El nuncio que disgusta a casi todos. O los enanos de dos metros del Circo de Portugal.
Don Manuel tiene cara de eso. Lo que algunos dudan es si efectivamente lo es o lo simula. Por lo de la diplomacia. Y por aquello del buey, el bobo y el lobo. En lo del paso ya lo quisiera tener tan cansino como el del buey. Tal vez incluso le supere la tortuga. Sobre su rostro no voy a insistir. Porque bastaría que yo no lo encontrara muy despierto para que tres o cuatro comentaristas adivinaran en él una mezcla de Einstein, los siete sabios de Grecia y el señor Rodríguez Zapatero. Del diente no vamos a hablar. ¿Tiene dientes?
Aunque, en mi constante anhelo de hacerme amigos, he de confesar que, aun prescindiendo de la talla, tan menguada en nuestro nuncio, su fisonomía me recuerda más la de Rajoy que la de Rodríguez Zapatero. A este último le veo yo como que más vivo. Tal vez en el PSOE sea Pepiño Blanco quien tenga más su aire. Seguramente en ambos casos, Rajoy y Pepiño, por proximidades geográficas. Que no hay que extrapolar a todos los gallegos. Que como en todos los sitios los hay con muchas caras. Pero fíjense en las de Don Manuel, Don Mariano y Don Pepiño. ¿No tienen bastante de común?
Una vez más me pierdo en lo que quería decir. Qué cara tiene cada uno la que Dios le ha dado. Ayer, o anteayer, decía que se había levantado la veda al nuncio. Ya no era yo el único impertinente que me dedicaba al tiro pichón. Un brillante periodista, José Ramón Navarro, y un brillantísimo sacerdote, Don Santiago Martín, entraron en el tiro al plato. O a la botella.
Al plato de las delicias de calabacín, qué inmenso error señor nuncio mentar los calabacines, aunque sea con alcachofa y salsa de albahaca. O de los lomos de merluza perfumados a la vainilla.
A nuestro nuncio le gusta por lo que se ve la nouvelle cuisine. No le alabo el gusto. Y también me parece un error diplomático.
Entendería que hubiera ofrecido al señor presidente un bacalao en lo que los portugueses son maestros. El nuestro al pil pil ni se aproxima a las tropecientas variedades deliciosas que los portugueses son capaces de lograr con ese pescado. O una de las numerosísimas pastas que Italia consigue como nadie. Y hasta una comida española en honor del invitado. Tal vez el botillo no fuera lo más indicado para una cena pero hay otras muchas posibilidades.
La ha dado por la nouvelle cuisine. Que a mí siempre me pareció unas mariconada. De lo más cursi. ¿Tal vez un homenaje al matrimonio de gays y lesbianas?
También en los vinos perdió, señor nuncio, por dos a uno. Entiendo su gusto por nacencia hacia los vinhos verdes. Pero el albariño no da la talla, en mi humilde opinión, en una cena tan sonada. Supongo que lo serviría con el calabacín. Y tal vez con la merluza. ¿Quedó el Protos, que ese sí ha sido un acierto, para la tabla de quesos? Y lo del Moët Chandon no se lo van a perdonar Carod Rovira, Pujol, Montilla ni el cardenal Martínez. El gusto se lo aplaudo, aunque yo prefiera el Dom Perignon, pero me parece que diplomáticamente ha metido usted el remo. Y más ante un invitado tan volcado con Cataluña.
Y me he vuelto a perder. Lo que quería decir es que a las perdigonadas de ayer o anteayer se han sumado hoy más. Y estas verdaderamente preocupantes. Porque vienen de Jiménez Losantos, hoy en la COPE y de otros obispos. Lo que ya le ha conseguido hasta portadas de periódicos. Pues lo lleva claro. Me parece que los elogios de Bono no van a contrarrestar, más bien a acentuar, su descrédito. Julián Moreno se manifiesta también en favor del nuncio. O en contra de los que le critican. Pero yo con Julián tengo, aun sin conocerle, una relación de afecto que él se empeña, por ejemplo también hoy, que se afirme por encima de concretas discrepancias. Ya he dicho que le he adoptado por nieto.
Bien sé que todo tiene varias lecturas. Y que un embajador extranjero no puede negarse a recibir en su embajada al presidente del Gobierno de España. Honor que no suele dispensarse a la inmensa mayoría de sus colegas. Pero caer bien no ha caído.
Otras críticas tienen también distintas interpretaciones. Lo hace tarde, respecto a los nombramientos episcopales, pero lo hace bien. Aunque no falta quien dice que lo que hace no se le aprueba en Roma y que de allí sale lo que usted no quiere. No lo sé. O sí y no puedo decirlo.
Muchos católicos piensan que le han utilizado. Y hasta un obispo, ya emérito pero de notabilísimo peso en la Iglesia española, se ha atrevido a insinuarlo.
Creo, señor nuncio, que tras la cena, y vuelvo a reconocer que seguramente era insoslayable, ha quedado usted peor de lo que estaba. Y no estaba bien. Se impone una salida de su persona. Sé que es difícil. Pero en el Vaticano son muy listos y tal vez la encuentren. A mí no se me ocurre pero alguna habrá. Tal vez nombrarle arzobispo-obispo de Funchal, Lamego, Faro o Guarda. Donde estoy seguro de que lo haría pasablemente en los cinco años que le quedan de vida activa.