La moral: realizar mi ser auténtico

El modo de entender a Dios tiene consecuencias en el terreno moral. Convendría romper con la idea de que la religión crea exigencias morales o, cuando menos, las agrava y carga de culpabilidad.

El modo de entender a Dios tiene consecuencias en el terreno moral. Convendría romper con la idea de que la religión crea exigencias morales o, cuando menos, las agrava y carga de culpabilidad. La propuesta adecuada sería la contraria: en el terreno moral el papel de la religión consiste en prestar una ayuda positiva. El grave malentendido de la moral es pensar en ella como un cúmulo de mandamientos impuestos caprichosamente desde fuera, cuando en realidad es la exigencia que nace de dentro para realizar mi ser auténtico.

El bien de la criatura y la voluntad de Dios sobre ella son una sola e idéntica cosa, pues Dios quiere únicamente que la criatura se realice a sí misma. Desde esta perspectiva, la religión, lejos de ser una carga, es una ayuda y una esperanza. El pecado y la culpa deberían entenderse a la luz de un Dios que perdona los pecados y presentarse, no como prohibición u ofensa a Dios, sino como el daño que la criatura se inflige a sí misma: ofendemos a Dios cuando obramos contra nuestro bien, decía Tomás de Aquino.

En materia de moral personal nos encontramos, a veces, con problemas muy delicados. Pero, en todo caso, los mejores planteamientos no son los del “todo o nada”. De Jesús se dice que “la caña cascada no la quebrará” (Mt 12,20). ¿Podríamos traducir diciendo que, en determinadas circunstancias que no podemos aprobar, al menos hay que respetar los ritmos de crecimiento, comprender las crisis y las caídas, y dejar tiempo para que uno rehaga su camino?

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