Al pasar por magníficos paisajes pirinaicos, llenos de multicolores, verdes prados, abetos que se levantaban majestuosos, montes con crestas encrespadas, los rayos de sol que penetraban por la espesura del bosque, las aguas saltarinas entre las rocas y que al llegar en la planicie corrían tranquilas en las que los ganados apagaban su sed, me vino a la memoria el
“Himno al universo” de Teilhard de Chardin.Este jesuita enamorado de Dios y de la naturaleza que supo cantar en las estepas de Asia, donde no disponía ni de pan ni de vino para celebrar la Eucaristía, la Misa sobre el Mundo:
“Yo colocaré, Señor, sobre mi patena, la cosecha esperada de este nuevo esfuerzo. Yo derramaré en mi cáliz la savia de todos los frutos que serán hoy prensados. Subiré esta mañana, sobre las cimas más altas cargado de esperanza”.
Verdaderamente por poca sensibilidad que tengamos,
la naturaleza nos atrae hacia Dios, porque Dios al crear el mundo, vio que era bueno.
Texto: Hna. María Nuria Gaza.