A propósito del modo extraordinario.

Leo hoy en Religión en Libertad y en Una Voce Málaga que una de las principales cofradías sevillanas ha celebrado una misa solemne según el modo extraordinario del rito latino. Me parece muy bien y debemos reconocer el exquisito comportamiento del cardenal de Sevilla con el Motu proprio de Benedicto XVI. Ojalá todos los obispos españoles le imitaran en eso. Y papelón el de su colindante Ceballos al negar una petición idéntica de una cofradía gaditana.

Yo no soy ningún experto en ese modo de celebrar que fue el de mi juventud, ya tan lejana. Cuarenta años borran muchos recuerdos. Pero en las escasas misas que últimamente he oído celebradas como antaño he observado algo que me sorprendió. Y estoy seguro de que alguien contribuirá a disipar mi sorpresa.

Creo estar seguro de que en los últimos tiempos de la misa antigua el Canon y el último Evangelio se decían en voz alta. Con lo que quienes frecuentábamos la misa nos lo sabíamos de memoria. Y seguíamos en silencio al sacerdote en sus palabras. Tal vez tenga un vaguísimo recuerdo, ya de la niñez, en que el sacerdote decía el Canon para él interrumpido por algunas palabras en ocasiones como nobis quoque pecatoribus. Y pienso que en una etapa anterior a la última de Juan XXIII debía ser así pues también recuerdo al venerable párroco, Don Patricio, de la aldea en la que pasábamos el verano, que después de de leer las amonestaciones y dar algún aviso decía invariablemente: "y ahora, mientras continúo celebrando el santo sacrificio de la misa continúen rezando con toda devoción el santo rosario".

Pienso que los fieles seguirían mucho mejor la misa si el Canos y el último Evangelio se dijeran en voz alta. ¿Algún motivo, que no alcanzo, aconseja el silencio? ¿Hemos recuperado tal vez el penúltimo momento y no el último? Seguro que con todo lo que sabéis algunos quedaremos todos instruidos.
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