La mesa, llamada a la justicia social

Cada cristiano es la mano de Dios allí donde hay una necesidad, allí donde alguien no tiene pan

A la luz de lo dicho en el post anterior, se explica que la comida cristiana, aunque sea en una mesa reducida a unos pocos, es una exigencia de fraternidad. Muchas de las oraciones con las que se bendice la mesa en las familias cristianas lo recuerdan: “bendice, Señor, estos alimentos que, en tu nombre, vamos a compartir, bendice a quienes los han preparado, y da el alimento diario a quienes lo necesitan”. Reunirse a comer en nombre del Señor supone bendecir los alimentos, o sea, hablar bien de esos alimentos, ser consciente de que el alimento viene de Dios; es Dios el que nos lo regala. Pero es también ser consciente de que debe haber pan para todos. Por eso el cristiano pide a Dios que quienes lo necesitan encuentren manos amigas, manos divinas, que les repartan el pan. Dios da el alimento a quienes lo necesitan por medio de los creyentes. Cada cristiano es la mano de Dios allí donde hay una necesidad, allí donde alguien no tiene pan.

La comida cristiana es una fiesta, porque el creyente confiesa que es Dios quien parte y reparte el pan. Vivir no es solamente trabajar y sufrir, es también alegrarse con las bondades de Dios: “ve, come alegremente tu pan y bebe tu vino con corazón contento” (Ecl 9,7). Pero también el creyente recuerda que “quien come y bebe, lo tiene de Dios” (Ecl 2,25), “porque todo viene de ti” (1Crón 29,14). Además de una fiesta, la comida cristiana es un recordatorio de justicia social. Por eso, el creyente le pide al buen Padre del cielo no “mi pan”, sino “nuestro pan”. El pan no es mío, no puedo quedármelo todo para mi. Si hay mucho pan, pero éste es mío, entonces como yo sólo. Pero si hay poco pan, pero es nuestro, entonces pueden comer todos. Es pan está para repartirlo. El hambre empieza cuando alguien pretende tener comida para él sólo (continuará).

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