Un clamor contra el obispo Cerro.

He dicho que el obispo se debería alarmar ante tanta decepción y cada vez me confirmo más en ello. Porque la palabra decepción es la que define perfectamente su hasta hoy corto pontificado.
A Coria-Cáceres llegó un obispo progresista que revolucionó la diócesis. Un joven seminarista, llamado Francisco Cerro, pensó que aquello no era lo que quería para su sacerdocio y buscó en el seminario de Toledo lo que su diócesis natal no le daba. Ordenado sacerdote se afincó en Valladolid y allí fue un cura simpático, entregado y espiritual que ejerció un ministerio pastoral en la línea de la Iglesia de siempre. Incluso pasaba por de lo más tradicionalista de aquella archidiócesis.
A Jesús Domínguez (1977-1990), el obispo del que había huido Cerro, Dios se lo llevó pronto, aún no había cumplido los sesenta años, y le sucedió un hombre bueno, Don Ciriaco Benavente (1992-2006), que no supo enderezar lo que su antecesor había torcido. Todos los que estaban en el poder en el poder siguieron. El único cambio que se notó es que a un obispo dictadorzuelo le había sucedido otro bondadoso. Personalmente bastante más eclesial pero en la diócesis no se notó nada. Coria-Cáceres languidecía y los de siempre seguían montados en el machito y haciendo de su capa un sayo.
Los que mandan, con buen criterio, pensaron que Don Ciriaco era incapaz de levantar la diócesis extremeña y le trasladaron. En dudosísimo y escasísimo ascenso. Y a otra diócesis complicada. Que también se le va de las manos. No se entiende bien como personas en teoría tan inteligentes y tan asesoradas pueden meter tantas veces la pata hasta el corvejón. Don Ciriaco podría ser un excelentísimo obispo de varias diócesis españolas. Pues se empeñan en encomendarle las que son superiores a sus fuerzas. Él no va a hacer nunca nada malo pero es incapaz de corregir el mal. Y el mal, con el paso del tiempo, empeora.
El nombramiento de Cerro pareció que iba a cambiar radicalmente la situación. Volvía del exilio el exiliado. La vieja guardia de Domínguez, la que le había echado, tembló. Pero no contaban con que el pretendido guerrero del antifaz tenía un síndrome de Estocolmo como la copa de un pino piñonero. Y, comprobado que el presunto tigre era un gato inofensivo y sin uñas, están felices y con más poder que nunca.
El obispo restaurador no era más que un obispo payasete que se había rendido antes de presentar batalla. Tal vez pensó que entregando todo a sus enemigos, su pontificado iba a ser una balsa de aceite. Aunque esos enemigos fueran la peor Iglesia de Coria-Cáceres. Prefirió el plato de lentejas a la primogenitura. Y así le va. La reacción provocada por una desilusión inmensa ha sido tremenda. Y si lo que deseaba era la paz, aun a costa de todas las entregas, se ha encontrado con una rebelión que de sorda no tiene nada. Y si quería pasar desapercibido está hoy en todos los comentarios.
Tal vez fuera la torre de esta cigüeña la primera que descorrió el velo que ocultaba sus vergüenzas. Pero eso ha sido sólo una casualidad. Si no hubiera sido yo serían otros. Tanto descontento en unos y tanta torpeza en el obispo terminan por salir a la luz. Hoy mismo, Religión en Libertad le dedica dos artículos, dos, que no le dejan bien parado. Aunque la patada se la den en el trasero de una monja. De "su" monja. Y como por aquí no falta algún mal pensado ya manifiesto que no hay el menor significado sexual en el adjetivo posesivo. Cosa que por otra parte sería innecesaria con sólo ver a la monja.
Allá él si quiere ser el obispo Milikito. Pero no podrá quejarse luego si se lo llaman. Pensé ilustrar este artículo con alguna fotografía que poseo del obispo pero de momento no lo he hecho. Me parecen tan ridículas que hasta pensé si serían un montaje de alguno entre los muchos que ya no le soportan. En menos de año y medio verdaderamente se ha lucido monseñor.