Tomar la parte por el todo

Yo no tengo ninguna obsesión con los mercedarios. Orden residual y envejecida, ciertamente de gloriosa historia y agonizante presente. Apenas me la tropecé en mi vida. Pese a estar Poyo a unos treinta kilómetros de mi ciudad natal y haberlo visitado varias veces jamás tuve trato con ninguno de sus frailes. En una ocasión visité, llevado por Gonzalo Fernández de la Mora que veraneaba calle por medio, la biblioteca del monasterio, y nos la enseñó un mercedario mayor con gran amabilidad. Pero con quien hablaba era con Fernández de la Mora, dando la impresión de que tenían frecuente trato. Yo ni recuerdo su nombre.
En mi ya larga vida creo que sólo tuve relación, y amistosísima, con un miembro de esa orden. Con el obispo emérito Don Amadeo González Ferreiros. Pensábamos igual. O casi. Porque él me rebasaba en sus afectos tradicionales y políticos. La “Basílica” de Madrid sólo la frecuenté en alguna visita a Don Amadeo y en más de un funeral.
Si hablo de mercedarios es porque hablan ellos. Si estuvieran callados o dijeran lo que dice la Iglesia no aparecerían en este Blog. O sólo para felicitarles. Y es curioso lo que me ha ocurrido más de una vez. Si escribo: el mercedario fulano..., alguien sale inmediatamente al quite para decir: ya dejó la orden. Pues vale. Pero allí aprendería lo que dice.
De los mercedarios de hoy no cabe decir aquello: ya somos muchos y parió la abuela. Más bien: con los pocos que somos y se declara una epidemia. Son hechos. Ponerlos de manifiesto sólo puede molestar a los responsables de haber llegado a esa situación. Esos son los “malos”. No quien refiere la realidad. Con datos que ellos mismos suministran.
Hay algo, sin embargo, en lo que puedo ser injusto. Y es en tomar la parte por el todo. No todos los mercedarios son así. Hay en la orden excelentes religiosos. Seguro. Pero unos comprometen a los demás. Supongamos una honrada familia en la que hay diez primos. Dos de ellos chaperos, otras dos pilinguis y un quinto enganchado a la droga. Es normalísimo que quien lo sepa diga:¡Vaya desastre de familia!
Cabe que otro primo, virtuoso sacerdote teatino u honorable registrador de la propiedad se indigne: ¡Qué tiene usted que decir de mi familia! Pues como para contestarle: Eso dígaselo a sus primos. Salvando todo lo salvable, más o menos.
Hoy ya nada queda oculto. Que se lo digan a los de Lumen Dei. Quien comparece en público puede ser criticado. Con mayor o menor razón. Si la crítica es infundada, refútese. Y quien quedará mal es el crítico. Pero si Noé está borracho y desnudo no puede quejarse de que se lo reprochen. La culpa la tiene Noé.