Coraje entre francotiradores

Era lunes Santo, hace más de 20 años. Volábamos dos hermanas hacia Beirut. Hicimos escala en Atenas. Una azafata se nos acercó preguntando: "¿Hermanas ustedes van a Beirut?". Al oír nuestra respuesta afirmativa intentó disuadirnos para que no fuéramos. Era un momento demasiado peligroso. "Miren, nos decía con insistencia, todavía hay muchos francotiradores, explosiones, la gente todavía está en los refugios, muchos bebés están gravemente enfermos por carecer de lo necesario al estar tantos días encerrados...".

Ciertamente la situación era muy dura. No teníamos noticias de nuestras hermanas, no sabíamos si estaban vivas. Los últimos combates habían sido muy fuertes.

Como es de suponer, nosotras queríamos llegar allí, a la qué con razón llamaban la Suiza de Oriente Medio. Pero sólo llegar al aeropuerto, casi se me escurren las lágrimas. ¡Qué tristeza! Jamás he visto un aeropuerto en semejantes condiciones. El taxista nos llevó a donde le pedimos. Llevábamos una carta de recomendación para un sacerdote; éste intentaría buscar quien nos acompañara hasta donde imaginábamos que se encontraban nuestras hermanas. Y así fue. Nos condujo a un colegio que regentaban las Hijas de la Caridad. Allí una religiosa de 83 años nos dijo: "Yo mañana por la mañana las acompañaré".

Al día siguiente una voluntaria que ayudaba a un comedor benévolo que las religiosas tenían, nos esperaba con su coche un tanto destartalado y decía: ”No nos dejaremos humillar por la mano de extranjera que quiere arrebatarnos nuestra tierra”.

Por el camino nos encontramos con los francotiradores que nos había anunciado la azafata, montones de ruinas, casas humeantes, pasos barrados por las tropas. Ante este cúmulo de dificultades nuestra chófer disminuía la marcha y miraba a la anciana religiosa que iba a su lado, pero ésta con una simple señal de cabeza le decía que continuara. Las distancias en el Líbano son cortas pero con tantos impedimentos el viaje se hizo largo. De vez en cuando la hermana nos decía: "No vamos, como ven, por el camino habitual porque no podemos, pero no se preocupen las conduciremos hasta sus hermanas".

Y ciertamente, de repente reconocí el pequeño bosque que está junto a la escuela que dirigen nuestras hermanas. Delante del mismo había unos coches tan aplastados que parecían alfombras. Al llegar al portal, que alegría tan grande, nuestras hermanas estaban allí. Habían sufrido mucho porque en plena calle se había entablado un duro combate, la refriega fue muy fuerte y nunca se sabía que podía ocurrir si una de las fuerzas pedía para refugiarse en la escuela.

La religiosa estaba contentísima de habernos conducido y ver que a nuestras hermanas no les había ocurrido nada. Dio la dirección a la directora de la escuela y le dijo: "El miércoles por la noche usted conduce a las hermanas a nuestra casa y una religiosa nuestra que conoce bien la zona del aeropuerto las conducirá el Jueves Santo por la mañana".

Con mucha frecuencia me acuerdo de esta religiosa, de su valentía para circular a su edad por lugares tan difíciles. Pero como ella nos dijo al despedirnos: "Yo ya no tengo mucho que hacer en este mundo y si muero por hacer un servicio a quien lo necesita más pronto llegaré al encuentro de mi Dueño".

Llegamos a Roma justo para celebrar la Eucaristía del Jueves Santo, día del amor fraterno. Lo acabábamos de experimentar por la acogida de las hermanas del Líbano y por nuestras hermanas que celebraban nuestro regreso y la buena noticia de la comunidad libanesa. Le di gracias al Señor por el coraje de esta anciana religiosa que no se atemorizó ante la dificultad.

Sí, ciertamente la religiosa era digna formar parte de las Hijas de la Caridad. Y le he pedido al Señor que ella goce con su Dueño del descanso que tiene bien merecido; más tarde me enteré de cuantas obras de caridad había realizado durante los trece años de guerra civil de su país. Éste además de no haber ganado nada ha sido mucho lo que ha perdido. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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