No faltará quien asegure que estoy a sueldo del cardenal de Madrid. Por cierto que bien escaso.
Don Antonio María Rouco, con quien en más de una ocasión he manifestado alguna discrepancia sobre personas que mantiene en puestos clave o menos clave de la organización diocesana, ha hecho público su desenganche de instituciones eclesiásticas educativas. En lo que ha coincidido con otros muchos hermanos en el Episcopado. El último, monseñor Martínez arzobispo de Granada.
Esas instituciones se habían acreditado en su oposición a la doctrina de la Iglesia. Y los obispos, tarde pero bien, decidieron que sus sacerdotes dejaran de asistir a esos centros. Que ahora se hunden en la ruina. En la económica, por falta de alumnos. En la otra se habían hundido hace mucho ya.
¿Eso es competencia desleal? A mí me parece pura responsabilidad episcopal. Están muertos. Su ¿eclesialidad? ya no interesa a nadie. Cuanto antes cierren mejor será para la Iglesia. Cuatro vírgenes necias y, en Granada, los agustinos recoletos.
Señor cardenal de Madrid, San Dámaso va a ser una de las perlas de su corona. ¡Qué Dios se lo pague! Y, por supuesto, sus diocesanos estamos encantados.