"Es inevitable echar de menos a un hombre tan genial y profundamente espiritual como lo fue Francisco" Antonio Spadaro: "El reto de León XIV es mantener viva la voz profética de la Iglesia sin caer en la neutralidad tibia ni en alianzas instrumentales"

Francisco y Prevost
Francisco y Prevost

"Francisco ha encendido un fuego, pero otros están llamados a custodiarlo y alimentarlo. Siempre he dicho, incluso cuando él vivía, que el suyo era un pontificado de frutos, pero también de muchas semillas"

"León XIV pone el acento en una «Iglesia extrovertida», como él mismo la definió, que es la misma «Iglesia en salida» de Francisco"

"La continuidad es, por tanto, real, pero el estilo cambia: del dinamismo imaginativo de Bergoglio a la sobriedad contemplativa de Prevost, en una inquietud común que mantiene viva a la Iglesia"

"La sinodalidad no termina con Francisco. Él solo ha iniciado un proceso profundo que continúa. Es la forma de ser Iglesia hoy: escuchar, caminar juntos, discernir en común"

Jesuita como Francisco, Antonio Spadaro fue uno de los epígonos más reconocidos de su papado. Y desde esa experiencia "personal y afectiva" cuenta en 'Da Francesco a Leone' (EDB) el paso del testigo pontificio de Bergoglio a Prevost, que, a su juicio, se nuclea en torno a la categoría de la 'inquietud'. Definida como "la condición espiritual del cristiano que no se acomoda, que no se instala en certezas fáciles ni en seguridades ideológicas", es el hilo conductor de los dos pontificados, ahormados por una profunda continuidad.

"Francisco ha encendido un fuego" y ha plantado "muchas semillas" que León XIV se dispone a custodiar y alimentar. La continuidad es "real": "León XIV pone el acento en una 'Iglesia extrovertida', como él mismo la definió, que es la misma 'Iglesia en salida' de Francisco". Eso sí, cambia el estilo y se está pasando del "dinamismo imaginativo de Bergoglio a la sobriedad contemplativa de Prevost".

Por ejemplo, "la sinodalidad no termina con Francisco. Él solo ha iniciado un proceso profundo que continúa. Es la forma de ser Iglesia hoy: escuchar, caminar juntos, discernir en común".

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¿Echa de menos a Francisco, un Papa que ha sacudido a la Iglesia y que, quizás por eso mismo, es difícil de suceder para León XIV?

Sí, es inevitable echar de menos a un hombre tan genial y profundamente espiritual como lo fue Francisco. Sus palabras, su estilo, su forma de ejercer el ministerio petrino han dejado una huella indeleble. Pero creo que lo más auténtico que nos ha dado ha sido un dinamismo, no un sistema cerrado. Ha abierto un futuro de manera profética: Francisco ha encendido un fuego, pero otros están llamados a custodiarlo y alimentarlo. Siempre he dicho, incluso cuando él vivía, que el suyo era un pontificado de frutos, pero también de muchas semillas. Por lo tanto, no es difícil para León XIV vivir ahora su ministerio. Vemos que es él mismo, avanza con paso tranquilo y seguro. Mantiene viva la llama en las formas que considera oportunas.

La figura de Prevost, lejos de ser la de un restaurador o un mediador de compromisos, parece encarnar más bien el papel de un pontífice consciente, que asume la calma con la que, por otra parte, se ha vivido el cónclave. Pero con una plena conciencia programática expresada con las siguientes palabras, apenas dos días después de su elección, ante el Colegio Cardenalicio: «Quisiera que hoy, juntos, renováramos nuestra plena adhesión, en este camino, a la vía que desde hace décadas recorre la Iglesia universal siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II. El papa Francisco ha recordado y actualizado magistralmente sus contenidos en la exhortación apostólica Evangelii gaudium». Son palabras de una claridad cristalina.

En su libro identifica la «inquietud» como el hilo conductor entre los pontificados de Francisco y León XIV. ¿Cómo define esta inquietud y por qué la considera una clave interpretativa esencial para comprender esta transición?

La inquietud es la condición espiritual del cristiano que no se acomoda, que no se instala en certezas fáciles ni en seguridades ideológicas. Es la actitud de quien siente siempre viva la pregunta de Dios y la urgencia de responder. La inquietud es el movimiento del Espíritu que impide a la Iglesia encerrarse en sí misma, permaneciendo siempre a la escucha de la historia, una Iglesia —como dijo León— que «se deja inquietar por la historia». Sin embargo, la urgencia que se nos presenta no es ciertamente la dinámica de las relaciones intraeclesiales, sino la misión y el anuncio del Evangelio en un mundo cada vez más frágil y dividido, que exige posiciones firmes, claras, paternas y mansas en un mundo de «hombres fuertes». ¿Puede la Iglesia cambiar la historia y no solo su aparato y sus fórmulas? ¿Puede evitar la parálisis de la irrelevancia ceremonial? Si la bendición evangélica, con su carga de esperanza, no inquieta, queda estéril. Esto se perfila como un gran desafío del pontificado. León está comprendiendo, con su humildad y discreción características, que es la única figura moral de impacto global que queda en el mundo.

Francisco y Spadaro

¿Puede profundizar en cómo la espiritualidad agustiniana de León XIV y la ignaciana de Francisco convergen en esta noción de inquietud?

Francisco, desde su raíz ignaciana, ha vivido la inquietud como un discernimiento continuo, como una búsqueda de la voluntad de Dios en la historia. León XIV, en cambio, se inspira en Agustín, para quien el corazón humano está inquieto hasta que descansa en Dios. Dos lenguajes diferentes, pero complementarios. Ambos expresan que la vida cristiana no es quietismo, sino dinamismo interior que impulsa al encuentro con Dios y con los hermanos. En esta convergencia, la inquietud se convierte en una clave común para interpretar la fe hoy.

En su libro subraya la continuidad entre los dos pontificados, pero también algunos elementos nuevos en León XIV. ¿Cuáles son los aspectos más significativos de esta continuidad y en qué se diferencia el estilo de León XIV del de Francisco?

La continuidad radica en la visión de una Iglesia que no se repliega sobre sí misma, que escucha y se pone en camino. León XIV puso el acento en una «Iglesia extrovertida», como él mismo la definió, que es la misma «Iglesia en salida» de Francisco. Un segundo aspecto se refiere a la relación con el poder. León XIV rechaza radicalmente toda forma de mundanidad espiritual. Dijo claramente que no hay que esconderse detrás de una idea de autoridad que hoy ya no tiene sentido: quien ejerce un ministerio eclesial debe, en el fondo, «desaparecer para que quede Cristo». Es un lenguaje que acentúa la dimensión del servicio silencioso y desarmado, casi una «autoridad que se disuelve» para dejar espacio al Señor. Por último, el estilo de León XIV parece marcado por una fuerte vocación a la paz. Su experiencia entre Estados Unidos y Perú, entre polarizaciones ideológicas y heridas sociales, lo hizo particularmente sensible a la necesidad de una Iglesia «desarmada y desarmante». Mientras Francisco ha insistido en la misericordia como corazón palpitante del Evangelio, León acentúa la urgencia de la reconciliación y la unidad, no como uniformidad, sino como camino común entre las diferencias.

La continuidad es, por tanto, real, pero el estilo cambia: del dinamismo imaginativo de Bergoglio a la sobriedad contemplativa de Prevost, en una inquietud común que mantiene viva a la Iglesia. La figura de Prevost, lejos de ser la de un restaurador o un mediador de compromisos, parece encarnar más bien el papel de un pontífice consciente, que asume el tono tranquilo con el que, por otra parte, se ha vivido el cónclave. Más allá de las lecturas ideológicas, el estilo de León se revela en su lema In Illo uno unum, «En el único Cristo somos uno» –, que retoma las palabras de san Agustín sobre el Salmo 127. En una época atravesada por polarizaciones, León ha hecho referencia a la necesidad de esa tranquillitas ordinis, como la definió el mismo Agustín en la De civitate Dei, que mantiene unidos, al mismo tiempo, lo distinto y lo contrario. Y en esto está en plena sintonía con el último sínodo querido por Francisco, en el que participó Prevost, y cuyo documento final fue aprobado con más del 97 % de votos a favor de los participantes.

Algunos medios han criticado la inclusión en su libro de una supuesta «entrevista inédita» con el cardenal Prevost, que resultó ser una transcripción de una conversación pública de 2024

El libro tiene un apéndice en el que publico tres documentos que considero fundamentales: dos textos de Bergoglio sobre san Agustín, el prefacio a un libro escrito por el cardenal y una homilía de 2013 que pronunció como Papa en el Capítulo de la Orden Agustina, de la que Prevost era entonces Prior General. El tercer documento, como bien se indica en el volumen, es una entrevista, totalmente inédita en la prensa y nunca traducida, que el entonces cardenal Prevost realizó con la comunidad de una parroquia agustina de Illinois. La hemos publicado con todos los permisos obtenidos. Sin embargo, un periodista que adelantó en un diario italiano fragmentos de esta entrevista escribió que era mía. Hubo un malentendido entre el periodista y el editor, porque yo no sabía nada al respecto. El propio editor lo escribió en un comunicado de prensa que difundió inmediatamente (y yo también lo hice con un tuit). Pero está claro que cierta prensa ultraconservadora se aprovechó de ello sin tener en cuenta la inmediata aclaración.

¿Cómo responde a estas críticas y qué valor aporta este texto al libro?

Sencillo: esa entrevista es embarazosa para quienes intentan contraponer a León a Francisco. Las palabras de León dejan muy claro que las visiones de la Iglesia de Prevost y la de Bergoglio convergen, en particular en el tema de la sinodalidad, pero no solo en eso. Además, hay que saber que esa entrevista apareció en algunos medios ultraconservadores para sostener que Prevost y Bergoglio estaban en conflicto. ¡Porque apareció recortada! Ahora que se lee íntegra, se entiende que es exactamente lo contrario. Precisamente ver estos ataques para ocultar las palabras de Prevost me hizo comprender lo fundamental que es leer esa entrevista, y estoy muy contento de haberla hecho pública. Afortunadamente, los lectores lo han entendido y el libro se reimprimió el mismo día de su salida a la venta.

Usted menciona que León XIV aborda retos como la inteligencia artificial y el posliberalismo. ¿Cómo cree que la «ciberteología» que usted propone puede ayudar a la Iglesia a preservar lo humano en un mundo dominado por los algoritmos?

En el corazón de una época que parece deslizarse hacia una realidad cada vez más automatizada, Francisco ha dejado como tema abierto a su sucesor la transformación más radical de nuestro imaginario contemporáneo: la inteligencia artificial. En este paso del pontificado se abre un debate que no solo concierne a la tecnología, sino a la propia definición de lo que significa ser humano en una era de máquinas pensantes. Ante la tentación de reducir la vida humana a datos y algoritmos, la Iglesia está llamada a custodiar la dimensión irreductible de la persona: la libertad, la conciencia, el misterio.

Bergoglio y Prevost

Estamos llamados a comprender cómo la fe puede habitar un mundo en el que la inteligencia artificial redefine el trabajo, la comunicación, incluso las relaciones afectivas. Preservar lo humano significa afirmar que nadie es reducible a un perfil digital. Para el papa León XIV, la máquina no solo debe funcionar, sino que debe contribuir a un orden más humano de las relaciones sociales. El objetivo de la IA no debe ser solo el rendimiento, sino la justicia. No solo la eficiencia, sino la comunión. En una época que sueña con «aumentar» lo humano a través de la tecnología, el riesgo es encontrarnos con una humanidad disminuida, empobrecida en su capacidad de juicio, de relación, de asombro. De ahí la urgencia, compartida por ambos pontífices, de una educación para el pensamiento crítico, la responsabilidad y el cuidado. En el fondo, la verdadera cuestión no es qué puede hacer la inteligencia artificial, sino qué queremos hacer nosotros con ella. Y, sobre todo, quiénes queremos ser.

En el capítulo sobre el posliberalismo, usted aborda el riesgo de un catolicismo funcional a proyectos políticos autoritarios. ¿Qué estrategias propone para que la Iglesia mantenga su vocación universal frente a estas tendencias?

La primera estrategia es muy clara: la Iglesia debe negarse a erigirse en garante de los poderes mundanos. Francisco lo ha repetido con fuerza y León XIV ya lo había afirmado: el Evangelio no puede ser utilizado como apoyo de sistemas políticos, ni de regímenes que se presentan como defensores de la fe pero acaban instrumentalizándola. Cuando lo sagrado se pone al servicio del poder, pierde su verdad.

La segunda estrategia es la elección de una Iglesia pobre y desarmada. Esto es lo que la preserva de las seducciones del poder y la mantiene cerca de los últimos. León XIV insiste mucho en la necesidad de una autoridad que no se imponga desde arriba, sino que desaparezca para que quede Cristo. En este sentido, la universalidad de la Iglesia no es un proyecto geopolítico, sino que nace de su capacidad de ponerse al lado de cada hombre y mujer, sin distinción de pertenencia política o cultural.

Hay luego un tercer punto decisivo: la sinodalidad. Una Iglesia que camina junta, que escucha y acoge la diversidad interna no puede reducirse a un partido político ni a un bloque ideológico. La sinodalidad, entendida como dinámica de escucha recíproca y de discernimiento comunitario, se convierte en una barrera natural contra toda tentación de identitarismo o de apropiación partidista de la fe.

Iglesia en salida
Iglesia en salida

Por último, está la estrategia quizás más profunda: una Iglesia que se concibe a sí misma como signo de paz y reconciliación. Francisco habló de la «tercera guerra mundial por partes», León XIV relanza una visión de la Iglesia «desarmada y desarmante». Es una orientación que la hace universal precisamente porque se niega a alinearse con lógicas de poder y se plantea, en cambio, como un espacio de encuentro entre diferencias.

Usted describe el libro como un «diario de una experiencia personal». ¿Cómo ha influido su relación con el papa Francisco en la redacción de este libro y en su interpretación de esta transición? ¿Qué papel han desempeñado sus emociones en los días de la muerte de Francisco, del cónclave y de la elección de León XIV en la construcción narrativa del libro?

Escribir este libro ha sido también una forma de elaborar una experiencia profundamente personal. Haber acompañado de cerca el ministerio de Francisco, tanto en la relación personal como siguiéndolo en sus viajes apostólicos y en los sínodos, ha marcado mi mirada: no podía contar la transición como un analista externo. La muerte de Francisco me impactó. Viví el cónclave y la elección de León XIV con la conciencia de encontrarme en un umbral histórico. Las emociones no fueron un obstáculo, sino la materia misma del relato: el libro nace de esa experiencia espiritual y afectiva.

¿Cómo ve la relación entre la sinodalidad promovida por Francisco y la visión de una «Iglesia misionera» de León XIV?

La sinodalidad no termina con Francisco. Él solo ha iniciado un proceso profundo que continúa. Es la forma de ser Iglesia hoy: escuchar, caminar juntos, discernir en común. León XIV recoge este legado y lo reinterpreta en clave misionera, tal y como lo había entendido Francisco: la Iglesia no es sinodal por sí misma, sino para anunciar el Evangelio en un mundo dividido y herido. El Sínodo abre el oído, la misión abre la boca: juntos expresan una Iglesia que escucha para poder hablar con credibilidad.

Bergoglio y Prevost
Bergoglio y Prevost

En su opinión, ¿cómo puede la Iglesia de León XIV responder a las polarizaciones internas, especialmente en torno a la diversidad teológica y pastoral?

La respuesta no es la uniformidad, sino la comunión. La polarización es un mal de nuestro tiempo, también dentro de la Iglesia. León XIV invita a una actitud de apertura: aceptar que la diversidad no es una amenaza, sino una riqueza. Francisco hablaba de la unidad como un poliedro. Hoy se trata de mostrar que esta forma poliédrica puede sostener la misión de la Iglesia en contextos muy diferentes, sin fracturarse en facciones. La clave es la caridad que une más allá de las diferencias.

Usted destaca la dimensión geopolítica de ambos pontificados. ¿Qué elementos de la diplomacia de Francisco cree que continuará León XIV y cómo podría adaptarlos a los retos actuales?

Francisco ha ejercido una diplomacia de la misericordia, que busca tender puentes donde hay muros, abrir espacios de diálogo donde hay conflictos. León XIV continúa esta línea, pero en un contexto más fragmentado y marcado por la desconfianza. Su reto es mantener viva la voz profética de la Iglesia sin caer en la neutralidad tibia ni en alianzas instrumentales. Creo que veremos una diplomacia que insiste en la paz como horizonte ineludible, con un lenguaje más directo, que no teme denunciar los intereses que alimentan las guerras.

Spadaro y su libro
Spadaro y su libro

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