Miguel Santiago Losada publica 'Abrazados por la Utopía' Evaristo Villar: "Miguel Santiago mantiene vivo el espíritu del Evangelio y de los Derechos Humanos"

Autorretrato de un cordobés profundamente enamorado de su patria chica y, a su vez y por eso mismo, abrazando generosamente desde ella la inmensidad del mundo actua
Su lectura nos introduce, casi por arte de magia, en la desbordante actividad de Miguel y su paisaje. Una actividad, consciente y decididamente vinculada a esa parte de la ciudad y del mundo que han nacido con peor suerte
Personas como Miguel Santiago en Córdoba o Enrique de Castro en San Carlos Borromeo son las que están manteniendo vivo el espíritu del Evangelio y de los Derechos Humanos, las mejores apuestas de los Mayos del 68 y de los indignados del 15M
Personas como Miguel Santiago en Córdoba o Enrique de Castro en San Carlos Borromeo son las que están manteniendo vivo el espíritu del Evangelio y de los Derechos Humanos, las mejores apuestas de los Mayos del 68 y de los indignados del 15M
| Evaristo Villar
Muchos de los y las que presumiblemente vais a leer este libro, recordaréis, sin duda, una serie de TV española de hace algunos años, dirigida por Mario Camus con guión del dramaturgo cordobés Antonio Gala; la serie se titulaba Paisaje con figuras y fue emitida en dos momentos en 1976 y 1984, interrumpidos por la implacable censura del entonces presidente de Gobierno, Carlos Arias Navarro, al que se recordaba, no precisamente con mucho cariño, como el “carnicerito de Málaga”.
Posteriormente, en 1985 la serie fue editada por Espasa-Calpe en dos volúmenes introducidos por el filósofo y ensayista Pedro Laín Entralgo.
Como recordaréis, en cada uno de sus 39 episodios de la serie se enmarca un personaje de la cultura española, emergiendo como un coloso de forma natural desde el lugar y tiempo en que el destino o la providencia quiso que desplegara su existencia.
El personaje enriquece con su presencia el paisaje, pero, a su vez, él mismo es fruto de las coordenadas sociales y políticas, económicas y culturales, espirituales y ético-religiosas que cruzan el lugar y tiempo donde vive. Como los hilos en un tapiz, ambos sujetos, figura y paisaje, constituyen un entramado tan indisoluble que sería imposible explicar la existencia del uno sin la presencia del otro. Lo repite frecuentemente Unamuno y lo dejó dicho para la eternidad Don Quijote: “el hombre es hijo de sus obras”, pero éstas, añadimos nosotros, solo son tales por la presencia creativa del ser humano que las hace.
Viene muy a cuento esta referencia, por cuanto lo que presentamos en esta tarde, si bien se trata físicamente de un libro, en realidad es mucho más que un libro. Lo que presentamos es el autorretrato de una persona bien enmarcado en su lugar y bien contextuado en su tiempo. El personaje, la persona, es ésta que está a mi lado, Miguel Santiago Losada, un cordobés profundamente enamorado de su patria chica y, a su vez y por eso mismo, abrazando generosamente desde ella la inmensidad del mundo actual. Se trata de una figura, un personaje, con los pies bien plantados en el suelo pero con los brazos y los ojos bien abiertos a lo universal.
¿Y cómo podría ser de otro modo, me pregunto, habiendo nacido en Córdoba, patria de grandes filósofos y humanistas de la talla de Séneca, de Maimónides, judío, y Averroes, musulmán, que con su sabiduría convirtieron esa hermosa ciudad en depositaria del saber y ciencia de la antigua Grecia y con su regla de oro ética, la ”Justa medida”, hicieron de ella un lugar de tolerancia de las tres grandes religiones y, a su vez, foco de la civilización más avanzada del continente en su tiempo? Definitivamente, no ser filósofo y humanista en Córdoba sería algo así como aquello que canta la copla: “la pena de ser ciego en Granada”.
Lo dejó dicho Feuerbach y lo repitieron luego Engels y Marx, “No se ve lo mismo la realidad desde un palacio que desde una cueva”, y diríamos nosotros que el lugar donde naces te condiciona y marca tan profundamente que es como un código secreto que llevas grabado en el alma. El paisaje, por tanto, heredado por Miguel y del que va emergiendo su figura pero que, a su vez, va enriqueciendo con su presencia, no es otro que la Córdoba de las últimas décadas. Una Córdoba orgullosa de un pasado difícilmente repetible, pero necesitada de responder con uñas y dientes ante los poderes fácticos que han pretendido convertirla en lugar de explotación y de miseria.
Este volumen de muchas páginas, por cierto, y edición casi perfecta, con bastantes imágenes para asomarnos a los lugares y momentos más decisivos del autor, nos introduce, casi por arte de magia, en la desbordante actividad de Miguel y su paisaje. Una actividad, consciente y decididamente vinculada a esa parte de la ciudad y del mundo que han nacido con peor suerte.
Se trata de esos sectores sociales que, siendo también humanos y viviendo a nuestro lado, son generalmente desconocidos y, salvo en los grandes desastres, no suelen aparecer en las pantallas de los telediarios ni en las primeras páginas de nuestros medios… Así describe Miguel esa lado marginal de Córdoba que le va mostrando, día a día, su verdadero rostro: “en las cloacas de la calle, en los chabolos (celdas) de la cárcel, en los calabozos de las comisarías, en el chaval tirado en la esquina con una sobredosis, en los ojos secos de un niño sin esperanza, en la madre maltratada y prostituida para dar de comer a sus hijos, en el chavalito refugiado en el alcohol para aliviar sus soledad, en la planta de enfermedades mentales del hospital o la planta de enfermedades infecciosas, en los nichos de cementerios llenos de jóvenes a causa de las drogas y el SIDA, en abuelos y abuelas que volvieron a ser padres y madres de sus nietos ante las ausencias de sus progenitores, en pisos llenos de ratas y cucarachas con apenas un mendrugo de pan en la mesa, en embarazos de niñas con apenas 13 o 14 años, en camellos de medio pelo y aguaores” (p. 136).
“Siento irme de este mundo, dijo a otro propósito, el nobel de Físiología y medicina del 1959, Severo Ochoa, sin saber exactamente dónde he vivido”. Pues bien, yo estoy seguro de que “Abrazados por la Utopía”, este libro de Miguel Santiago, va a ayudarnos a darle un buen mordisco a esa otra parte del mundo, la que la sociedad bien generalmente ignora y los poderes públicos tratan de ocultar.
Una inmersión en el cuarto mundo, descrita con garra, ternura y alegría desde el corazón del primero. “Abrazados por la utopía” nos trae a la conciencia la profunda humanidad de una historia, hecha de dolor y heroísmo, que nos va a ser difícil olvidar.
Conocido el género autobiográfico elegido por el autor, la presentación del libro ya no es difícil de adivinar. Consta de 12 capítulos en los que se van relatando de forma progresiva, y con una memoria increíble, los principales episodios que han venido forjando la rica y creativa vida del protagonista. Una vida que, como iremos descubriendo, se va manifestando mayormente en forma asociada, comunitaria, plural...
El relato abarca desde la infancia, en la segunda mitad de siglo XX, hasta el 2016, prácticamente en nuestros días. Solo quiero insinuar los tres escenarios o viajes que personalmente me han llamado más poderosamente la atención.

Viaje desde lo local a lo universal
Leyendo este libro, yo encuentro la vida de Miguel Santiago indisociablemente envuelta en su inseparable Arbonaida, esa bandera verdiblanca del Blas Infante que se ha venido tejiendo al cabo de los siglos con hilos que arrancan desde Tartesios y las civilizaciones judía y romana, árabe y cristiana hasta el pluralismo cultural de nuestros días. Una bandera que se ha ido entretejiendo con los nuevos hilos que Miguel ha venido trayendo con sus frecuentes viajes a tierras latinoamericas y sus encuentros con las comunidades y teologías de la liberación.
Pero, sobre todo, enriquecida por su estrecha vinculación con el continente africano, patria de sus dos hijos marroquíes, Mansur y Amín, su “familia de corazón” (como la llamó Juanito, el chaval acogido por Miguel, hijo de drogadictos, que acabaría siendo “maestro de calle, p. 174). La Arbonaida de Miguel Santiago es ahora más universal, enriquecida con los nuevos colores llegados de otros continentes.
Desde el primero al cuarto mundo
Otra línea muy destacada en este libro es la dimensión educativa de su protagonista. Se trata en Miguel de una vocación natural enriquecida profesionalmente. La educación llena de contenido y de sentido toda su vida: en primer lugar, como profesor de religión en el Centro de Enseñanzas Integradas de la Universidad Laboral de Córdoba y luego como profesor de biología y geología en el Instituto Gaditano de Chipiona y en el IES Nuevas Poblaciones de la Carlota. Elegido por el claustro director de este centro, tuvo que renunciar al cabo de un año, muy a pesar suyo y del mismo claustro, por la orientación social de su gestión opuesta a la delegación de enseñanza.
Esta orientación educativa, profundamente humana y contextuada, destaca en su reiterada presencia en los medios de comunicación local, desde Onda Cero y la TV municipal hasta la prensa escrita. Durante algún tiempo, allá por la década de los 90, Miguel con los Sin Fron, su comunidad de base, fueron parte muy destacada del Consejo de
Redacción de la Revista Utopía en Madrid
Pero su dimensión educativa, si bien creativa en todos los ambientes y lugares, destaca en el Consejo local de la juventud de Córdoba y en la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, cuya dirección asumió en 1995 a la muerte de Diamantino García, su fundador.
Pero donde este viaje es más llamativo es en la calle, como Educador de Calle, como “Maestros de la calle”, como los llamaban a él y a los Sin Fron en la calle Torremolinos y en el barrio de las Palmeras. En este ambiente se encuentra Miguel con Enrique de Castro, su indiscutible amigo y cómplice, a quien dedica estas sustanciosas palabras, prestadas por Belton Brecht: “de haber conocido Belton Brecht a Enrique de Castro le hubiera dedicado también estas palabras: Hay hombres que lucha un día, y son buenos; hay otros que luchan un año, y son mejores; hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos; pero hay los que luchan toda la vida… esos son los imprescindibles. Enrique de Castro es uno de esos incansables luchadores por los excluidos de los últimos 40 años” (p. 250).
Desde el cristianismo al Evangelio
Además del contexto social donde ha desarrollado su vida, hay otra fuente poderosa que ha inspirado con fuerza la praxis de Miguel Santiago. Me refiero al Evangelio. Un Evangelio que, como podréis constatar, pone siempre como puerta de entrada al comienzo de cada uno de sus 12 capítulos del libro. Y, dentro del Evangelio, domina su debilidad por las bienaventuranzas. Pero su lectura de esta propuesta espiritual y ético cristiana dista mucho de la que se hace en el cristianismo al uso.
No se trata tanto de un desplazamiento al futuro cuanto de un despliegue, hecho con alegría y esperanza, en el presente. Las bienaventuranzas de Miguel tienen mucho de lágrimas y barro de la vida cordobesa, envueltas en permanente conflicto y también en escenas de bienaventuranza. Son unas vías que van conduciendo por sí mismas al abrazo y la amistad, a la vida asociada y hasta esa gran utopía, la comunidad, tan repetida y tan alejada frecuentemente de la praxis cristiana.
Desde las bienaventuranzas se puede entender casi todo el desarrollo de la vida de Miguel Santiago, su enfundamiento en la Arbonaida o su viaje desde lo local a lo universal, desde el primero al tercero y cuarto mundo. Pero, lo más novedoso y llamativo, fue el origen de la comunidad de base los Sin Fron. Una comunidad de jóvenes militante, profética y testimonial en la que Miguel ha puesto muchísimo empeño y hasta su misma casa… Unos jóvenes que en palabras de Carmela, librera del obispado y feminista, “a pesar de ser unos pijos irrecuperables, su manera de vivir y sus coherencia incordiaba a la progresía cordobesa”.
Unos jóvenes que, en la década de los 90, se comprometen en comunidad de una parte, con la justicia social desde la calle Torremolinos y el barrio de las Palmeras, defendiendo a drogadictos y prostitutas y, de otra, empeñados en la transformación radical de la Iglesia, denuncian sin paliativos la vinculación de esta con los poderes fácticos y la burguesía, siendo propietaria de Caja Sur, dirigida por el cura Castejón.
Este grupo de jóvenes, en su empeño por crear una comunidad cristiana al estilo de Jesús de Nazaret, llegan a hacer bolsa común y a recordarle en las celebraciones eucarísticas sin presencia de un sacerdote ordenado, lo que fue causa de escándalo entre la gente de bien y de distanciamiento de la jerarquía. El último desencuentro con la Iglesia jerárquica está ocurriendo en estos días a propósito de la Inmatriculación de la Mezquita- Catedral que el obispado compró ante notario por “treinta monedas”.
En definitiva, de la lectura reposada de este libro, me ha ido emergiendo un “ser con Paisaje”: una persona hecha de tiempo y espacio, de inmanencia y trascendencia, de local y universal, feliz entre el conflicto y la tragedia, institucional y alternativo, profeta y testigo, profundamente creyente y a la vez disidente y heterodoxo, acogedor y comunitario. Su casa de puertas abiertas, es la casa de todos y todas.
Personas como Miguel Santiago en Córdoba o Enrique de Castro en San Carlos Borromeo son las que están manteniendo vivo el espíritu del Evangelio y de los Derechos Humanos, las mejores apuestas de los Mayos del 68 y de los indignados del 15M. En estos momentos, cuando el neoliberalismo está abriendo esa enorme brecha en el cuerpo y en el alma de la humanidad, se me ocurre volver a aquel grito con el que se despidió el nobel de literatura de 1941, Henry Bergson, ante la brecha que se estaba abriendo entre la mecánica y la mística de su tiempo: “Tenemos un cuerpo muy grande y un alma muy pequeña; necesitamos un suplemento de alma”. Pues bien, este suplemento de alma nos llega hoy por estos testigos que tenemos la suerte de disfrutar en esta tarde. Buenas noches.
