En la presentación de las 'Obras completas' de la madre de las agustinas recoletas Blázquez: “Hagamos memoria agradecida y valoremos a Mariana como a Teresa”

(Lucía López Alonso).- Alba de Tormes, y más en medio de este año de su conmemoración, a todo el mundo le suena a Santa Teresa de Ávila. Sin embargo, por ese lugar pasaron muchas personas y no sólo murió una santa sino que nació una venerable: Mariana de San José, fundadora de las agustinas recoletas.

Fue monseñor Ricardo Blázquez, Presidente de la Conferencia Episcopal Española y Cardenal Arzobispo de Valladolid, quien quiso establecer esta comparación ayer, en el acto de presentación de las Obras completas de Mariana, editadas por el fraile -también agustino recoleto- Jesús Díez.

El evento había llenado la iglesia de la Encarnación, que ayer tarde, además de por la Anunciación, estaba presidida en su altar por un retrato de Mariana de San José. En los bancos, personas de todas las edades habían rechazado por un tiempo el sol de la capital, a cambio de disfrutar de un evento que iba a ser mucho más que la mera presentación de un libro.

Entre el público, no obstante, hubo dos grupos a los que Pablo Panedas, agustino recoleto y Secretario General de la Espiritualidad de la Orden, quiso saludar de una manera especial: los jóvenes agustinos que, aun estando en plenos exámenes, no se habían querido perder la cita, y las hermanas agustinas recoletas del propio convento de la Encarnación, que siguieron todo el acto desde detrás de la reja del coro alto.

Nombrando al Papa Francisco, monseñor Blázquez hizo defensa de "la memoria agradecida": confuso el presente de la vida religiosa, o al menos trepando por las hojas difíciles de una sociedad falta de vocaciones, a través del pasado -siendo ellos mismo la representación de la historia de su carisma-, las órdenes podrían ganar el futuro.

Eso mismo quiso destacar Sor Eva María Oiz, presidenta de la Fundación de Agustinas Recoletas de España, también desde la mesa: "No tenemos que basar la esperanza en los números", le dijo a sus hermanas y al público en general, sino agradecer el pasado y vivir la realidad presente con pasión, según la recomendación que hizo Bergoglio para este año de la Vida Consagrada. Que la publicación de las Obras completas de su fundadora haya coincidido con ese año designado por el papa, dijo que era algo providencial. "Estamos de gran fiesta".

Completaban la mesa otros dos agustinos recoletos, el prior general Miguel Miró y Eusebio Hernández, obispo de Tarazona, que elogió a Mariana por su espíritu místico, "entre la firmeza agustiniana y el deseo recoleto". Y es que a nadie se le escapa que quien sabe lo que es el deseo para San Agustín, no lo evitará, sino que logrará amar cada cosa, y eso le llevará a comprender el misterio que hay detrás.

No se sabe si había leído ya a Agustín, pero en la autobiografía que incluyen las Obras completas de Mariana de San José ella misma cuenta cómo ya a los ocho años se enamoró de algo más lúcido que los otros, leyendo las vidas de los santos, y decidió ser monja. Pero no se conformó sólo con eso: persiguió el enamoramiento más huracanado, acudiendo al provincial de los agustinos para que le permitiera una reforma propia.

Así fue como se convirtió en fundadora, como fue abriendo sedes del deseo por el país, como Teresa. Mariana -cuyo castellano se lee "más aseado" que el de la santa andariega, según opinó Blázquez- no es sin embargo doctora, pero sí puede considerarse "la gran pedagoga" de la pedagogía del deseo (frente al egoísmo ilegal de nuestros tiempos...) de la que habló Monseñor Hernández. "En sus obras le encontramos brújula a la vida consagrada".

Por último, tras el saludo virtual desde México de Sor Rosa María Mora Correa, presidenta de la Federación de Agustinas Recoletas de allí, Jesús Díez, el autor de la amplia edición de las Obras completasde Mariana, habló "del rostro de su alma", que puede rastrearse en los testimonios sobre su carácter ("cuidaba a los enfermos y demostraba una gran entereza al no disculparse ni de acusaciones injustas"), en las experiencias de éxtasis que tenía por las noches (agarrada a la reja del coro para no caer) y en sus palabras, que por fin pueden leerse.

La iglesia de la Encarnación también contó con música en directo (musicalización de varios poemas de Mariana de San José, como su Stigmata, o sus oraciones de palabras simples pero agarraderas altas: "que yo contigo me entienda, / tú me enseñes y yo aprenda / a entregarte el corazón") y, tras el acto, un recorrido por una original exposición que incluía paradas ante las fotografías de todas las comunidades de agustinas recoletas vigentes hoy en el mundo -"sentadas" en las sillas del coro-, la curiosa descripción de un día en la vida de una monja de clausura y las obras de aquellos pintores que retrataron a Mariana con la toca rodeada de flores.

Rodeando el claustro del monasterio por esos pasillos en los que se ha congelado a través de los siglos ese frío de la España barroca que se rascaba el hambre, uno se preguntaba cómo pudo ser que Mariana hubiera podido "soportar poca ropa en el invierno", como confiesan sus escritos, no tanto por su natural robusto como por ir siempre acompañada del calor de sus arrebatos, de esa lámpara roja en las mejillas después de un rapto.

Lo mismo puede suceder al contemplar a las monjitas de la Ercarnación saludando desde ese coro alto donde más de una vez se le apareció Cristo a Mariana. Quizá, en fin, pueda ser una reja como esa la única por atravesar tras la muerte para un creyente. Muerte como "pasaje a ti -¡vida de mi vida!", que dicen los versos de Mariana en los que quien tenga interés ya puede acurrucarse.

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