Son 54.000 pero con poca visibilidad eclesial Las novias de Dios, arrobadas con su 'dulce Vicario en la tierra'
(José Manuel Vidal).- Para un católico estar cerca del Papa no sólo es un privilegio y un momento vital para enmarcar, sino incluso una sensación física de arrobo místico. Si esto es así para el común de los católicos, la sensación llega casi al delirio espiritual en las novias de Dios, en las mujeres que lo han dejado todo para casarse espiritualmente con Cristo ante su Vicario, el "dulce Cristo en la tierra' como le llamaba Santa Catalina de Siena. Hoy han sido 1.664 las hermanas que han sentido esa sensación en el monasterio de el Escorial. Un florido pensil multiracial, multicongregacional y multicolor.
Monjas de vida activa y de clausura, que, en España, a pesar de la secularización, siguen siendo todo un ejército de 54.000 personas. Están en todos los ámbitos, pero fundamentalmente en colegios, sanidad y solidaridad. Las llaman los ángeles del Señor, por encontrarse siempre entre los más pobres y necesitados. En sus casas se da de comer a los pobres, se atiende a los drogadictos o se cuida y mima a los enfermos de Sida. Otras, recluidas en sus conventos, entregan su vida a la oración y a la contemplación. Son las monjas de clausura, los "pararrayos de Dios" por su intercesión permanente ante el Padre.
La mayoría ha hecho un viaje espectacular desde finales del Concilio Vaticano II. Un viaje que las llevó de los colegios de los centros de las ciudades, donde se centraba la mayoría, a los barrios de la periferia. De los ricos a los pobres. Se pusieron al día, estudiaron Teología y remozaron sus carismas. Dejaron de hacer suplencia al Estado en educación para tapar los agujeros que siguen quedan entre los desahuciados. Y, por supuesto, dejaron el hábito y se vistieron de calle.
La reforma conciliar les permitió quitarse el hábito con todas las bendiciones eclesiales hace ya más de 40 años. Pero la organización de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) ha prohibido a las monjas que van vestidas de calle el acceso al encuentro que las jóvenes hermanas han mantenido con Benedicto XVI en El Escorial. Y, aunque se quejaron al cardenal Rouco, no hubo marcha atrás. Por eso, las que estaban en el patio de los Reyes iban todas de hábito. Distintos hábitos, de diversos colores, con tocas también diferentes, pero con la misma austeridad. Muchas llevan el pañuelo azul y el hábito de tela vaquera de las hermanas de Iesu Communio, la última de las instituciones que acaba de nacer de la mano de la madre Verónica Berzosa, a las que el cardenal Rouco suele poner de ejemplo a seguir.
El ejército religioso femenino triplica al de los sacerdotes, que son sólo 20.000, pero tienen mucha menos visibilidad eclesial. Por ahora al menos, el acceso al altar y, por lo tanto, al sacerdocio les está vedado. Muchas se conforman con su actual rol. Otras reivindican que la institución abra las puertas del todo a la mujer. Y también, como es lógico, las del escalafón o del servicio eclesiástico. Ellas también quieren ser sacerdotes, obispas o cardenales. ¿Y por qué no una papisa?
Pero, en El Escorial, no hubo lugar para plantear nada de esto al Papa. No era el momento ni el lugar. Las que están aquí habían venido a escuchar al sucesor de Pedro, para que les confirmase en la fe. Y a testimoniarle su amor. Como le decía sor Belén, la monja presentadora, "sepa que le queremos mucho y cuente siempre con nosotras". Sobre todo, para "llevar la cruz que Dios ha puesto sobre sus hombros".
El Papa, consciente de hallarse, como le dijo el cardenal Rouco, "entre lo mejor de la juventud de la Iglesia", las puso de ejemplo de amor total y radical a Dios. Son las que aman al Señor "con un corazón indiviso" y "con una pertenencia esponsal". Y tras las alabanzas, la misión. Frente al "eclipse de Dios", el Papa pide a sus mejores huestes femeninas dos cosas: "radicalidad que testimonia la consagración como una pertenencia a Dios sumamente amado" y misión. Una misión que hunde sus raíces en la comunión con el magisterio eclesial. Y concluyó dándoles las gracias por "vuestro 'sí' generoso, total y perpetuo a la llamada del Amado". Y las novias de Dios se sintieron más cerca de su dueño y Señor.