Don Juan del Río, ¿qué nos dice usted?

Tengo de usted, Don Juan, un excelente concepto, y espero no estar equivocado como parece ser que me ocurrió con el obispo de Ciudad Real. Todas las noticias que me llegan de Jerez le ponen estupendamente. Es usted próximo, sencillo, cordial, de buena doctrina... Pues, porfa, ¿nos lo explica?

Le traigo a usted hoy al Blog porque los cardenales Rouco y Cañizares han venido ya muchas veces. Pero también podría estar cualquiera de ellos. Porque tanto Su Ilustrísima como Sus Eminencias acaban de poner a la dichosa Educación para la Ciudadanía a parir.

Cuanto más les leo más me convencen. Y cuidado que estaba ya convencido. Han estado clarísimos en la instrucción a los fieles y hasta a los infieles. Rotundos, brillantes, convincentes... Nada de eso a lo que nos tienen acostumbrados en tantas ocasiones: que actuemos en conciencia, considerando los principios cristianos, sopesando pros y contras... Todo eso que hece que al final la gente no sabe que hacer y termina haciendo lo que le da la gana y no pocas veces lo peor.

Nada de eso ocurre con la Educación para la Ciudadanía. Que según usted, y Don Antonio María Rouco y Don Antonio Cañizares es una intrusión intolerable en los derechos de los padres que debemos rechazar decididamente.

Pero... Cuando ya los padres, y hasta los abuelos, como es mi caso, estábamos dispuestos a rechazar con toda decisión la intrusión y la amenaza nos encontramos con que los religiosos dedicados a la enseñanza están encantados con esa asignatura, disuaden a los padres que la protesten y algunos incluso se disponen a hacer pingües negocios editando sus textos. Textos que naturalmente encargan a personas de convicto y confeso agnosticismo.

Los creyentes tienden a hacer caso a los obispos. Un día nos dijeron que deberíamos salir a manifestarnos y llenamos las calles de Madrid. Si nos piden firmas las recogemos por cientos de miles. Y la mayoría sin analizar mucho el por qué de la oposición. Cuando dicen que es mala esa asignatura es que lo será.

Pues esta confianza, lógica, del fiel en sus pastores, a veces queda confundida. Hay un tal Manuel de Castro -hay que ver el juego que da este apellido desde Cuba a la FERE pasando por Entrevías- que está encantado con la asignatura. Y el católico que se entera tiende a pensar que será un socialista tan desconocido como ese Sebastián a quien presentaron para la alcaldía de Madrid.

Pero siempre hay alguno que termina enterándose de que no es un político de izquierda sino alguien relacionado con la religión. Y entonces el fiel, más crédulo que creyente, piensa: Ah, será un pastor protestante. Y esos con tal de hacer la pascua a la Iglesia se apuntan a cualquier cosa.

Pero ya cuando le cuentan al sufrido católico de filas, a ese que pone la cruz en la Renta, va a misa los domingos y manda a sus hijos a un colegio religioso, que Manuel de Castro es un sacerdote salesiano se le queda una cara de pasmo parecida a la de aquel taxista a quien un día le cuentan que su nieta va a ser la princesa de Asturias. Y la contestación bien puede ser la misma que la de aquel honrado trabajador del taxi: Joder, joder...

Pues Don Juan y demás hermanos en el episcopado. Han estado muy bien, muy claros pero ¿no convendría que antes de nada pusieran orden en su propia casa? ¿Cómo es posible que ustedes nos digan que EpC es malísima y los religiosos estén encantados con ella?

Da muy mal resultado confundir al personal porque hay personal que termina enfadándose y mandando todo a hacer puñetas. No pueden decirnos los obispos blanco y los religiosos negro. Así no vamos a ningún lado. Y pierden, señores obispos, autoridad y credibilidad. Donde hay patrón no manda marinero. Y menos si es un marinero amotinado. Los Castros deberían estar ya en la calle. Comprendo que con los de Cuba es más difícil pero el de la FERE y el de Entrevías no deberían seguir en sus puestos ni un minuto más.

Y no lo digo por mí. Es por ustedes. Si sus curas les toman por el pito del sereno están dando un malísimo ejemplo a los seglares. Como sigan así un día se les subleva hasta el propio vicario general.
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