El hermano Rafael

Hace unos días me hacía eco de un posible milagro que había hecho público Javier Morán desde las páginas de La Nueva España. Siendo el periodista uno de los pocos cronistas religiosos que merecen credibilidad era de suponer que si el presunto milagro le había interesado de tal forma algo había realmente impactante en el hecho.

La Santa Sede ha confirmado el milagro. Con él se abre el camino para una próxima canonización del ya Beato Rafael. Motivo de enorme alegría para la Trapa y para las Iglesias palentina y española. Un santo nuestro más si como es de esperar el Papa lo proclama próximamente. Un santo además muy cercano en el tiempo, muy joven y, en días en los que las vocaciones a la vida consagrada escasean tanto, un santo con un inmenso amor a la vida religiosa.

Sólo mencionaré al joven que pese a sus pocos años logró ser un más que notable escritor místico. Hay santos que con su palabra y su ejemplo arrastran a otros a seguir a Jesús. Otros lo han hecho con sus escritos. Nuestra Teresa abulense puede ser paradigma entre estos últimos. Pues la lectura del Hermano Rafael ha llevada también a Cristo a no pocos.

En lo que sí quiero detenerme un momento es en su amor a la vida religiosa y particularmente en la durísima Trapa. Amor que Cristo quiso probar, extremadamente, y que acrisoló en el dolor y la enfermedad.

Era Rafael un joven de familia acomodada. Todo le sonreía en este mundo. Para él ingresar en el claustro no suponía huir del hambre o de los duros trabajos del campo. Quiso ser religioso por amor. A Cristo y a la vida consagrada.

Y Cristo se empeñó en ponérselo muy difícil. Con una temprana enfermedad que le hacía imposible para el claustro. Pues se empeñó en llevarle la contraria a Dios. Y lo consiguió. Horas antes de dejar este mundo para recibir el abrazo amoroso de Aquel a quien tanto amó y que tanto le amaba aunque fuera con esos amores tan incomprensibles para nuestro pobre entendimiento, recibió lo que era la ilusión de su vida. El hábito del Císter.

Posiblemente el superior de la Comunidad de Dueñas se hizo la siguiente reflexión: este joven es imposible para la vida monacal, no puedo ni debo recibirle a ella. Pero tiene tal ilusión, tanto amor a Dios y a nuestra Orden que, quedándole unas horas de vida haré una excepción y le impondré nuestro santo hábito.

Y efectivamente con él falleció muy poco después. El superior, sin saberlo, tal vez creyendo que no obraba bien, recibía para su monasterio el mayor tesoro de la Trapa de Dueñas.

En días de religiosos deshabitados, cuando sus casas y sus claustros no conocen la juventud y cuando tantos jóvenes no conocen a Dios, el Hermano Rafael, ojalá muy pronto San Rafael Arnáiz, señala caminos que jamás se deberían haber abandonado. Caminos de luz, de esperanza, de renacimiento de la vida religiosa.
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