominarán, “cristianos”.

. ¿”Patrimonio de San Pedro”? ¿Pero de qué patrimonio -“conjunto de bienes adquiridos por cualquier título”- , pudo y podría ser poseedor el apóstol Pedro, además de su barca, con sus redes, y de sus amigos? ¿Qué riqueza patrimonial pudieran haberle aportado su suegra, su esposa y sus posibles hijos, que no habrían de sobrepasar las propias y específicas de las del gremio de la pesquería del ampulosamente conocido como “Mar de Tiberíades”?. ¿Acaso no da la impresión de haberse pasado un “pelín”, aún con las más fervorosa de las intenciones, quienes hicieron engordar con exagerada generosidad las enflaquecidas propiedades del apóstol, yerno de la mujer a la que un día visitara y curara el Maestro?.

. De todas formas, y con el fin de poner las cosas en su sitio, nos fiamos de los libros sagrados, y no de las interesadas prosopopeyas, y en el capítulo tercero de los “Hechos de los Apóstoles”, se nos narra la escena de que “a las tres de la tarde, a la hora de la oración, en la Puerta Hermosa del templo de Jerusalén, pedía limosnas un cojo de nacimiento. Pedro, acompañado de Juan, le dijo: dinero no tengo. Mas lo que tengo, te lo voy a dar: en nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”.

Y es que este, y no otro, es –tiene que ser- el verdadero “Patrimonio de San Pedro”, de sus sucesores y de los cristianos en general. Otro patrimonio en la Iglesia, es – y será siempre- del Diablo, ¡Ave María Purísima¡. Amén.
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