En esta Iglesia: 8 de agosto, 2013

Ayer celebramos a Santo Domingo de Guzmán que, según el oficio litúrgico "habló y actuó dentro de la Iglesia”. Como meditación leo las intervenciones del papa Francisco en Brasil, y me siento muy esperanzado viendo cómo el Espíritu que suscitó a Domingo de Guzmán sigue rejuveneciendo a la Iglesia.

En la segunda etapa de postconcilio, una preocupación se hacía cada vez más aguda. Estaba cayendo en el vacío y en la confusión la novedad del Vaticano II: caminar hacia una Iglesia menos del mundo y más para el mundo. Y también había quedado diluida la opción preferencial por los pobres a la que fue muy sensible la Iglesia postconciliar en América Latina. Una Iglesia cerrada en sí misma y en consorcio con los poderosos chocaba directamente con la fe o encuentro con Jesucristo en la versión plasmada por Domingo de Guzmán.

Creo que ya es hora de no esperar la orientación de la Iglesia sólo del obispo de Roma, Sucesor de Pedro, ni es justo abdicar de la responsabilidad que tenemos todos los cristianos. Pero es indudable que la conducta y las orientaciones del papa siguen teniendo gran peso en toda la comunidad cristiana católica. El papa Francisco sólo lleva unos meses ejerciendo su delicado ministerio. He procurado seguir sus gestos sus comentarios, muy sencillos, pero evangélicamente muy significativos y al alcance de todos. No definen pero abren un horizonte nuevo.

Los gestos y palabras del papa Francisco en Brasil, en plena sintonía con las preocupaciones más hondas del Vaticano II, toca las claves para que verdadera misión de la Iglesia:

“El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad y la fraternidad, son los elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana”.

Nuestra misión como cristianos: “Ser servidores de la comunión y del encuentro. No queremos ser presuntuosos imponiendo ‘nuestra verdad’. Lo que nos guía es la certeza humilde y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo y no puede dejar de proclamarla”.
Desde la fe cristiana o encuentro con Jesucristo, se hace “un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y solidario”.

En otras palabras debemos caminar hacia una Iglesia más para el mundo, más solidaria de la humanidad y menos del mundo, sin consorcios con el poder y al lado de los excluidos.
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