Abrahán, un compañero para el tiempo de Adviento

Hasta este punto en el Génesis no se habla más que de maldiciones. El será bendición por su obediencia ciega a Yahvé. Abrahán el creyente y obediente cambia la perspectiva de la historia no pone objeciones, acepta el querer de un Dios desconocido hasta entonces y que a partir de aquel momento se fía plenamente, tiene una confianza absoluta en su palabra.
Cuando este hombre creyente en este dios misterioso que le llama, no tiene descendencia, es un hombre mayor y su esposa Sara ya no está en edad de tener hijos. Yahvé le promete que su descendencia será como las arenas del mar. Pasan los años y la promesa no se realiza.
La confianza de Abrahán no le impide exponer sus dudas a Dios, entabla conversación con él como con un amigo: ¿Quien va a ser el heredero de la promesa hecha por Dios, su criado, el hijo de la esclava? Ni hijos ni tierra; nada en que pueda apoyarse materialmente. Con esta incertidumbre Dios acrisola la fe del patriarca.
Pasados los años, Sara concibió un hijo y cuando éste era mayorcito, Dios llamó de nuevo a Abrahán y como siempre su respuesta fue: “Heme aquí”. Dios le dijo: “Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécemelo en holocausto”. Podemos imaginar la consternación de este anciano padre ante esta petición pero ahí también Abrahán demuestra su obediencia inquebrantable y como reza la carta a los Hebreos, “sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda. Pensaba que Dios era poderoso para resucitarlo de entre los muertos”.
Esta promesa llega hasta nosotros creyentes del siglo XXI a quien Dios cuenta la fe como justicia. Podemos vivir dificultades y contratiempos pero la fe en Aquél que viene a salvarnos nos mantendrá firmes en la esperanza. Caminaremos como Abrahán y como tantos hombres y mujeres que supieron esperar contra toda esperanza puesta su mirada en Aquel que viene a salvarnos. Texto: Hna. María Nuria Gaza.