Ser mensajero de Dios para quien sufre

Saber leer la historia es un desafío constante en la vida de quien quiere ser discípulo, pues los acontecimientos están ahí y entender lo que Dios nos quiere comunicar con ellos no siempre es fácil. Lo que hoy pasa no es diferente de aquello que sucedió en otros tiempos, pues las circunstancias pueden cambiar, pero las situaciones, aunque sea con diferentes parámetros, se repiten.

El mundo continua necesitando de la presencia de Dios, de alguien que como madre llena de amor, nos consuela en nuestro día a día, especialmente cuando necesitamos que "nos cojan en brazos". ¿Cómo hacer posible que las personas descubran que ese Dios está con nosotros?

En la liturgia eucarística, en la versión brasileña, cuando el presidente de la celebración dice "el Señor esté con vosotros", la asamblea responde "Él está en medio de nosotros". Hacer vida aquello que celebramos constituye un reto a la hora de vivir nuestra fe, y eso nos debe llevar a traer a Dios para la vida cotidiana.

Lo que sucedió la semana pasada en la ciudad de Lajedinho, que ya contaba en el post anterior, todavía está presente habitualmente en mis pensamientos. Este domingo volví de nuevo allí. El párroco me invitó a presidir la misa en la que rezaríamos por los difuntos. Junto con él, otros dos sacerdotes de la diócesis y dos diáconos, uno de ellos había sido ordenado ese mismo día por la mañana, celebramos con la gente, con personas en las que todavía se ve reflejado en sus rostros las marcas de la tragedia.

Era el domingo de la alegría y la Palabra de Dios nos llevaba a reflexionar sobre como descubrir esa alegría que viene de Dios. Los sentimientos humanos nos llevan a decir que nunca más habrá alegría en Lajedinho. La fe, en cambio, a continuar viviendo con esperanza. ¿Cómo ayudar a esa gente a que la fe prevalezca sobre los sentimientos humanos? ¿Cómo ser, a ejemplo de Juan Bautista, el mensajero que prepare el camino del Señor, que lo haga presente en la vida de quien sufre?

Nunca voy a dejar de confiar en Dios y haré todo lo posible para que las personas puedan continuar confiando. Si Dios se encarnó fue para acompañar a una humanidad que sufre y le necesita. Por el bautismo somos llamados a anunciar eso, a ser testigos de ese Dios Todoamoroso.

Insistía en eso en la homilía, en la necesidad de mirar al futuro con esperanza, de no culpar a Dios por esas situaciones que se nos escapan de las manos. Él está en medio de nosotros, se encarnó y continuando encarnándose, no para castigarnos y sí para mostrarnos cuanto nos ama y cuanto podemos confiar en Él, pues "Dios enjugará toda lágrima de sus ojos". A nosotros nos cabe hacer de "pañuelo de Dios".
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