Dogmas de fe que no lo son.

A mí no me cabe la menor duda, como ha quedado clarísimo en todo lo que he escrito al respecto, sobre la realidad de la Shoah. Una de las mayores barbaries perpetradas en la historia. No tengo ni idea de si fueron cuatro millones, cinco o seis. Y, además, no me importa nada. Me basta con saber que hubo un genocidio espantoso sobre el pueblo judío que fue exterminado por el nazismo. Pero eso es un conocimiento histórico que no tiene nada que ver con la salvación. Como ya he dicho en otra ocasión a nadie, cuando comparezca ante Dios a dar cuenta de su vida se le va a preguntar si cree o no en la Shoah. Como tampoco le van a examinar de la batalla de Bailén o de las campañas de Julio César en las Galias.
Se puede negar la Shoah por varios motivos. A mí se me ocurren tres. El primero la ignorancia. Que es bastante inimputable moralmente. No como ocurre con la legislación civil en la que la ignorancia de las leyes no exime de su cumplimiento. En el campo moral no ocurre así. Si alguien comete una acción que es objetivamente pecaminosa ignorando que es pecado, no peca. Por gravísima que sea. No voy a entrar ahora en si hay culpa en esa ignorancia. Porque ese es otro pecado distinto si lo hubiere.
El segundo es esa monserga del sionismo en el que algunos creen a pies juntillas. Para ellos los viejos enemigos del alma son cuatro: mundo, demonio, carne y sionismo. Por un lado rechazan, con toda razón, dogmas que no lo son. Pero admiten crédulamente otro que tampoco lo es. Y dedican a propalarlo un celo que ya quiswieran para ellos los dogmas verdaderos.
El tercero es un subconsciente filonazi que lleva, si no a justificar, a disminuir o atenuar la barbarie de una doctrina radicalmente anticristiana.
Supongo que el obispo Williamson, que no es ninguna autoridad científica sobre la cuestión, está incurso en el primer grupo o tal vez en el segundo. Creo que acreditó su ignorancia. Pero obispos ignorantes en muchas cuestiones abundan. Y un obispo no está para enseñar historia, matemáticas o física. Tienen que ser maestros en la fe no en otras cuestiones.
Lo peor de lo que hizo Williamson no está en su ignorancia sino en su imprudencia. Si hablando con un amigo le hubiera dicho: ¿Y yo que no me creo que Hitler exterminara a seis millones de judíos?, no hubiera ocurrido nada. Ni habría materia de confesión. No se lo cree. Pues bueno. Y si en vez de ser un obispo fuese Restituto Gómez Trifúlquez, conductor de autobuses en La Veloz Sangüesina, tampoco. Pero habló de lo que no sabía e instrumentalizaron sus imprudentes declaraciones contra el Papa y la Iglesia. Y eso es muy grave.
Como tonto no es, se ha dado cuenta de la que armó y pidió perdón por ello. De que sea falso lo que dice, afirma que tiene que convencerse y que lo estudiará. Como lo haga sinceramente se dará cuenta de su error. Pero no tiene demasiada importancia siempre que no hable de lo que no tiene que hablar un obispo. Que en lo que tiene que creer obligatoriamente es en los dogmas de la Iglesia. No que en Beethoven sea un músico genial o San Juan de la Cruz un extraordinario poeta. Aunque lo sean.
El otro dogma de fe que no lo es y ante el que rechinan los lefebvristas es el Segundo Concilio Vaticano. Me parecería grave negar su carácter de Concilio ecuménico. Porque lo es. Y en ello los lefebvristas tienen una qiuebra. Pero entiendo que es relativamente fácil de obviar. Aceptada su condición de concilio ecuménico, lo que hizo el mismo Lefebvre cuando firmó sus actas, a poco más está obligado un católico. Que antes y después de un Concilio tiene que creer lo que la Iglesia cree como verdades de fe. Y el Vaticano II no ha propuesto ninguna nueva. El literalismo, que no rige ni para la Sagrada Escritura, supongo que no pretenderán imponérnoslo para los textos de Vaticano II. En todos los Concilios hay disposiciones pastorales para el momento, más o menos acertadas, que no exigen adhesión de fe. Y que con el tiempo hasta pueden reconocerse como desacertadas. O no convenientes ya. Los Concilios pasan y la Iglesia sigue. Algunos fijaron cuestiones entonces controvertidas y que son la fe de la Iglesia. Muchas disposiciones hoy no son más que reliquias arqueológicas superadas. Lo verdaderamente sustancial es el dogma que se ha de creer. Ahora, cuando muchos de ellos se cuestionan, es por lo menos pintoresco que se pretenda erigir como tal lo que no lo es.