¿"Santos Moritos"?

La batalla de Clavijo fue y sigue siendo para muchos un invento piadoso, reivindicador de derechos adquiridos por la fuerza de lanzas y espadas blandidas por el ejército del rey asturiano Ramiro I el año 884 contra el de Abd al Rahmán en el pueblo riojano. Otro invento es el del “Tributo de las Cien Doncellas”, que pretendió finiquitar tal batalla, que automáticamente hace descabalgar de su caballo y le despoja de su espada al mismísimo Apóstol Santiago.
Después de serios estudios, y de sortear intrincadas situaciones diplomáticas, en la iconografía religiosa hispana se abre paso la imagen cristiana del Apóstol peregrino que sustituye a la del guerrero, y por su Camino europeo en su diversidad de versiones conduce a la “Perdonanza”. Es evidente que el ejemplo iconográfico del Apóstol es eminentemente educador, sólo por el hecho de adoctrinarnos de que cualquier camino de realización personal y colectivo en la Iglesia, y fuera de la Iglesia, ha de ser recorrido con la compañía del cayado y bordón, y jamás con la de espadas y lanzas. Cualquier intento de aportarle a la figura del santo patrono de España una fracción de peregrinidad, a costa de despojarle de símbolos guerreros, es una obra de caridad, de diálogo y de entendimiento entre los pueblos.
Curiosamente, salvando las formas, y con las debidas cautelas, en determinados templos de México se resolvió felizmente el problema por iniciativa del pueblo más pueblo al intitular a las imágenes de Santiago guerrero y matamoros, como de “Los Santos Moritos”, con referencia devota a las cabezas de moros cercenadas por el santo desde la alzada de su caballo.

El “Barrio de las Canonjías” constituye en la ciudad de Segovia uno de los conjuntos turísticos más apreciados, aun reconociendo que las referencias oficiales tan monumentales como el acueducto, la catedral, el alcázar y tantos palacios e iglesias puedan explicar el poco aprecio que se le presta a la antigua residencia del cabildo catedralicio. En tiempos antiguos –siglos XII y XIII- las tres puertas del barrio se cerraban por las noches, habiendo sido destruidas después dos de ellas para facilitar el acceso a la comitiva de la reina doña Ana de Austria, esposa de Felipe II. El atrancamiento de las puertas del barrio facilitaba a los capitulares segovianos mantener a los ojos del pueblo el buen nombre y fama a la que tenían derecho por su condición clerical. Las normas que regulaban su convivencia eran explícitas, si bien su redacción, políticamente incorrecta, podría dar pié y justificar en la actualidad quejas razonables. La norma prohibía el acceso al barrio a las mujeres, “salvo a aquellas que por su natural fealdad no presenten serio peligro para los canónigos”.

En todo orden de cosas, eran otros tiempos y tal vez otros canónigos. Pero por supuesto, que las mujeres eran y serán siempre las mismas a los ojos de Dios y de los hombres. Feas o guapas, listas o torpes, ricas o pobres, en idéntica proporción a los hombres, todas y todos son hijos de Dios y, por tanto, exentas de cualquier discriminación, aún la hipotética de ser objeto o sujeto de pecado. El canon de belleza que podría facilitar o impedir el acceso de determinadas mujeres al citado lugar, y a todos los demás de la vida, evidentemente que tendrá que ser diferente a la luz y a la consideración de los criterios de Dios y de los humanos. Un buen reto y un mejor programa.

Cuando redacto estas sugerencias se comenta con sumo interés si los funcionarios como tales, y por el hecho de serlo, habrán de ser merecedores de tratos personales o profesionales idénticos a quienes trabajan en las empresas privadas. Aplicado el caso a los funcionarios-serviciarios de la institución eclesiástica, entre otras, cabe la formulación de preguntas como estas: ¿Son o no funcionarios los sacerdotes en la Iglesia?, ¿Se comportan como tales, con mención sobre todo para los componentes de la Curia romana y diocesanas?, ¿Qué impresión reciben los fieles cuando tienen que ser tratados por ellos?, ¿Creen que todo cuanto hacen y como lo hacen se corresponde con comportamientos propios y específicos de la vocación, o de la profesión?, ¿Es la vocación, y la reconocida capacidad de servicio a Dios por el prójimo, argumento existencial en su actividad, o es solo, fundamentalmente y también, el dinero y el prestigio social, la motivación real de su tarea u oficio, aunque este sea invocado como ministerio?, ¿ Son y se comportan no pocos sacerdotes y obispos con mentalidad de funcionarios?, ¿Cuales son los criterios que rigen y orientan la valoración de su trabajo- ministerio?
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