Obispos ¿pintorescos?

Don Luiz Cappio, obispo de Barra, en Brasil, el más joven de los tres pues sólo tine 61 años, ha emprendido una campaña contra la utilización de un río. No tengo ni idea si tiene razón el obispo o no. Puede ser que sí. Pero la decisión que ha tomado me parece absurda. Se ha puesto en huelga de hambre. ¿A qué lleva eso? Las últimas noticias parece que dan la razón a la continuación de lo que vaya a hacerse con ese río.
Si triunfara y se paralizase el proyecto a causa de su huelga pues vale. Pero, ¿y si no? ¿Se deja morir? ¿Todo es un camelo como alguna huelga a la que asistimos en España con jamón de York?
Vamos a suponer que el río se represe y canalice y que incluso ello vaya en ganancia de malvados latifundistas. ¿Alguien se va a acordar dentro de cinco o diez años del obispo que murió para impedir lo que ya se ha realizado? ¿Es eso lo que tiene que hacer un obispo? Y, ¿si viendo perdida su causa decide seguir viviendo, cuál va a ser su credibilidad posterior?
Por supuesto que el obispo debe denunciar lo que piense es contrario a los intereses de sus fieles. Pero, ¿con una huelga de hambre? ¿De tan complicadas salidas?
Otro obispo, éste español, y de notables ecos pese a su humildísimo episcopado, Pedro Casaldáliga, emérito ya y muy deteriorado en su salud, a punto de cumplir los ochenta años el próximo febrero, ha sido uno de los primeros firmantes de un manifiesto en apoyo de Fray Luiz. Al lado de Leonardo Boff y de Pérez Esquivel. Pues, de entrada, y con esas adhesiones, pues para como pensar que el aprovechamiento del río debe ser lo mejor. Porque Casaldáliga suele caracterizarse por su apoyo a lo peor. Fidel Castro o la contestación eclesial.
El tercer obispo es argentino. Nacido en España y como Casaldáliga en Cataluña. Obispo emérito de Puerto Iguazú. De setenta y siete años. Sus cartas pastorales, muy sencillitas, eran de difícil inteligencia. No por el texto en sí sino porque uno duda entre si los que son retras son sus fieles o si lo es su obispo. Y hasta el momento no he salido de mi perplejidad.
Joaquín Piña Batllevel se alineó siempre con lo peor. Eclesialmente hablando. Fue de los que firmaron una petición a Juan Pablo II para que convocara un nuevo Concilio para volver al anterior que sin duda pensaban los firmantes que estaba prostituyendo. Aquello no tuvo el menor eco y los obispos firmantes, en su mayoría eméritos, y con el cardenal Arns como buque insignia, se quedaron más solos que la una.
Las autoridades argentinas, impresentables por supuesto, quisieron hacer una cacicada en las tierras del obispo y éste se opuso. Bien opuesto. Y se presentó como gobernador frente al designado por Buenos Aires. Triunfó. Pero, ¿después qué?
El obispo, ya dimisionario, creo que no asumió el respaldo popular. Y conseguido su objetivo se retiró. Pero ahora su sucesor le acusa de haber empledo no pocos dineros de la diócesis y de los pobres para la campaña electoral. Y de pufos que hoy gravan al obispado.
Penoso enfrentamiento entre obispos que esperemos no termine en los tribunales. Sólo con daño para la Iglesia. Pero las acusaciones contra Piña son graves.
Pienso que los obispos deberían ser más prudentes. Comprometen mucho con lo que hacen.
Yo, de la Iglesia hispanoamericana no sé demasiado. Seguramente algún lector, de ese ámbito, nos instruya más. Me limito a señalar lo que hoy es actualidad. Con pena.
Y del paraguayo obispo Lugo tal vez hablaremos otro día. Y me temo que mal.