Los sacerdotes casados y la pertenencia a la Iglesia.

Decir de Boff lo que dije es describir su situación. Nada más. Por tanto, absolutamente improcedente lo del no juzguéis. Si yo digo que el cardenal Arinze es negro no soy racista ni le estoy juzgando. Simplemente refiero la realidad. Los juicios que no hice, y que ahora voy a hacer, no se me pueden echar en cara. Hasta que los haga. Y muy curioso eso de que no juzgue, cuando no había juzgado nada, hecho por quien ya me está juzgando a mí.
Me parece de una hipocresía redomada el pretender ir de puros cuando la impureza asoma en cualquiera de las palabras de estos perfectísimos, amantes de los pobres, únicos intérpretes de Cristo que al parecer se les revela todas las mañanas y definidores sin la menor autoridad de lo que es la verdadera Iglesia. Naturalmente la suya y no esta calamidad que componen el Papa, la inmensa mayoría de los obispos y la práctica totalidad de los fieles.
Pero no quiero hacer de esta postura la base de mi artículo. Y hasta estoy dispuesto a conceder que a algunos les guía una buena intención y un deseo de eclesialidad. Se han equivocado de maestros, han elegido a unos que no lo son, y se irritan si alguien no les venera. Creo que es mucho más un problema de poca inteligencia que de mala voluntad, en algunos, y no voy a insistir en ello.
Algún otro ha dado un paso más, o muchos. Ya no les molesta que no se adore a sus falsos ídolos. Los señalan como los fieles seguidores de Jesucristo. Todos los sacerdotes deberían hacer lo mismo. Romper sus votos, buscarse compañera y así caería de una vez esta Iglesia miserable que no merece vivir. Y surgiría la verdadera. No estoy exagerando nada. Lo encontraréis en algún comentario.
Pues vamos a lo de los curas casados. Que son unos cuantos. Todos estamos de acuerdo que el celibato no es intrínseco al sacerdocio. En la misma Iglesia católica hay clero casado en el rito oriental. Pues, lo que ya está demostrado no necesita mayores pruebas.
Tampoco me voy a extender aquí en argumentaciones en favor del celibato. Hay miles de textos sobre ello. Pero mañana se podría cambiar la norma. Y, por supuesto, yo lo aceptaría. Lo que ocurre es que la Iglesia no parece estar por ello. Y también lo acepto. Convencido además de que es lo mejor.
Los sacerdotes de rito latino, la inmensa mayoría de los de la Iglesia, se ordenan con obligación de celibato. Obligación libremente aceptada. Y a nadie se le impone el sacerdocio.
Luego viene lo que viene. Muchos viven felices su celibato. Otros tienen caídas que resuelven sin el menor problema en el confesonario. Y a algunos se les hace insoportable. Y siguen tres caminos. Muy distintos.
El primero, que me parece impresentable, es el del cura abarraganado. Vive en permanente pecado no ya contra el sexto mandamiento sino profanando sacrílegamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo todos los días. Tienen sus días contados. Hoy ya todo es público y esa situación es insostenible. Porque son muchos los que se van a encargar de echarles a patadas de un altar que profanan y que para nosotros es sagrado. Suelen ser los más pobres hombres, que no saben como ganarse un euro si no es el que le da la Iglesia, e intentan mantener una situación que ya es imposible. Aunque también he conocido a alguno que, capaz de buscarse la vida por otros caminos, pretendía pagarse la cama con el ejercicio sacerdotal. Ni que decir tiene que fue fácil echarle.
Luego está la inmensa mayoría. Los que, ordenados con gran ilusión, no fueron capaces de perseverar. La casuística es muy amplia. Se creyeron con una fuerzas que no tenían, abandonaron la vida de ascesis y de piedad, se les cruzó la moza, la soledad de los pueblos se les hizo insoportable, se dejaron embaucar, o se convencieron, de cantos de sirenas, un obispo inhábil no supo hacerse con ellos... Son múltiples las causas.
De laureada no me parecen. Quizá la palabra traición sea muy dura en no pocos casos. Pero medallas, tampoco. Muchos de ellos han constituido, con aprobación de la Iglesia, familias católicas que viven ejemplarmente y eclesialmente su nuevo estado. Conozco a algunos de ellos. Pues, bendito sea Dios.
Alguno incluso ha vuelto al ejercicio del sacerdocio. Que añoraba. Bien porque su matrimonio civil no era reconocido por la Iglesia o porque no llegaron siquiera al matrimonio sino sólo a una convivencia. Supongo que los casados por la Iglesia, que hay no pocos, tendrán mucho más difícil el regreso.
La tercera categoría es la más complicada. Y en ella creo que hay tres subespecies. Los que abandonaron el sacerdocio odiando a la Iglesia y que militan en cualquier organización de abierta hostilidad a la misma. Quiero decir que postulan la desaparición de la religión. Son escasos.
Están después los que añoran permanentemente el ejercicio sacerdotal, que tienen vedado, y que quisieran poder ejercer desde su nuevo estado. Algunos lo intentan desde comunidades de base que les han aceptado pero son ellas tan exiguas, tan sin nadie, que echan de menos su parroquia. Hay unos cuantos en el MOCEOP. Entre los poquísimos del MOCEOP. Son unos pobres hombres, sin apenas eco mediático, que envejecen en la frustración. Me dan pena.
Están por último los grandes dinosaurios. Los jaleados, buscados y aplaudidos por cuanto medio antieclesial hay. Viven en la abundancia, aunque todos se reclamen de los pobres, tienen eco y acogida. Y ese es su negocio. Su pingüe negocio. Si eso se les terminara no serían nadie. Pero, como son inteligentes, lo saben mantener.
Aunque también, dada la edad de casi todos ellos, con lo que han amasado les sobra para vivir hasta que Dios les llame. Que no será muy tarde.
El señor Boff, Don Leonardo, es en mi opinión uno de estos últimos. Sé que habrá algún comentarista que me diga que la Iglesia de Jesucristo es él y no el impresentable de Benedicto XVI. Pues lo llevan crudo. Yo, con la Iglesia. Y por tanto con el Papa. Si hay otros a quienes les guste otra cosa, allá ellos. Su inmediato futuro va a ser ir de funeral en funeral. Hasta que no quede ni uno. Y va a ser pronto.