Libros XIII: De aquellos polvos...

Hablar de un libro escrito y publicado hace más de un cuarto de siglo requiere una explicación. Sobre todo no siendo una obra extraordinaria que se recomiende a los lectores por su intrínseco valor. Su autor es un canónigo sevillano, nacido en Ríotinto en 1929. El libro es oportunista. Se escribió para un premio, el "Espejo de España", y no lo obtuvo. Pero, ya escrito, a publicarlo si se consigue editorial. Yo lo tenía perdido en mi biblioteca, entre esos libros que uno nunca tiene tiempo de leer, y me acordé de él con motivo de la aparición, ahora mismo, de la biografía del cardenal Segura que acaba de publicar en la BAC el mismo Gil Delgado. Biografía de la que me ocuparé, si no lo hace antes alguien más autorizado -cuántas veces se la reclamé a mis queridísimos y admirados amigos María Teresa y Antonio Segura, sobrinos del cardenal y seguramente las personas más capacitadas para escribirla- y que me ha llevado a querer conocer mejor a su biógrafo.
El libro, como oportunista, es desigual. Comienza con la Asamblea Conjunta de 1971 que seguramente fue lo que pensó el canónigo podría interesar al jurado. La postura ante dicha reunión de obispos-sacerdotes es absolutamente positiva. Es decir, los buenos son los malos y los malos son los buenos. Está bien contada, periodísticamente contada, pero desde esa perspectiva. Hoy, cuando hemos comprobado los funestos resultados de aquella reunión con una perspectiva de más de treinta años, nos confirmamos en el acierto de nuestra oposición de entonces y en la equivocación de quienes la sostuvieron. Y cuanto más alta era su jerarquía, peor.
Las páginas que dedica a los "enganches" y "desenganches" de la Iglesia y el Estado desde los días de Felipe V son tan elementales y superficiales que no merecen el menor análisis. Y así pasamos páginas hasta llegar a la "nueva etapa profética de la Iglesia española". Hoy está tan desacreditado el profetismo, con el que se encubrió, o pretendió encubrirse, la pura heterodoxia o el puro dislate, que parece hasta absurdo hablar de él. Los que, cuando estaba de moda, lo impugnamos, a sabiendas de que nos autoencerrábamos en el integrismo, colocándonos al margen de los "signos de los tiempos", comprobamos también ahora nuestro acierto. Pero, si no lo decimos, nadie lo reconocerá porque los patrocinadores de la Conjunta y los profetas de entonces, que eran los mismos, ponen hoy cara de no saber nada ni de la Asamblea ni del profetismo. Algo así como cuando en los años cincuenta se preguntaba a un alemán por Hitler. Ponían cara de no tener ni idea de quien había sido. Y sólo faltaba que nos dijeran: ¿no preguntarán ustedes por algún polaco o algún holandés?
Bueno, pues la Conferencia Episcopal, muerto Morcillo y alejado Guerra, ya mantiene "una actitud profética", lo que crea tensiones con el Estado pese a que Franco, y eso lo repite en numerosas ocasiones, será siempre un elemento de distensión.
La derecha se molesta, los contestatarios se crecen, el problema vasco se envenena, Franco sigue poniendo "una nota de prudencia", aparecen los "Cristianos por el socialismo", monseñor Guerra agudiza sus críticas, asesinan a Carrero, "Tarancón al paredón", casi le pegan al obispo auxiliar Oliver, los curas presos en Zamora se amotinan, los contestatarios toman la nunciatura, la policía detiene a un grupo de católicos en Barcelona... Y como traca final el caso Añoveros. Todo ello relatado pormenorizadamente y, sorprendentemente, con cierta asepsia. Y, oh sorpresa, Arias Navarro, es "un presidente esperanzador para la Iglesia". Yo creo que el mismo Arias, que se caracterizó por no contentar a nadie, debió quedar agradecidísimo al autor si leyó sus elogios.
Las multas a los sacerdotes, la Asamblea de Vallecas y el intento de un nuevo Concordato cierran estas páginas escritas en un estilo periodístico pero que recuerdan unos hechos que fueron muy importantes para el catolicismo español. Conforme se avanza en la lectura decrece el progresismo aunque el libro está escrito desde ese campo. Si bien es cierto que con moderación. Emprendemos pues con interés, y sin rechazo previo, la lectura de la biografía del cardenal Segura. Aunque hubiéramos preferido otro biógrafo. Los lectores tendrán, Dios mediante, cumplida referencia de la misma.