Siempre Guadalupe
Ni a los misterios ni a los milagros, con ser tantos y tan excepcionales, hay aquí y ahora respetuosa mención en torno a la Virgen de Guadalupe, cívica y divinal Patrona de Extremadura, adjetivándolos como incomprensibles o inimaginables. Estos adjetivos, y más, los aplico lisa y llanamente al hecho ya comentado de que Guadalupe, con todo su patronazgo y su calidad y condición de “santo y seña” de identidad extremeña, siga perteneciendo a la diócesis de Toledo -Castilla y La Mancha- por muy “Primada” que haya sido, y para algunos siga siendo todavía.
. Clama al cielo, y rebasa los niveles del absurdo y del disparate a los ojos de Dios y de los hombres, que la verdadera solución demandada por tantos y por el sentido común, esté fundamentalmente pendiente de las autoridades eclesiásticas “primadas”. La treintena de pueblos extremeños, incluido Guadalupe, siguen pastoreados eclesiásticamente por la diócesis de Toledo, al menos en contra, o al margen, de las orientaciones concordatarias y del Código de Derecho Canónico, así como del deseo del pueblo extremeño expresado por su Asamblea Autonómica y por los obispos de sus diócesis.
. El término “pastoreado” incluye asimismo, en cierto sentido y proporción, el de “colonizado”, dado que los sacerdotes son referencias no sólo eclesiásticas, sino sociales, cívicas y aún políticas, sobre todo en determinadas zonas o comarcas. Agradecería ahorrarme datos y hechos concretos que avalen esta discreta indirecta.
. Felizmente, la constitución de Extremadura como Comunidad Autónoma por Ley Orgánica del 25 de febrero del año 1983, contribuyó de forma rotunda a la configuración de la región como pueblo- pueblo con identidad propia y específica, con perentoria necesidad de tener que reconocer que de esta tarea la Iglesia siempre estuvo ajena o en contra. La historia es testigo, por ejemplo, de que hasta el año 1873, siete eran los obispos -Avila, Ciudad Rodrigo, Badajoz, Coria, Córdoba, Plasencia y Toledo-, y dos los territorios “nullius” de las Órdenes Militares (Alcántara y Santiago) con jurisdicción en Extremadura, con la desventaja además de que los citados episcopados pertenecían no a una, sino a tres provincias eclesiásticas, que eran Santiago de Compostela, Sevilla y Toledo, por lo que la “colonización” religiosa no podía superarse por ningún otro territorio de España, con la connotación negativa, en este caso de que “lo eclesiástico imprime carácter”.
. Resuelto posteriormente el problema por lo que respecta al resto de las diócesis, solamente permanece intocable el correspondiente a la ex todopoderosa Toledo. La explicación histórica no es otra que la inversión económica que allá por el año 1.222 efectuara el arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada para enriquecer los fondos metropolitanos de su archidiócesis, de la que con el tiempo se desmembrarían diversos territorios, que se fundirían y unificarían con las actuales provincias, como en los casos de Ciudad Real, Madrid-Alcalá, Albacete, Jaén, Guadalajara y Córdoba. En la actualidad únicamente permanecen “toledanos” y, por tanto, castellano-manchegos, los extremeños pertenecientes a los arciprestazgos de Guadalupe, Herrera del Duque y Puebla de Alcocer.
. Destacando de forma expedita el nombre de “Puebla y monasterio de Guadalupe” - “Patrimonio de la Humanidad” y marca universal de prestigio eclesiástico y ¿por qué no?, también económico -da la impresión de que la treintena de pueblos extremeños, pero castellano- manchegos a efectos eclesiásticos, tan sólo le sirven a la Virgen de aureola y estrellas para justificar la incoherencia canónica y devocional de que la Patrona, “Augusta Reina de Extremadura” tenga su trono, no “en el altar de nuestro pueblo” extremeño, sino en el de la demarcación eclesiástica de Toledo.
. Por supuesto que sin unidad religiosa es difícil aspirar a cualquier otra unidad. ¿No será este exilio y ausencia de patronazgo civil y eclesiástico, parte de la explicación del nomadismo que instala a Extremadura en los últimos índices del desarrollo? Por favor, mucha más seriedad a la hora de explicarles a los extremeños que “tal es la voluntad del Papa y ya está”, sabiendo, como todos sabemos y de muy buena tinta, -porque hoy casi todo se sabe-, que “de Roma viene lo que a Roma va”, y que la política, cuando es eclesiástica, no se priva de nada, hasta sin excluir el nombre de Dios. Es posible que si el Papa Juan Pablo II hubiera sido informado de estas circunstancias, hubiera aplazado, o cancelado, “Visita Apostólica” que efectuó al santuario el 4 de noviembre de 1982.
. Extraña sobre manera que, así las cosas, los obispos de Extremadura aceptaran la constitución de la nueva provincia eclesiástica de Extremadura el 28 de julio de 1.994, sin la integración de los 31 pueblos “toledanos”, con inclusión del de Guadalupe. No pocos laicos y clérigos llegaron a pensar entonces, y piensan ahora, que tal determinación debió haber sido rechazada por el episcopado extremeño.
Extremadura sin Guadalupe no es Extremadura. Su Virgen es su nombre y su corazón. Es además su cultura. Y su historia civil y eclesiástica. Ronda los linderos de la ofensa y de la profanación la permanencia de la situación actual “sine díe”, por lo que bienvenidas sean las “peregrinaciones-protesta” que puedan organizarse con esta intención.
. Clama al cielo, y rebasa los niveles del absurdo y del disparate a los ojos de Dios y de los hombres, que la verdadera solución demandada por tantos y por el sentido común, esté fundamentalmente pendiente de las autoridades eclesiásticas “primadas”. La treintena de pueblos extremeños, incluido Guadalupe, siguen pastoreados eclesiásticamente por la diócesis de Toledo, al menos en contra, o al margen, de las orientaciones concordatarias y del Código de Derecho Canónico, así como del deseo del pueblo extremeño expresado por su Asamblea Autonómica y por los obispos de sus diócesis.
. El término “pastoreado” incluye asimismo, en cierto sentido y proporción, el de “colonizado”, dado que los sacerdotes son referencias no sólo eclesiásticas, sino sociales, cívicas y aún políticas, sobre todo en determinadas zonas o comarcas. Agradecería ahorrarme datos y hechos concretos que avalen esta discreta indirecta.
. Felizmente, la constitución de Extremadura como Comunidad Autónoma por Ley Orgánica del 25 de febrero del año 1983, contribuyó de forma rotunda a la configuración de la región como pueblo- pueblo con identidad propia y específica, con perentoria necesidad de tener que reconocer que de esta tarea la Iglesia siempre estuvo ajena o en contra. La historia es testigo, por ejemplo, de que hasta el año 1873, siete eran los obispos -Avila, Ciudad Rodrigo, Badajoz, Coria, Córdoba, Plasencia y Toledo-, y dos los territorios “nullius” de las Órdenes Militares (Alcántara y Santiago) con jurisdicción en Extremadura, con la desventaja además de que los citados episcopados pertenecían no a una, sino a tres provincias eclesiásticas, que eran Santiago de Compostela, Sevilla y Toledo, por lo que la “colonización” religiosa no podía superarse por ningún otro territorio de España, con la connotación negativa, en este caso de que “lo eclesiástico imprime carácter”.
. Resuelto posteriormente el problema por lo que respecta al resto de las diócesis, solamente permanece intocable el correspondiente a la ex todopoderosa Toledo. La explicación histórica no es otra que la inversión económica que allá por el año 1.222 efectuara el arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada para enriquecer los fondos metropolitanos de su archidiócesis, de la que con el tiempo se desmembrarían diversos territorios, que se fundirían y unificarían con las actuales provincias, como en los casos de Ciudad Real, Madrid-Alcalá, Albacete, Jaén, Guadalajara y Córdoba. En la actualidad únicamente permanecen “toledanos” y, por tanto, castellano-manchegos, los extremeños pertenecientes a los arciprestazgos de Guadalupe, Herrera del Duque y Puebla de Alcocer.
. Destacando de forma expedita el nombre de “Puebla y monasterio de Guadalupe” - “Patrimonio de la Humanidad” y marca universal de prestigio eclesiástico y ¿por qué no?, también económico -da la impresión de que la treintena de pueblos extremeños, pero castellano- manchegos a efectos eclesiásticos, tan sólo le sirven a la Virgen de aureola y estrellas para justificar la incoherencia canónica y devocional de que la Patrona, “Augusta Reina de Extremadura” tenga su trono, no “en el altar de nuestro pueblo” extremeño, sino en el de la demarcación eclesiástica de Toledo.
. Por supuesto que sin unidad religiosa es difícil aspirar a cualquier otra unidad. ¿No será este exilio y ausencia de patronazgo civil y eclesiástico, parte de la explicación del nomadismo que instala a Extremadura en los últimos índices del desarrollo? Por favor, mucha más seriedad a la hora de explicarles a los extremeños que “tal es la voluntad del Papa y ya está”, sabiendo, como todos sabemos y de muy buena tinta, -porque hoy casi todo se sabe-, que “de Roma viene lo que a Roma va”, y que la política, cuando es eclesiástica, no se priva de nada, hasta sin excluir el nombre de Dios. Es posible que si el Papa Juan Pablo II hubiera sido informado de estas circunstancias, hubiera aplazado, o cancelado, “Visita Apostólica” que efectuó al santuario el 4 de noviembre de 1982.
. Extraña sobre manera que, así las cosas, los obispos de Extremadura aceptaran la constitución de la nueva provincia eclesiástica de Extremadura el 28 de julio de 1.994, sin la integración de los 31 pueblos “toledanos”, con inclusión del de Guadalupe. No pocos laicos y clérigos llegaron a pensar entonces, y piensan ahora, que tal determinación debió haber sido rechazada por el episcopado extremeño.
Extremadura sin Guadalupe no es Extremadura. Su Virgen es su nombre y su corazón. Es además su cultura. Y su historia civil y eclesiástica. Ronda los linderos de la ofensa y de la profanación la permanencia de la situación actual “sine díe”, por lo que bienvenidas sean las “peregrinaciones-protesta” que puedan organizarse con esta intención.